Desde que tengo memoria, conozco el significado de la expresión “sueño americano” como la esperanza que impulsa a personas a dejar su arraigo, sus familias, amigos, vecinos, sus vidas… ¡su mundo entero! de poder cruzar la frontera –como sea- para establecerse en los Estados Unidos y desde allí, cumplir sus sueños, mejorar sus condiciones de vida y la de sus parientes, con el envío de dinero.
La primera vez que pisé el suelo estadounidense, fue el 30 de diciembre de 2016. Ingresé por el aeropuerto de Newark en el estado de New Jersey, y lo primero que aprendí fue que el Español es popular en la zona, así que con enorme orgullo decidí comunicarme solamente en mi idioma. Mientras hacía la fila en la máquina expendedora de tiquetes, hice una pregunta: —¿alguien habla Español? —¿Qué necesita?—respondió un hombre. De esta manera, en dos minutos tenía listos los tiquetes para llegar a la estación Penn Station en Manhattan. Tomar el tren hacia New York resultó ser más fácil de lo que imaginé.
Ya en el tren de NJ Transit, con mi novia conversábamos y observábamos los mapas que teníamos en las aplicaciones de nuestros teléfonos móviles, siempre pendientes de las paradas del tren. En uno de esos momentos, una chica de unos 30 años de edad, interrumpió agradablemente nuestra charla y nos informó que ella también se dirigía a hasta Penn Station, además sugirió que con gusto nos ayudaría a ubicar la salida más cercana a Times Square porque era fácil perderse en esa enorme estación; y de paso -agregó- nos indicaría dónde comprar la tarjeta MetroCard para utilizar ilimitadamente el servicio de buses y metro en New York durante siete días. Un hombre más joven escuchó parte de la conversación y nos dijo que él también había llegado así, sin saber nada de nada, y nos preguntó sin pensarlo: ¿vienen de vacaciones, o a cumplir el sueño americano?
Durante mi estadía en New York pude observar que en los restaurantes de manteles la mayoría del personal de servicio era latino, igual que en los restaurantes de comidas rápidas y en otros sectores de la economía: hoteles, operadores de turismo, supermercados, droguerías, bares, cafeterías, tiendas de regalos, teatros, museos, construcciones, en el metro, en el ferry de Staten Island y hasta en la Universidad de Columbia. Tantas personas de distintos orígenes que llegaron con sueños, y aunque no son felices están más tranquilos que en sus terruños.
Esta situación me generó muchas inquietudes: ¿es denigrante un trabajo de limpieza o de cocina para un “americano”? ¿Dónde está la clase media baja que realiza estas labores en EEUU? ¿Lo que hace el trabajador inmigrante, era lo que tenía en mente cuando dejó su país? ¿El salario que pagan los empresarios a los inmigrantes es el mismo que recibiría un ciudadano legal? ¿Tiene razón Donald Trump al querer expulsar a los inmigrantes ilegales y volver “América para los americanos”?
De regreso a Bogotá
En Colombia, de acuerdo con las cifras oficiales presentadas por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística, DANE, la tasa de desempleo durante el primer trimestre de 2017 se estableció en 11,7%. En abril de 2017 se registró una variación de -22,1% en la producción de concreto premezclado con respecto al mismo periodo del 2016. La industria manufacturera creció 0,3%. La construcción descendió 1,4%. El comercio presentó una baja en su crecimiento de 0,5%. La producción industrial cayó un 3,2% durante el primer trimestre del año. Y según el Banco de la República, la inversión extranjera se derrumbó un 13,3% en el último año.
Colombia atraviesa una situación económica y social complicada. De una parte los grupos políticos y religiosos se disputan ferozmente los votos valiéndose de la ignorancia, la fe y la polarización. Las encuestas no tienen credibilidad. La pobreza aumenta, la desigualdad se amplía. Las posibilidades de empleo disminuyen. La confianza inversionista se reduce. La corrupción permea la sociedad. Los grupos ilegales volvieron a las extorsiones. La inseguridad está desbordada. Y aún con todo esto, de acuerdo con las estadísticas oficiales de la Autoridad de Control Migratorio y de Extranjería del Estado Colombiano, Migración Colombia, la cifra de personas que llegaron a Colombia desde el año 2014 hasta mayo de 2017 procedente de Venezuela, es de 1´215.873.
A finales del mes de mayo, con un amiga salimos una noche a tomar unas copas en un bar de una zona turística de Bogotá. En ese lugar trabajan 27 personas entre el servicio de cocina, meseros, guardias de seguridad y el administrador. De allí, me llamó la atención el personal de servicio: el mesero se presentó con el nombre de Adrián y nos informó que esa noche estaría atento a nuestros requerimientos. A medida que avanzaba la noche, establecimos una relación de confianza con Adrián: nos contó que era Venezolano -por su acento era evidente desde el principio-, que había llegado a Colombia hacía cuatro meses, que vivía en una pensión donde compartía habitación con tres amigos, que pagaban entre todos un arriendo de 400.000 pesos colombianos (US$ 133), que mensualmente le enviaba a su mamá en Caracas, Venezuela, $150.000 COP (US$ 50); también informó que su jornada era de nueve horas continuas e indicó que el salario por todo un día de trabajo era de $25.000 COP (US$ 8,33) y que en la actualidad, de los 27 trabajadores del lugar, 12 eran de Venezuela.
La semana siguiente, fui a cine con mi novia en un lugar opuesto de la ciudad. Al salir de la película, decidimos entrar a una frutería a tomar un smoothie o batido de frutas. Las dos personas que trabajaban en el pequeño local comercial, eran venezolanas.
Hace dos semanas llegó el momento de cortar el cabello y arreglar las uñas, así que fuimos a la peluquería de siempre desde hace tres años, encontrando una sorpresa: de doce personas que normalmente laboraban allí, habían reemplazado a cuatro por nuevas trabajadoras, por supuesto de nacionalidad venezolana.
La semana pasada, un amigo me invitó a otro sector de Bogotá donde venden una hamburguesa fantástica. El sabor de la carne es exquisito, en mi opinión mejor que la de Shake Shack en EEUU. Observé que el personal de la caja y los meseros, eran todos venezolanos.
Fueron cuatro negocios distintos, en lugares diferentes de la capital colombiana, protagonistas de una misma esperanza que lleva a personas a dejar su arraigo, sus familias, amigos, vecinos, sus vidas, su mundo entero, con tal de poder cruzar la frontera de una u otra manera, para poderse establecer en Colombia y desde aquí poder cumplir sus sueños, mejorar sus condiciones de vida y enviar dinero a su Venezuela del alma, donde sus familias están aguantando hambre.
Las mismas preguntas que me hice durante el viaje a New York, volvieron a mi mente hace dos días, al ver que los colombianos están siendo desplazados por los venezolanos en el mercado laboral; la diferencia, es que esta vez sí conocía las respuestas:
¿Es denigrante un trabajo de limpieza o de cocina para un colombiano? No. El colombiano es una persona trabajadora que sin importar las circunstancias, con el sudor de su frente, prefiere un trabajo honrado antes que delinquir.
¿Dónde está la clase media baja que realiza estas labores en Colombia? En este momento los Colombianos están siendo desplazados de sus trabajos e ingresando a hacer parte de la informalidad, porque de acuerdo con el gobierno Colombiano, vender dulces en un bus, o en la calle, es contar con un empleo “informal”.
¿Lo que está haciendo el trabajador venezolano era lo que tenía en mente cuando dejó su país? Así es. Al llegar a Colombia ya cuentan con familiares, amigos, conocidos, casi todos con edades que oscilan entre los 20 y 30 años de edad, saben a lo que vienen y ya saben dónde van a ubicarse laboralmente: solo es necesario aceptar el humillante salario, no quejarse, agradecer a Dios y al empresario la oportunidad para salir adelante y listo.
¿El salario que pagan los empresarios a los inmigrantes es el mismo que recibiría un ciudadano legal? No. El venezolano es explotado. En plata blanca, el dinero que se debe pagar a un Colombiano por un día de trabajo en los establecimientos mencionados, con jornadas de nueve horas, en promedio es de $50.000 COP (US$ 16,66), el doble de lo que se le paga en la actualidad a un Venezolano. Los empresarios se convierten en unos hampones, atrevidos y miserables que cada día se enriquecen más, a costa de la desgracia de nuestros hermanos venezolanos.
Para el caso colombiano ¿tendría razón el argumento de Donald Trump al querer expulsar a los inmigrantes ilegales y volver “Colombia para los colombianos”? No. La solución no está en expulsar a los inmigrantes. Son personas que llegan a trabajar y dinamizar la economía, así que bienvenidos sean; lo que está mal y toca combatir, es la explotación a la que son sometidos con salarios inferiores, malos tratos e incluso abusos.
La situación es tan crítica en Venezuela, que los jóvenes —el futuro de ese país— deciden arriesgar sus vidas y abandonarlo todo, e intentan labrarse un futuro mejor llegando a Colombia a trabajar de sirvientes por un jornal de 8 dólares al día, para cumplir así su nuevo “sueño americano”.
Bogotá y New York: “…Concrete jungle where dreams are made of, there's nothing you can't do…”