Una muchacha de ojos aburridos me entregó los tarjetones y yo, dubitativo y poco creyente, los revisé antes de dar los tres pasos. Estaba bien, Alcalde, Concejo y Asamblea, junto con un papelito que mostraba a un toro en las últimas y con un sí o un no se debe decidir el darle sepultura a las corridas de toros.
Avancé los tres pasos siendo prudente en verificar que mi documento seguía a buen cuidado sobre el morrito de las cédulas de los votantes y no fuera a ser revendida hoy, en un día tan especial.
Y entré al cubículo de votación. Un espacio hecho con tres cartones y otro pegado en T a la altura de mis tetillas para que haga las veces de mesa y en forma decidida saqué el bolígrafo para estampar mi decisión democrática.
Con el tema de los toros me pregunté vanamente si no se estaban vulnerando los sagrados derechos fundamentales de los salvajes que aman esa cosa, y rápidamente dejé de lado el temita jurídico y puse un notorio sí para que se acabe con esa cosa. Si en España tienen el ritual del Toro de la Vega en el pueblo de Tordecillas y en donde se mata con todo tipo de elementos cortopunzantes, pues allá ellos con su animalada. Con la mente clara y creyendo en eso que llaman democracia, pasé a los siguientes tarjetones.
Alcaldía, me dije.
Con el cuento de las mujeres primero, miré fijamente a la sonriente foto de Clara y le pregunté: ¿Tú qué le decías al doctor cuando te daba los papelitos para firmar? Mirabas apenas qué firmabas, o simplemente cuando veías que la cosa supera los tres mil millones pues le imprimías tu chulito como mandan los cánones de la política. La foto no me dijo nada y pasé al siguiente candidato, un tal Francisco Santos a quien sin educación o decoro le decimos Pachito, como si fuera el que cuida los carros.
La foto no era agradable, borrosa y parecía maquillada ya que al candidato al sonreír le faltaba un diente. Photoshop de Varguitas, sentencié, y al parecerme que el Centro democrático no pasa de ser un Extremo antidemocrático, decidí pasar al siguiente a pesar de que Pachito me parece un perfecto compañero de tarde de cervezas, con conversaciones comunes y un que otro comentario acerca de lo bonita que está la muchacha allá en la barra.
La foto de Pardo era perfecta. Sonrisa amplia y caminar seguro y al ver su pañuelito verde me dije qué chévere, al fin un candidato verde. Aunque me puse a detallar en quién lo acompaña y vi al glorioso Partido Liberal, su principal socio, y me acordé de Samper y de Serpa, de López y Turbay, y me dije sin dudar pasemos a la siguiente.
El candidato de unos candidatos que se llaman Cambio Radical, que llevan en la política mil siglos y no han hecho un solo cambio radical salvo el de decir que estamos haciendo el cambio. Un partido aupado por dos delfines que se jubilarán de senadores en cien años y dirigido con mano firme por el vicepresidente, quien desde ya se sabe que será por ocho interminables años presidente de esta república. Y el candidato Peñalosa recibe hoy el abrazo de Mockus, de quien dijo hace poco más de tres años que es un mal ser humano. Ups, me dije, qué cosa con eso de la dinámica en la política. ¿El siguiente?
Casi no encuentro más. El tarjetón lo ocupaban estos cuatro candidatos y saqué una lupa para ver a los otros postulantes y me llamó mucho la atención el joven Raisbeck, a quien varias veces he oído. Bien plantado, frentero y con ideas claras. Y, sin embargo, cuando oigo la palabra fácil se me viene a la cabeza el movimiento Podemos en España, unos personajes que decían las cosas por su nombre, a la cara y sin tapujos, pero cuando llegan al poder se dan cuenta de sus ventajas para olvidarse de las sencillas promesas.
Estaba a punto de chulear ese voto sin sentido cuando veo que se desbarata mi casetita de votación. Una mujer energúmena la cogió a sombrerazos y la jurado de votación me dijo claro que llevaban cuarenta minutos pidiéndome que votara, que era para ya, y solo caí en cuenta de su verdad cuando veo la larga cola de votantes con cara de ogro.
Y me desperté con un sombrerazo de mi vecino de cuarto quien me juró por las once mil vírgenes que llevo toda la noche agitado, con un lápiz en la mano y diciendo sandeces.
Y hablando de…
Y hablando de sandeces, un aplauso fuerte a Margarita Rosa de Francisco, quien bellamente escribe con garra y lucidez.