Miles de llaneros tuvieron que cambiar sus caballos y monturas por canoas: el Guanía y el Vichada se encuentran inundados y la crisis ha puesto en jaque a los dos departamentos. Fincas y proyectos productivos se encuentran bajo metros de agua. Sumergidos bajo el agua se encuentran también los edificios propiedad del Distrito de Bogotá - hechos por el Idipron de Javier de Nicoló para darle educación y desintoxicación a los habitantes de calle -.
Los edificios se estaban cayendo a pedazos por el abandono de los políticos. Esta es la historia.
Hasta el 2008 el Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud - Idipron - tuvo un proyecto para rehabilitar niños habitantes de calle. El proyecto nació con el padre Javier de Nicoló y funcionaba articulado entre el Idipron y la Fundación Servicio Juvenil. El proceso se llevaba acabo en varias unidades educativas distribuidas alrededor del país, algunas de ellas en lugares impensables. El proyecto funcionó por más de 25 años y en su mejor momento contó con más de 500 niños internos.
Pero en agosto del 2008, en una decisión bastante controversial, la alcaldía de Samuel Moreno forzó la renuncia del Padre Javier de Nicoló. Con su destitución murió el proyecto que rehabilitaba habitantes de calle en los centros educativos fuera de Bogotá. Por consecuencia también se acabaron los centros, que algunos eran propiedad de la Fundacin y otros del Idipron.
El Centro Educativo el Tuparro (Vichada) está compuesto por 4 sedes; Tambora, Pinardi, Palomazón y El Cejal. Este último es propiedad del Idipron, y por ende del Distrito de Bogotá. Según esta entidad, son dueños de 811 hectáreas y 3,227 metros cuadrados construidos. Las otras 3 sedes son propiedad de la Fundación Servicio Juvenil, y se calculan en 15,000 hectáreas. El padre Wilfredo Grajales, director del Idipron, y el director de la Fundación Servicio Juvenil, el padre Leonardo Gómez, dicen que hay una confusión impresionante sobre los linderos y la georeferenciación para determinar qué es propiedad de quién. Por otro lado Rubén Gómez Olano fue coordinador de campo de todo el centro del Tuparro, trabajo con el Idipron hasta el 2014, y dice que es muy clara la pertenencia de los predios y que cada quien tiene sus escrituras en orden. Vale aclarar que los directores del Idipron y la Fundación están apenas adaptándose al puesto y tienen todavía mucho qué indagar en el tema. Ambos coinciden en la magnitud del proyecto y dicen que están evaluando las posibilidades para reactivar el Centro Educativo el Tuparro de alguna manera.
La sinergia entre ambas organizaciones era profunda. Por lo genrral tanto el Idipron como la Fundación tenían que invertir para poder tener a flote el proyecto. En el caso del Tuparro casi toda la propiedad era de la Fundación, pero la dotación y gastos de manutención corrían por cuenta de la dependencia de la Secretaría Distrital de Integración Social.
La Contraloría Distrital publicó en mayo del 2011 una auditoría que le hizo al Idipron y los hallazgos fueron alarmantes. En noviembre del 2008 (3 meses después de cerrar la Unidad Educativa el Tuparro) los saqueos a esas instalaciones sumaban $2.962.828.861,96 de pesos. Las instalaciones las vaciaron en menos de un semestre, y se robaron el equipamento que pertenecía al Idipron. Según Grajales, “lo que pudieron sacar lo sacaron”. Esto generó que solo el predio del Cejal (único perteneciente al Idipron) pasara de tener un valor de más de 4,000,000,000.00 de pesos (cuatro mil millones de pesos) en el 2007, a estar avaluado en 1,200,000,000.00 (mil doscientos millones de pesos) en diciembre del 2009. Se perdieron casi 3,000,000,000.00 (tres mil millones) de pesos solo en depreciación del terreno.
Los registros de este proyecto son un desorden, pues no hay publicados estudios unitarios sobre los logros, costos o propiedades del proyecto de rehabilitación del Idipron fuera de Bogotá. Por eso calcular el impacto positivo del proyecto es complicado. Daniel, que prefiere no mencionar su apellido, es un joven que se rehabilitó y terminó graduándose como Ingeniero de Sistemas de la Corporación Universitaria Nacional gracias al proyecto del Idipron y cuenta que cada semestre eran más o menos 100 niños los que iniciaban el proceso de rehabilitación. Calcula que de cada grupo que iniciaba el proceso, 30 niños lograban cambiar su vida y dejar la calle. Si tenemos en cuenta que los centros educativos funcionaron más de 25 años, fueron más de 5,000 habitantes de calle los que pasaron por el programa y 1,500 los que pudieron cambiar su vida. Estas cifras no son nada despreciables, teniendo en cuenta que en el 2009, primer año en el que el proyecto dejó de funcionar, el mismo Idipron calculó que de cada 10,000 personas en Bogotá, 12 eran habitantes de calle.
Esto es lo que siente Daniel sobre el proceso de rehabilitación.
Cuando Javier de Nicoló montó el programa, decidió que los niños que quisieran aprovechar la oportunidad tenían que salir de Bogotá. El primer punto era Acandí, Chocó, y al cumplir 12 años volvían por un tiempo a las unidades en Cundinamarca. Si estaban preparados,iban a graduarse como bachilleres al Tuparro, Vichada. Según el padre Wilfredo Grajales y Leonardo Gómez, el proyecto fue exitoso por la decisión de montar los centros en la lejanía.
Estos son los principales centros del proceso de rehabilitación que tenía el Idipron. Algunos son propiedad del Estado, otros de fundaciones privadas. Algunos de esos están abandonados. Al cliquear en el ícono, dirá si está activo o cerrado.
Los centros están ubicados en lugares remotos para evitar que se escaparan durante el proceso de desintoxicación. Uno de los beneficios del entorno agreste es que no tenían que poner muros, vayas o alambres pues la naturaleza era la barrera más efectiva.
La Unidad Educativa el Tuparro está tan retirada, que en Puerto Carreño cuentan que la sede la construyeron presos que llevó Javier de Nicoló y que nunca estuvieron encerrados durante su actividad laboral. Así de remoto y seguro era el lugar.
Pero con el retiro forzoso del padre Nicoló los centros cayeron en desgracia. Así lucen las dos sedes más importantes del Tuparro: Tambora que queda sobre el Orinoco y Pinardi que queda en la mitad de la sabana del Vichada.
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La vida en los centros
Así era el proceso de los niños para rehabilitarse
Daniel es uno de los miles de niños que pertenecieron al programa de Javier de Nicoló. A los 7 años “le entró la curiosidad de niño” y comenzó a vivir a en la calle. A esa edad empezó a consumir drogas y a los 9 entró al programa del Idipron. Cuenta que el proceso comenzaba en uno de los patios en Bogotá, que eran casas donde los habitantes de calle podían ir un solo día a bañarse y comer algo. Cuando se volvió asistente asiduo de estos patios lo invitaron a la primera etapa del proyecto: Acandí.
Daniel y su vida en Acandí que tiene publicada en Facebook:
Javier de Nicoló encontró la manera para superar los problemas de un proyecto tan ambicioso como es rehabilitar y educar habitantes de calle. El proyecto tenía dos piedras angulares: la lejanía de los centros y la contratación de graduados del mismo programa para que se convirtieran en profesores y directores de las unidades educativas.
Era muy importante que fueran muchachos egresados del programa los que luego guiaran a los jóvenes que entraba al proceso porque los graduados sabían cómo tratar a los habitantes de calle, cómo ganarse su respeto y cómo enfocar las actividades a la superación del estilo de vida anterior. La metodología puede ser un poco chocante, pero Daniel, que la vivió y sufrió, dice que era completamente necesaria, pues “dar clase a 30 ñeritos es muy complicado”.
Los primeros años en Acandí eran para desintoxicar el cuerpo y el alma. Paulatinamente iban recibiendo labores que los responsabilizaban e incentivaban para que tuvieran cambios comportamentales radicales.
En Acandí duraban hasta llegar a 4to de primaria. De ahí viajaban a Melgar para aclimatarse un mes. Luego iban a Bogotá a cualquiera de los centros que tenía el Idipron. Este era un punto clave, pues en los centros de Bogotá había jóvenes mayores y las reglas eran más flexibles. Daniel recuerda que cuando llegó se encontró algunos en proceso de desintoxicación que tenían permitido fumar mariguana para disminuir el shock. Esto para Daniel fue muy tentador y después de cuatro años fumó una vez. “Afortunadamente esa fumada me dio una gripa tenaz y entendí que ya había superado esa etapa.”
Daniel ya estaba listo para empezar el bachillerato, que se cursaba en el que para él es el lugar más duro: El Tuparro, Vichada. Es un lugar indomable ubicado en la mitad del Parque Nacional Natural el Tuparro, a dos horas de Puerto Carreño en lancha sobre el Río Orinoco. El las sedes del Tuparro solo había jóvenes mayores de 16 años y las condiciones climáticas eran agrestes.
Daniel recuerda lo que representaba para ellos el Centro Educativo el Tuparro
Las instalaciones del Tuparro son impactantes por su estética y tamaño. En cada uno de los dos centros principales, Tambora y Pinardy, cabían 800 personas, aunque nunca estuvieron completamente llenas. Las otras, El Cejal y Palomazón, tenían un cupo de 150 personas y eran los lugares de castigo donde enviaban a los jóvenes que estaban teniendo problemas de convivencia.
Cuando terminaban el bachillerato los jóvenes volvían a Bogotá. Ahí podían escoger cómo querían continuar su vida, si vinculados al Idipron, en sus centros de acogida, o si preferían emprender una nueva vida por su cuenta.
Daniel escogió la segunda. Ya se sentía preparado para retomar las riendas de su vida. Hace 2 meses recogió su cartón como profesional Ingeniero de Sistemas de la CUN, trabaja en una reconocida empresa de informática y tiene ahorros para comprar una casa propia. O para una moto, su gran pasión.
El abandono
Hoy los centros se están pudriendo en la selva pero siguen siendo del Distrito de Bogotá
En el 2008 Jorge Ortiz Guevara era el Contralor de la localidad de San Cristobal y puso una denuncia contra el Padre Javier de Nicoló alegando que estaba muy viejo para seguir dirigiendo una dependencia de la Secretaria Distrital de Integración Social. Si bien la ley de retiro forzoso dice que los funcionarios públicos tienen que retirarse a los 65 años, el Idipron en su página se denomina como una “entidad pública descentralizada con autonomía administrativa” por lo que la ley de retiro forzoso no aplica.
Cuando se conoció la petición para remover al padre Javier de Nicoló, El Tiempo informó sobre una carta que el Concejo de Bogotá envió al entonces alcalde Samuel Moreno. En un párrafo esta dice: “Tememos por el interés que algunos puedan tener de acceder al control de esa entidad (Idipron) que, justamente, por estar manejada por el padre Nicoló ha estado protegida de inconvenientes interferencias de diversos órdenes, en sus programas sociales y humanitarios”.
Dos semanas después de esta denuncia, el 13 de agosto del 2008, Javier de Nicoló renunció al puesto, según él, porque estaba mal de la memoria. Lo cierto es que con la renuncia del padre muchos proyectos del Idipron cayeron en desgracia. Entre ellos el proyecto para rehabilitar niños habitantes de calle en centros pertenecientes al Idipron que quedaban por fuera de Bogotá.
En el 2013 Canal Capital publicó una nota que abre con esta frase: “De la rapiña del Carrusel de la Contratación no se salvó ni el padre Javier de Nicoló.” Esto representa lo que piensa la gente en los alrededores de Puerto Carreño; que el Centro Educativo el Tuparro se lo robó Samuel Moreno. Eso es lo que dicen allá.
La decadencia del proyecto de rehabilitación empezó dos años antes de la renuncia del Padre, pues el Distrito de Bogotá comenzó a modificar los requisitos para el funcionamiento del programa. Hubo dos grandes cambios: se empezaron a vincular drogadictos que no eran habitantes de calle y además hubo una moción para aumentar la profesionalización de los docentes.
En el 2008 se cerraron definitivamente los centros, según el Idipron por dos razones: problemas de orden público y falta de presupuesto. Pero ninguna de las dos se sostiene, pues los centros funcionaron más de 25 años, en los cuales los problemas de orden público eran mucho mayores, y además según los registros fiscales del Idipron, entre el 2008 y el 2009 el presupuesto aumentó en casi 5,000,000,000 de pesos (cinco mil millones de pesos). En 2008 el presupuesto del Idipron fue de 118,477,042,000 de pesos y en el 2009 llegó a 123,408,975,000. Aún así, alegaron falta de fondos y cerraron los centros del Tuparro, de Acandí y varios en Cundinamarca, aunque el padre Javier de Nicoló tuvo funcionando los centros con menos recursos que los del 2009.
Lo cierto es que debido al abandono de las instalaciones del Tuparro, el Idipron perdió 2.962.828.861,96 de pesos, y en año y medio los predios se desvalorizaron en 2.880.049.010,00. Todo esto a diciembre del 2009, sin que se hayan actualizado los estudios.
El Idipron está realmente encartado con los centros que tiene abandonados. Tanto así que en el 2013 el Comité de Inventario y Almacén del Idipron le propuso a la Junta Directiva regalarle a la Alcaldía de Puerto Carreño todos los predios que tiene el Distrito de Bogotá en el Vichada. Rubén Gómez, que ha estado encargado de pagar a los que cuidan los centros desde su cierre, cuenta que lo que quedó después de los saqueos se lo donó el Idipron a la Alcaldía de Puerto Carreño.
Además la dependencia de la Secretaría Distrital de Inclusión Social de Bogotá tiene un una camioneta parqueada desde el 2008 en Puerto Carreño. Esto lo encontró la Contraloría Distrital en una de las auditorías al Idipron.
El actual director del Idipron, Wilfredo Grajales está recién posesionado, y nunca ha estado en la Unidad Educativa el Tuparro . En este momento advierte que “es más lo que hay que hacer para reactivar el proyecto que lo que hay allá”, pero aún así reconoce el valor del programa que tenían hasta el 2008 es inmenso. Por eso dice: “Tengo una necesidad muy fuerte para sacar niños de las ollas acá en Bogotá. Para eso son perfectos los centros de Acandí y el Tuparro, lejos de todo. Si me los prestaran, me llevaría una buena cantidad de muchachos para allá.”
Al día de hoy, ni el director del Idipron ni de la Fundación han estado en el centro del Tuparro. Ya se han reunido para conversar sobre el futuro del centro educativo, y Grajales no descarta ninguna posibilidad: “Me encantaría reactivar el proceso, pero hay que hacer estudios de todo tipo, desde la viabilidad de reactivación, hasta la venta de los predios a la Fundación. Lo único que tenemos descartado es comprarle el terreno a la Fundación, pues se nos sale de todo presupuesto.”
Por ahora en las sabanas de Puerto Carreño se siguen pudriendo los predios del Distrito de Bogotá y sobre el Orinoco las de la Fundación Servicio Juvenil. Sin haber publicado ningún estudio de viabilidad del proyecto, ni haber publicado un estudio unificado de los predios en el Vichada, el Idipron pierde con cada minuto más plata en saqueos, depreciación y sueldos de aquellos que cuidan las instalaciones.
Y esto es solo la punta del iceberg. Como se están cayendo las edificaciones en el Tuparro, está sucediendo en Acandí, La Florida, Cuja y una otras de casas que pertenecen al Idipron. Mientras no se les de un uso, seguirán los saqueos y los intentos por aprovecharse del abandono. En mayo de este año se le negó a la Agencia Nacional de Minería el permiso para hacer explotación en predios de la Fundación, pues es una zona de amortiguación para el Parque Nacional Natural El Tuparro. De alguna manera el legado del padre Javier de Nicoló debe protegerse y continuarse, pues lo que una vez fue un símbolo de nueva vida para habitantes de calle hoy es un ejemplo claro de la avaricia y la inoperancia nacional.
*Por:
Juan José Jaramillo Arango @jjjaramillo2
Óscar Mauricio Buitrago @OscarBuitragoM
Original publicado en: El Agrado