Una noche azotada por un diluvio y el relampaguear de los rayos, me encontraba acostado en mi cama, cubierto parcialmente por un manto que a veces me sirve de escudo y otras de cobija. Abruptamente, un trueno retumbó despertándome de mi plácido sueño.
Moví levemente mi cabeza para observar la alcoba. Mis ojos no creían lo que veían: la luz que entraba por la ventana mostraba la silueta de una mujer cerca de mi armario. La luz era suficiente para poder detallar su rostro, cuyos ojos eran de un atractivo color negro e inspiraban algo de tristeza. Su mirada me inquietaba, creía haberla visto antes. Sus labios delineaban un bello trazo de lo que podría decirse era una sonrisa ciertamente sensual.
Mientras contemplaba ese ángel de tez canela en mi cuarto, me internaba en mis pensamientos. Mis ojos no cesaban de mirarla y mi mente no se detenía. Fue ahí, en ese justo momento cuando me di cuenta que se parecía mucho a la chica de mi clase: aquella linda, inteligente, reservada y algo tímida joven sentada siempre al final de mi fila.
Segundos después, me encontraba sentado en mi cama y algo pasmado por el sorpresivo encuentro. No lograba entender la causa por la cual esta chica estaba ahí. —¿Pero qué hace en mi cuarto? —me pregunté. Respiré lo más profundo que pude para recuperar mi cordura. Quería preguntarle la razón de su presencia en mi habitación y saludarla como era debido.
Al intentar moverme, un potente rayo cayó cerca de mi casa iluminando fugazmente mi habitación. Por un instante pude ver algo más que su rostro. Cubierto por un vestido negro, vi su cuerpo tan bello como la noche que la rodeaba y resaltado por el reflejo tenue de la luna. Al observar tal visión majestuosa, me apresuré a abrir mi boca, pero mi emoción o timidez repentinas, me impidieron pronunciar palabra alguna.
La contemplé fijamente por minutos que pudieron ser mil horas. Cuando por fin recuperé el control sobre mí, hice un segundo intento. Inhalé profundo para decir por lo menos un “hola“. Con mis pulmones llenos de aire, procedí a acercarme a tan agraciado ser. Tomé su mano y dándole un beso en la mejilla, la saludé. Sin embargo, noté que algo no andaba bien. Después de aquel beso, percibí un lejano y misterioso sonido de campanas. En un abrir y cerrar de ojos, mi cuarto, mi cama y aquella presencia femenina desaparecieron. Me descubrí de pronto en un cuarto blanco y vacío. Asustado miré a todos lados buscando una salida, hasta que divisé un patio muy parecido al de mi colegio. Sentía que algo me llevaba poco a poco hacia ese lugar.
Mi corazón palpitaba cada vez más rápido. Una enorme angustia me empezó a invadir al verme atravesando el techo de mi salón de clase y hallando en mi silla sólo un cuerpo dormido. —Todo fue un sueño —me dije, a medida que recuperaba la conciencia. Las campanas indicaban el término de la clase de Matemáticas y el fin del día escolar. Giré un poco mi cabeza para ver si la protagonista de mi sueño estaba en el lugar de siempre, pero no la hallé. —No vino a clase —pensé. Al volver mi mirada para levantarme, la chica estaba allí, frente a mí, con su maravillosa sonrisa y con esos profundos ojos viéndome. No obstante, la tristeza en ellos había desaparecido. Ahora una gran energía y alegría, al parecer los embargaba. Su belleza superaba a la que poseía en mi sueño. Le besé la mejilla, tomé sus manos cálidas al tacto, y al oído le susurré con toda mi espontánea e irreconocible ternura: “Adiós, bello ángel”. Tomé mi maleta y salí del aula…
Desde ese entonces mi alma la aclama.