Existe una historia rosa y una historia negra, todo depende de quien la cuente y del ojo con que se mire.
Cuando los barbudos invasores llegaron lo primero que se propusieron fue encontrar las riquezas de lo que ellos consideraban que eran las indias occidentales, venían en busca de especias, pero también del metal dorado. Cristobal Colón andaba con una mapa en el que Marco Polo había descrito una isla llamada Cipango, en donde existía gran abundancia de oro. Tan mal trecha andaba la economía española que los reyes centraron su esperanza en un una aventura incierta. La lucha contra los moros había agotado las arcas del monarca y no se podían dar el lujo de adquirir las tan necesarias especias a través de intermediarios.
El mal llamado descubrimiento que nos han enseñado en las escuelas es en realidad el exterminio de más de diez millones de nativos que habitaban estas tierras exuberantes; con los españoles el nativo americano se volvió más salvaje a los ojos de los invasores y su cultura fue considerada como algo abominable ante los ojos de su dios. De España recibimos muchas cosas como la viruela, las caries, la gonorrea, la gripa europea y la concepción del secuestro extorsivo; Francisco Pizarro, un analfabeta criador de cerdos, secuestró al inca Atahualpa y antes de degollarlo exigió un rescate que ascendió a un millón trescientos veintiséis mil escudos de oro, sin contar con las andas de plata y oro. Algo parecido ocurrió con México Tenochtitlan, cuando Hernán Cortes llegó a ella capturó a Moctezuma, no sin antes sentir la bravura de los mexicas.
La historia de América, de Sudamérica, es una historia de lágrimas y explotación. Actualmente seguimos siendo la colonia de hace cinco siglos, pero esta vez los invasores han llegado de todos los rincones del mundo, vienen como langostas atraídos por las riquezas de nuestros suelos; ya no llegan en barcos, sino en aviones; ya no cambian espejos, sino promesas de prosperidad y desarrollo; ya no se valen de las indias para negociar, sino de los títeres que nos gobierna; ellos son los muñecos manejados por ventrílocuos. Nuestros gobernantes son gobernados. Nos han querido vender la idea de que el progreso de este subcontinente solo se logrará si dejamos que los extranjeros exploten sus riquezas. Se les olvida a nuestros gobernantes lo que la historia habla de lo que ocurrió en el Perú con Potosí. Después de que pasó la hojarasca lo único que quedó fue la miseria. Para infortunio de nosotros los invasores se han vuelto más astutos y ya no se dejan engañar con la leyenda de un Dorado, ahora socavan nuestras montañas para buscar su propio tesoro y contamina lo que en realidad debería considerarse como un tesoro invaluable: La naturaleza.
¿Qué venderemos cuando los extranjeros hayan agotado nuestros recursos?, ¿qué comeremos cuándo la actividad minera y otras igual de dañinas hayan acabado con nuestra tierra? Nuestro país era el cuarto en el mundo en recursos hídricos, ahora ocupamos el puesto dieciséis; todo esto en menos de sesenta años
Sudamérica se ha convertido en la gran ramera que se ofrece a todo aquel que le tire una migaja. Somos el patio trasero de los americanos del norte y la despensa de los europeos. Seguimos manteniendo un pensamiento medieval sobre la concepción social y en todas nuestras acciones se refleja un servilismo dañino, herencia de nuestros antepasados españoles nacidos en este subcontinente. El progreso que se anuncia con tanto estrépito se reduce a carreteras y elefantes de concreto; no hemos podido salir del atraso y la desigualdad social, y aunque contamos con las materias primas para nuestro desarrollo industrial, no los aprovechamos, por ejemplo, vendemos petróleo a bajo precio y lo compramos procesado a un precio mayor, vendemos algodón y compramos las prendas de vestir más caras. ¿Entonces dónde está el desarrollo y el progreso?
Vengan aves de rapiña, ratas, langostas. Vengan y asistan al banquete que les ofrece la gran prostituta de piernas abiertas.