La noche anterior, acostado en el catre, lo planeé todo. Esperaría a que el pelotón formara y en la soledad del alojamiento me mataría. No contaba con que un compañero se demoraría más de lo debido limpiando el fusil. Pero no había más opciones: Gómez presenciaría mi muerte en primera fila. Apoyé la culata contra el piso y puse el cañón en la parte izquierda de mi pecho. Conté tres, dos, respiré profundo y alcancé a escuchar a Gómez: ¡Mendoza, qué hace! Al contar uno, apreté los dientes y puse toda mi fuerza en el gatillo. El impacto me lanzó hacia atrás y en el suelo, la tierra comenzó a temblar.
Según la Organización Mundial de la Salud, un promedio de 800.000 personas se suicidan al año. La OMS en el informe "Prevención del suicidio: un imperativo global” advierte que el suicidio es una problemática mundial que afecta a todos los seres humanos, independientemente de su posición económica o estatus social. Cada 40 segundos una persona se quita la vida alrededor del mundo. El año pasado, el emblemático caso de Robin Williams, o en días recientes en nuestro país, el caso de Gabriel Navarro, corroboran estas oscuras cifras.
El fogonazo me lanzó al piso. Gómez gritó por ayuda. El pelotón se espantó como una bandada de palomas. Las botas de mis compañeros aparecieron en mi campo de visión. Yo respiraba y sentía la sangre tibia derramándose por el cuerpo, el sabor dulzón en mi boca y la sensación de que todo iba a estar bien. Me pregunté: ¿Dónde está Dios? ¿Dónde está la luz de la que todo el mundo habla?
Sólo en Colombia en el año 2013, según la publicación Forensis del Insituto Nacional de Medicina Legal, 1810 personas se quitaron la vida. Es decir, cerca de 5 personas se suicidan al día en nuestro país. De este total, según Forensis, 990 casos tuvieron como causa de fallecimiento el ahorcamiento o estrangulación, 378 casos la intoxicación por agentes químicos, y 288 casos por proyectil de arma de fuego. De estas tres, que son las principales causas de suicidio en nuestro país, 834 hombres y 156 mujeres se suicidaron por ahorcamiento, 242 hombres y 136 mujeres debido a intoxicación por agentes químicos, y 271 hombres y 17 mujeres decidieron acabar con sus vidas con armas de fuego.
Me acomodaron en una camilla. La sangre se derramaba por mi pecho y un pozo se asentó bajo mi espalda. La camilla empezó a gotear y el rastro de mi sangre marcó el recorrido hasta la pista del batallón. Cerraba los ojos y buscaba la famosa luz al final del túnel. Me llevaron en avioneta de Tarapacá a Leticia. La bala entró y salió. Según los médicos pasó a un centímetro del corazón. ¿Por qué no me puse el fusil en la cabeza? En las películas de terror muestran que el espíritu de los muertos queda como murió y yo pensé en todo eso la noche anterior. No quería que mi espíritu fuera por ahí con un hueco en la cabeza, prefería uno en el pecho. La verdad, me sentí defraudado. La bala debió atravesar el corazón.
Si bien la finalidad es la misma, los hombres son más violentos y dramáticos a la hora de acabar con sus vidas. El porcentaje de hombres que decide dispararse supera con creces al de las mujeres, quienes prefieren suicidarse de forma más delicada. La psicóloga forense Diana Lucía Celis del Instituto Nacional de Medicina Legal, afirma que esto obedece a dos causas. La primera es cultural. Las mujeres, preocupadas por su apariencia física, buscarían verse bien, incluso en el día de su funeral. La segunda causa obedece a un comportamiento instintivo. Biológicamente los organismos vienen con una misión, en el caso de las mujeres la misión es la de engendrar y dar vida. Por ello a la hora de acabar con ella, ellas tienden a preservar sus cuerpos de la mejor manera, haciéndose el menor daño posible. De ahí que la intoxicación o el envenenamiento sea la mayor causa de suicidio femenino. Los hombres, por su parte, cazadores y proveedores instintivos, recurren con mayor naturalidad a actos violentos y no es casual, que lideren las estadísticas de suicidios con armas de fuego.
Yo vivo con mis abuelos, mi tío y mi mamá. Mi tío tiene sida y mi abuela cáncer en los huesos. Por eso en mi casa desde hace varios años hay morfina. Tengo 22 años y la primera vez que pensé en matarme tenía 14. Sólo por experimentar empecé a drogarme con gotas de morfina. Una tarde se me fue la mano y quedé paralizada en el suelo de mi habitación. No tuve miedo. Supe que podía matarme con una sobredosis de morfina, además era placentero. Lo reconozco, aunque haya cosas ricas como comer o hacer el amor, vivir me da pereza, la idea de desaparecer me ha fascinado desde los 14.
El suicidio no se da por un único motivo, es un fenómeno multicausal y complejo. Si alguien se quitó la vida porque perdió el trabajo o perdió un ser querido, ésta solo fue la gota que rebosó la copa. El suicidio siempre tiene una historia detrás del momento culminante, un expediente que psicólogos forenses como Diana Lucía Celis, se dedican a desempolvar y reconstruir. Factores genéticos y factores ambientales, constituyen los archivos de dicho expediente. Si ambos se conjugan hay una alta probabilidad de que un sujeto cometa suicidio, si hay una predisposición genética al suicidio, pero las condiciones ambientales son favorables, la probabilidad decrece notablemente.
Era de noche y yo estaba sola en el apartamento. Fui hasta el botiquín y saqué uno de los frascos. Como ya la había tomado antes, sabía que era extremadamente amarga y producía náuseas. Corté en rodajas unas naranjas y las puse sobre la mesa de la cocina. Los cítricos cortan el amargor asqueroso de la morfina. Introduje una jeringa en el frasco y la llené por completo. La llevé dentro de mi boca y empujé el émbolo asegurándome de que la morfina bajara por mi garganta. Chupé todo el jugo de una rodaja. Repetí las jeringadas de morfina con rodajas de naranja hasta acabar el frasco. El efecto fue inmediato. Me tumbé en la alfombra de la sala y perdí el dominio de mi cuerpo.
El lugar que escoge un suicida para morir, también ayuda a determinar la causalidad de este hecho. Si alguien decide matarse en la habitación de los padres les está enviando un mensaje a sus progenitores, si alguien se mata en su lugar de trabajo hay una diatriba para esa oficina, esos compañeros y esos jefes; si alguien lo hace en frente de su pareja, busca darle una lección o hacerlo sentir culpable. Según reportes del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, las noches de los domingos son las preferidas por la gente que se suicida en Colombia. La presión de la semana que viene, la soledad y el tedio de esas horas dominicales, son circunstancias que propician la autoeliminación.
Sentí que me hundía en mi cabeza y me hacía muy pequeña dentro de ella. La morfina en su máximo esplendor. Tuve la sensación de ser una criatura diminuta habitando mi cráneo. Sabía que si me dormía no despertaría. Oía los pitos y los motores de los autos que se colaban por la ventana como en otra dimensión. Oía los ruidos del mundo lejísimos. Unas llaves que parecían provenir de un sueño ajeno abrieron la puerta de un apartamento en el que yo ya no estaba. El eco de los pasos de alguien, las manos en mis hombros y la voz de una mujer que me recordaba a mi mamá repetía: Vane, Vane, Vane... ¡mija!
Según el Instituto Nacional de Medicina Legal, la tasa más alta de suicidios en Colombia se presenta entre las edades de 18 a 28 años. Esta década en la que la mayoría de las personas decide el rumbo de sus vidas, en la que la mayoría de las personas se realiza personal y profesionalmente, es la etapa de la vida en la que más colombianos deciden acabar con su existencia.
Mi mamá llamó una ambulancia y todo se volvió más irreal. Lo único que escuchaba era su llanto y pese a que no podía moverme, ni hablar, fue ese sollozo el hilo que me mantuvo de este lado. La ambulancia, los médicos, las luces, el dolor en el pecho, el ardor en la piel, el tubo en mi boca, el vómito, el lavado estomacal, el dormir y despertar en el cuarto de una clínica, con la conciencia triste de que había vuelto, de que todavía estaba acá.
El Doctor Miguel de Zubiría, presidente de la Liga contra el Suicidio, advierte que esto no es un problema exclusivamente colombiano, sino algo universal. En el mundo entero la tasa más alta de suicidios está entre los 15 y los 30 años. Además asegura que esto se debe a que los jóvenes son infelices, pero no en el sentido de sufrir mucho, sino en la incapacidad de proporcionarse felicidad a sí mismos. La ausencia de pasiones, sueños y anhelos; la mala relación con familiares, personas del otro sexo y compañeros; la ineptitud social y afectiva, han creado dos generaciones aisladas en sí mismas, dos generaciones incompetentes en el plano afectivo. Hoy, a los 25 años existe gran cantidad de gente con maestrías y doctorados, pero incapaces de trabajar en equipo, establecer buenas relaciones con sus pares y desvinculados afectivamente de familias y parejas. Las relaciones efímeras son la tendencia actual, ya no se le apuesta a relaciones comprometidas y lo que en generaciones anteriores, fue una gran fuente de felicidad, como el cortejo y la sexualidad, hoy se ha reducido a una necesidad superficial, muy fácil de satisfacer.
Para el Doctor Miguel de Zubiría, la soledad es el gran problema contemporáneo. Si hace setenta años un niño crecía rodeado de dos padres, cuatro abuelos, siete hermanos, nueve tíos y cuarenta primos, quienes le enseñaban en todo momento cómo sonreír, cómo dar las gracias, cómo comer, cómo saludar y cómo disfrutar; hoy día y desde hace dos generaciones, los chicos crecen solos y sin nadie que les enseñe el abecé de la vida afectiva. En la familia no se hace y en el colegio tampoco. La felicidad y la sensación de bienestar ocurren en la interacción con el padre, la madre, la pareja, los hijos, el amigo, el compañero de trabajo, etc. Allí surgen las alegrías que proporcionan felicidad, pero si el sujeto está aislado, desvinculado de todo círculo social y afectivo, perderá interés por todos los aspectos de la vida, no querrá hacer nada, ni interesarse por nada y poco a poco irá cultivando la idea de desaparecer. La abulia, la anhedonia, la desmotivación general son los síntomas de una epidemia social que año tras año reporta cifras de crecimiento. Según el Doctor de Zubiría, una persona que intentó suicidarse, tiene como probabilidad de intentarlo de nuevo un 50%; alguien que lo intentó dos veces, 70% de probabilidad de hacerlo de nuevo; y alguien con tres intentos de suicidio, tiene la probabilidad de un 90 % de volver a hacerlo.
Albert Camus sostiene en El mito de Sísifo que el único problema verdaderamente filosófico es el suicidio. Juzgar si vale la pena vivir, es la pregunta que cada quien en su intimidad, se ha formulado al menos una vez. Las cifras mundiales de esta epidemia social rebasan las preocupaciones existenciales del autor de El extranjero, y ponen en entredicho la calidad de vida contemporánea, la valoración de los afectos familiares, la preponderancia del individuo y su competencia laboral, por encima del hombre, el núcleo familiar y las relaciones afectivas. El suicidio es un fenómeno complejo de nivel mundial que reporta más muertes anuales que el conjunto de las 500.000 personas que son víctimas de homicidio, o de las 200.000 que mueren a causa de un conflicto bélico, o de las fallecidas por un desastre natural.
Robin Williams decidió acabar con su vida después de una larga depresión. El caso del hijo del Senador Navarro Wolf pone de nuevo el tema en las primeras planas. Dos casos ilustres de las cientos de miles de personas que lo han hecho en la vieja y triste historia del mundo. Aquella que reporta cerca de un millón de desapariciones voluntarias al año, todos los minutos, de todas las horas, de todos los días, de todas las diversas geografías y culturas que pueblan este planeta.