Andaba por la séptima esta mañana con el Lolo Andrade, el pequeño Lolo Andrade, y por mi cojera casi me doy de bruces contra uno de los tantos huecos que hay en la capital, y declaro que no me rompí el coco gracias a la eficaz intervención del amigo Andrade que me detuvo en el segundo oportuno.
Mi amigo el Lolo, eufórico, me soltó dos frases que me dejaron pensativo.
La primera: “Quien aprende de sus caídas, dijo con ojos de loco, no se ha equivocado”. Desconocía sus poses tipo Coelho o Jodorowsky y me limité a sonreír.
Y la segunda, expresó tomándome solemnemente de las solapas con fuerza, “ ¿no te das cuenta que comenzó todo este asunto del metro, no ves que ya nos van a cumplir?”, y mientras enderezaba mis prendas de vestir fui cayendo en cuenta de la verdad en las palabras de mi amigo.
A unos cuarenta centímetros había un hueco como de cinco metros de profundidad por unos cuatro de lado y lado, y el panorama lo completaban cinco jóvenes con cachuchas y camisetas de Bogotá Humana con el conocido logotipo con la letra “m” en forma de corazoncito, tan lindo que es.
Mi amigo enloqueció. “El metro es una realidad”, decía feliz con quien se topaba, aunque es necesario indicar que mi amigo el Lolo Andrade es un polista de los buenos, y es capaz de afirmar marcando en su frente que los Nule no se han robado ni un miserable peso y que toda esa maroma de circo que les han armado no tiene un culpable diferente a la oligarquía bogotana.
Mi amigo desapareció con sus gritos y yo me quedé pensando a la vez que constataba cómo los trabajadores de la Bogotá Humana no estaban haciendo ningún metro sino revisando cualquier carajada en las alcantarillas.
Cada quien ve las cosas como quiere verlas. O como no quiere verlas. Y vuelvo a ver toda la escena y no es el pozo gigante que describí, no era la primera boca del metro bogotano. Era un hueco más de los muchos huecos que hay por acá y no eran cinco trabajadores sino un simple operario con su llamativa camiseta. Ni siquiera tenía cachucha.
Vi lo que no quise ver mientras mi amigo andaba varias calles abajo pregonando las novedades de la alcaldía Petro y me puse a pensar, divagando, qué tal que hubiera sido verdad, qué tal que nuestro amigo Petro hubiera ya comenzado su metro hasta la calle 72, que la platica no da para más.
Y me puse a recordar de hace siglos, cuando se hizo un humilde puente peatonal sobre la misma Séptima a la altura de La Javeriana y recuerdo cómo la construcción de ese puente fue el caos del caos.
Y me imaginé la escena del metro inaugurado por el mismo Petro antecitos que se acabe su mandato, ya en pocos meses, e imaginé cortando la cinta con el bello logo de la Bogotá Humana con la “eme” enamorada y la vez veía derrumbarse toda la carrera Séptima sobre la cual habían construido aquel metro fallido.
Por suerte que desperté de la pesadilla en el segundo indicado para verificar que no hay ningún metro, el que antes costaba no sé cuántos billoncitos y hoy cuesta la huevá de veinte billones, una pendejá, algo muy diferente a lo que dice el mandamás de la planeación en Colombia, un tal Simón Gaviria, de quien dicen que no lee mucho, que eso cansa la vista, y quien dice que eso del metro es mejor dejárselo a gente grande, que eso cuesta un billete.
Todo esto me ocurría como a las cinco de la mañana, entre desvelos y sueños y lo último que recuerdo es al mismo Petro hablarme, de tú a tú, amiguísimos, y copiando una frase del mágico Groucho Marx donde recomienda: “Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna”.
Y entre otras, el tal pequeño Lolo Andrade quién carajos es…
… y hablando de…
Y hablando de pequeñas cosas se me viene a la mente el mismo Jorge Pretelt, eminente putisconsulto y distinguido miembro o presidente de esa cosa que llaman Corte Suprema de Justicia (la misma que en su Sala Penal tiene la valentía de proceder como lo ha hecho) de quien se dice tiene lista la ponencia para declarar nulos los matrimonios de personas del mismo sexo, diciendo que son marranadas de gentuza pobre y sin tierra y pasándole la papa caliente a otra instancia. Típico suyo, con esas miradas esquivas.
¿Despertaremos?