El teniente coronel Alexander Vindman declaró en el Congreso acerca de la famosa llamada Trump-Zelensky del 25 de julio que: “No pensé que fuera apropiado pedir a un gobierno extranjero que investigase a un ciudadano de Estados Unidos”, cuando escuchó la charla por teléfono de los dos mandatarios. Además de no ser ético, ponía en peligro la seguridad del país, agregó el teniente, el 29 oct. Este testimonio podría ser devastador para el presidente de los Estados Unidos. En el momento de la llamada Vindman estaba presente en razón de pertenecer al Consejo de Seguridad Nacional y por ser experto en Ucrania, allí nació. Su padre, sus dos hermanos, su abuela y él abandonaron Ucrania a los 3 años de edad para venir a Nueva York. La reacción de Trump ha sido la de calificar a Vidman de “anti-Trump”; altos funcionarios del gobierno dijeron que la declaración escrita del militar revelaba que “no estaba de acuerdo con las políticas” del presidente. Trump exigió a su homólogo ucraniano, a cambio de descongelar fondos para el país, investigar a Joe Biden y su hijo Hunter en relación a sus negocios en aquel país, para él sacar beneficios electorales en la campaña de 2020.
“Si no estás conmigo, eres mi enemigo”, decía Darth Vader en La guerra de la galaxias, y es el resumen exacto del ambiente que se vive desde que Trump llegó a la Casa Blanca. El estar conmigo trumpiano quiere decir estar dispuesto a transgredir todos los códigos y valores que intervienen en la dignidad humana. Vituperar la democracia que tiende hacia la “igualdad” como pensaba Tocqueville. Ver como sospechosos los elementos que componen un Estado de derecho, por la razón simple de que son un fastidio y entorpecen los planes personales del presidente. El ser mi enemigo representa persecución, acoso, hostilidad y desplazamiento.
Robert De Niro, célebre por su papel en Toro Salvaje, reconocido enemigo de Trump, declaró el 1 de nov a The Guardian, que Trump “es un mafioso” y que lo único que desea es verlo en “la cárcel”. Sentimiento compartido por los antitrumpianos que son legión. Paul Krugman en su columna del NYT, 15 oct, declaró que comparar a Trump con un jefe de la mafia era desprestigiar al mafioso porque “este para construir su imperio, así sea criminal, debe ser respetado por su palabra” y la gente sabe que al menos “cumplirá tanto sus promesas como sus amenazas”. Si no cumplen sus acuerdos se desprestigian, que es el sendero por donde va Trump, “rompe sus promesas cuando le parece conveniente”, como hizo con los Kurdos, dejando ver a los líderes de otras naciones que en el fondo hay “unas promesas vacías, e igualmente las amenazas”. Esto produce el debilitamiento de los Estados Unidos, dice Krugman.
Nadie sabe para dónde va Trump, su personalidad es muy disruptiva, es más fácil ganarse el gordo de navidad que acertar con él. Los caminos que toma son trochas intransitables, inaccesibles a timoratos. Tan escurridizo como el tigre blanco de la India. Por donde va, detrás le sigue un ejército de abogados, que han sido entrenados para transitar por entre la venalidad y la línea delgada que mezcla el prevaricato la elusión el perjurio y la colusión. Desventurado quien caiga en tal red tejida con primor prolijo. Para dar en la diana con Donald es bueno saber que “él no razona como usted o como yo. El habla como un proveedor a sus clientes. Trump solo entiende la lógica de la ganancia a corto plazo”, explica el novelista Russell Banks.
Trump es la respuesta al estereotipo genuino del “millonario americano” que vive para el lujo, el derroche, la vanidad, tríptico desembocante en un mundo fantasioso, que restringe la idea de hacer llegar los beneficios al mayor número de personas posibles. El bien común no juega ningún papel en la mente del coleccionista de millones de dólares, va contra sus principios y es objeto de persecución porque pone en peligro su estabilidad mental, prefiere disolverlo en la realidad de lo imposible. A Trump lo mueve el dólar y sus efectos colaterales: placeres, juergas, tener la última limusina, la casa más costosa del Upper East Side de NY; modo de vida casi inalcanzable para la inmensa mayoría de estadounidenses. Trump se encargó de hacer creer a los miles de desencantados, familias venidas a menos, obreros despedidos, agricultores quebrados, mineros desesperados, que él no los iba a engañar si le daban su voto, aparte de que podrían recuperar la esperanza. Emergió como un salvador, todo el que se sintiera desheredado podía acercarse a él y compartir la idea de hacer de nuevo grande a América.
Después de tres años de presidencia la América de Donald Trump hoy no es más grande. Su gobierno hizo una reforma fiscal en diciembre de 2017, que prometía recuperar “la grandeza de nuevo”, crear empleos y aumentar la inversión. Un editorial de ese momento del periódico NYT dejaba claro que la nueva ley fiscal era “un regalo gigantesco de Trump a sus donantes y golpeaba al resto”. Así fue, los efectos benéficos no se produjeron, se ha despedido miles de trabajadores, creo que más que con Obama, miles de negocios cerrados. Por ejemplo, en AT&T a pesar de sus ingresos millonarios, se han eliminado 23.328 empleos, según publica The Guardian. General Motors (GM) obtuvo beneficios netos de $ 4.575 millones de dólares en el primer semestre de 2019; pero sus 50.000 trabajadores acaban, 26 oct, de cerrar una huelga de 40 días por mejores condiciones laborales y sueldos. Mary Barra, presidenta y CEO de la empresa automotriz, fue incapaz de impedir la huelga que ha dejado pérdidas millonarias. Barra fue una de las asesoras de Trump para elaborar su reforma tributaria. Trump no le ha cumplido a esos trabajadores desesperanzados que votaron por él.
Sí han logrado enormes beneficios, con los recortes de Trump, los bancos. Cinco de los mejores bancos de Estados Unidos recogieron $ 10 mil millones de dólares en ganancias en la 1ª mitad de 2019, gracias a la revisión del código de impuestos, hoy está por debajo de 22% comparado con el 30% de hace tres años. Ganan los banqueros; migajas para los empleados; cierre de sucursales. Otro de los pocos beneficiados es Rolls-Royce, tuvo récord de ventas en 2018 a raíz de la reforma de Trump. Vendió 4.107 autos de lujo, Cullinan, es la cifra más alta en los 115 años de historia de la marca. Los compradores ricos gastan parte de sus ganancias logradas con los recortes de la administración Trump, pagando $ 380.000 dólares, por el valor de cada juguetito-royce. Son cifras mareantes que para un vendedor de humo como lo es el millonario neoyorquino, colman su infinito ego que lo lleva a decir que nunca antes la economía había sido tan buena como ahora, con él. Lo tuitea y retuitea millones de veces y sus desprevenidos seguidores lo aceptan como si fuera un versículo del Talmud. Lejos de la realidad porque su cacareada reducción de la tasa impositiva corporativa del 35% al 21% no ha hecho crecer la economía, ni aumentado los salarios y la competitividad no se ve. HP, la tecnológica californiana espera despedir 9.000 empleados, el 16% de su fuerza laboral, durante los próximos tres años, dijo el 4 de oct. WeWork, en dificultades económicas, anuncia suprimir no menos de 3.000 empleos. El coloso de la industria del automóvil, GM, obtuvo en 2018 ganancias por $ 11.800 millones de dólares —gracias a los beneficios corporativos de la reforma tributaria de 2017—, pero en nov de ese mismo año, anunció el despido de 14.500 trabajadores y cierre de cinco plantas. De ahí su huelga de sept 2019, de la cual dijo Trump: “Me entristece la huelga”. A GM Obama la salvó de la bancarrota en la crisis de 2008 al invertirle miles y miles de millones de dólares. Lo que prima en GM es “la codicia” como afirmó el senador Bernie Sanders, tal vez el único político americano que habla sin tartamudear; claro, porque está en campaña política.
Pero la rebaja de impuestos a los más adinerados y a las grandes multinacionales con el objeto de impulsar el empleo y pagar más impuestos, no es una idea original de Trump. Si hay algo que se pueda afirmar tajantemente es que Mr. Trump no tiene nada de original; esto no riñe con que puede ser un hombre brillante e incluso tener sentimientos ruines. Esas mismas rebajas las hicieron Ronald Reagan y los Bush, condujeron a disparar el déficit público. Reagan fue elegido por decir que la deuda estaba fuera de control. Inexacto porque cuando ganó en 1981 la deuda estaba en el punto más bajo de los últimos 50 años —exceptuando 1944 en plena guerra—. Pero Reagan con su carisma —es el único presidente de los Estados Unidos con auténtico carisma, no postizo— puso de moda el extraño apotegma: “Endeudarse es bueno y ayuda al crecimiento”, aunque el resultado lo dice todo, la deuda aumentó en 9,2 billones de dólares. El desmadre se produjo porque el presupuesto de Reagan no fue acorde con el ingreso público, y por otra verdad bastante incómoda, el partido republicano mantiene la luz que le imponen sus donantes. Como lo dijo, repito, el NYT en diciembre de 2017, cuando Trump anunció su mendaz ley de reactivación, “es un regalo gigantesco a sus donantes”. Uno de ellos, posiblemente el mayor, el multimillonario David Koch, fallecido recientemente a los 79 años. Él y su hermano Charles, 83, eran republicanos hasta los tuétanos. Ambos manejaban la agenda conservadora, inyectaban millones en la política e influían como nunca antes. En 2016 invirtieron millones de dólares para evitar que el Senado cayera en manos de los demócratas. Habían creado una red para promover políticas como el recorte de los impuestos en los Estados Unidos. Ejercieron enorme influencia, con otros donantes, en la decisión de la Corte Suprema en 2010 para despejar el camino al gasto desenfrenado. Desde luego, los hermanos Koch, son el prototipo de ese tipo de espécimen suscrito a la idea, tan humana, de que solo ellos tienen derecho a vivir. Ni Trump ni nadie es capaz de imponerse a los donantes y lo republicanos viven atentos a escuchar sus voces. Por ello están las cosas como están, hasta el punto de que, el recorte de Trump —como ocurrió con Reagan y Bush— ya ha aumentado la deuda nacional de los Estados Unidos a $23 billones de dólares —$23.008.410.000.000—, como comunicó el viernes 1 de nov, 2019, el Departamento del tesoro estadounidense. Trump podría superar a Obama, el campeón de la deuda ascendente, por todo lo que implicó la crisis de 2008, cuando el capitalismo se hundió y tuvo que ser reflotado por millones y millones de dólares que se inyectaron en las finanzas para evitar el colapso final. La actual deuda duplica la cifra de hace 20 años.
Las débiles voces que se atrevían a hablar del fracaso de la ley fiscal de dic de 2017, se apagaron pronto y quedaron olvidadas en el desván, en virtud de la "guerra comercial" que lanzó a la administración estadounidense a colocar aranceles a todos los productos llegados del exterior. Tampoco es una idea original del neoyorquino. Bush la lanzó, pero al poco tiempo bajó la guardia por lo inconveniente que resultaba. La guerra arancelaria de Trump ha sido sostenible en el tiempo, pero su consecuencia nefasta para el mundo entero, ha traído, no recesión, pero sí desaceleración económica. Que ha puesto a temblar a muchos gobiernos. Ilustres cabezas han rodado por los suelos a causa de este drama. Como lo atestiguan las testas de Macri, Piñera y Lenín, en Suramérica, efecto del remezón estructural trumpiano, de donde brota la entente AMLO-Fernández. A un año de las elecciones en Estados Unidos, no creo que esta guerra se prolongue más allá del 11 de abril, 2020. Ese día, Trump tiene que lanzar las campanas al vuelo, anunciando su victoria, sobre China y el mundo, que le dará la reelección el próximo 3 de noviembre. La guerra comercial quedaría así reducida a un potente bálsamo electoral.
Pero el día de la reelección de Trump es cada vez más semejante a una cuesta empinada, llena de bichos pestilentes y con tendencia a difuminarse. Se podría convertir en la tierra prometida de Moisés. La vislumbraría, pero desde la lejanía. Hoy debe estar atravesado por el mismo sentimiento que golpeó su ser, cuando se enteró que el fiscal Robert Mueller, llevaría la investigación de los lazos rusos con su campaña. Esa noche dijo a su familia, “es terrible”, en sus palabras había confusión, “es el final de mi presidencia, estoy jodido”. Enseguida, Melania le preparó una infusión de valeriana, y la bestia quedó profundamente dormida. De los dos años de duración de esta guerra comercial —que trae desquiciado a tirios y troyanos— se salta al aún más oscuro y turbio caso del "juicio político", impeachment, que la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, inició el 31 de octubre de 2019, cuando se aprobaron las reglas que regirán durante el proceso. “Nuestra democracia está en juego”, afirmó Pelosi antes de la votación, 232-196.
El informe final del fiscal Mueller termina así: “Si estuviéramos seguros después de la investigación de que el presidente no obstruyó la justicia, lo declararíamos”. Mueller salvó los muebles diciendo que a él no le correspondía juzgar al presidente de los Estados Unidos, eso recaía en los jueces. En román paladino lo de Mueller significa que sí hubo colusión con los rusos. Esto no explica del todo la derrota de Hillary Clinton, que fue humillada tanto por Barack Obama, cuando era impensable que un negro dirigiera a la nación de Thomas Jefferson, como por Donald Trump, un magnate que hizo su patrimonio a golpe de triquiñuelas, que lo convertían en el más inepto para ocupar la oficina donde estuvo sentado Benjamín Franklin. Hillary quedó lívida, grogui, solo balbucea: “Todos los días me pregunto cómo pudo pasar”, hablando de su derrota en The Telegraph, nov 2017. Advirtamos una cosa, con Hillary hoy el mundo sería otra cosa, si no se hubieran interpuesto los rusos, estaría 12 peldaños arriba del punto donde nos encontramos, no en los 12 peldaños abajo adonde lo ha llevado Trump. En cambio, sí explica el amor ciego de Trump por el presidente Vladimir Putin. Cosa impensable en la Guerra Fría cuando americanos y soviéticos no se podían ver ni en pintura. Pero a Trump le apasiona lanzar los dados, y dormir solo en un cuarto infestado de serpientes venenosas. Ahí es donde radica el enigma que muchos le atribuyen.
Lo aprendió de su maestro el insigne Roy Cohn, un abogado neoyorquino para quien los códigos que rigen el derecho habían sido escritos por tarados mentales y la justicia se tenía que administrar como él dijera, “decidí, hace mucho tiempo, tener mis propias reglas”, magazine Politico, 19 sep, 2019. Los enemigos de Cohn decían de él, que era “una nueva cepa de hijo de puta”. Quienes conocieron a Cohn dicen que vivía para salirse con la suya. No pagaba sus facturas, pero desafiaba a sus acreedores a demandarlo por lo que debía. Tampoco pagó sus impuestos, acumulando millones de dólares en gravámenes, porque ese dinero iba a “subsidios de asistencia social”. Era un abogado que odiaba a los abogados, un judío que odiaba a los judíos, y un gay que odiaba a los homosexuales. “La gente venía a mí, me buscaban desesperados”, sus clientes lo llamaban “pit bull”.
Cohn sabía muy bien —como dice Eric Hobsbawm— que se movía en un medio, la encopetada sociedad de Manhattan, donde el dinero y el poder anulan las reglas y la ley. Su modus operandi se basaba en estos ítems: Desvía y distrae, nunca ceder, jamás admitir culpa, mentir y atacar, publicidad sin importar qué, ganar sin importar qué, cree en el poder del caos y el miedo. Todos los fiscales de Estados Unidos persiguieron a Cohn, por su conducta inconexa, pero fue absuelto en 1964, 69 y 71. Desde 1973 representó a los Trump. El día que un Donald de 27 años conoció a Cohn, hablaron durante cuatro días seguidos, en los cuales descubrió para qué estaba en la vida y quedó “fascinado” por el personaje. Sería su espejo hasta el día de su muerte, en agosto de 1986.
Al funeral de Cohn asistió todo Nueva York incluidas las dos Torres Gemelas que aún no había derribado Osama Bin Laden. Andy Warhol, no faltó. Rupert Murdoch y Roger Stone. Miembros de Cosa Nostra, y un portavoz del capo Salvatore Riina. Ni Heidi Klum ni David Beckham asistieron porque apenas andaban en pañales. Tampoco Salman Rushdie, que aún no había escrito sus versos satánicos. No faltaron tanto el joven Bill de Blasio como Rudolph Giuliani, en medio de la conmoción general quedó flotando en el velorio una frase críptica, dicha por no se sabe quién, “deja a la humanidad en la oscuridad”. Sí, Donald Trump sí acudió, no habló, nadie se lo pidió, pero… treinta años después no pudo callar, ocurrió el día que ganó el derecho a ser el 45° presidente de los Estados Unidos, por los medios que fuera, eso ya es indiscutible. Brindó con Stone y soltó una frase con tintes humanos: “Cómo hace de falta Cohn, ¿verdad?”, chin… chin…; Louise Sunshine, ejecutiva de la Organización Trump, dijo en Vanity Fair que “Trump lo amaba… porque era despiadado”.
Si nos fijamos bien en los atributos que hemos mencionado de Cohn, son los mismos que hoy maneja Trump con insuperable destreza desde que llegó a la presidencia. Con una pequeña enorme diferencia, hoy existe Facebook y Twitter, Trump comprendió rápidamente el poderío de las redes sociales. Por primera vez en la historia de la humanidad, un presidente maneja el mundo a golpe de tweets. Se convirtió en su pasatiempo favorito, en los tuits critica, insulta, glosa o amenaza, según le salga, a sus rivales políticos y geoestratégicos. Tiene amedrentado al mundo, en pie de guerra y ha polarizado a la sociedad global. Lanzar un tuit, ver cómo crece y marca la agenda de gobiernos y medios le hace subir los niveles de serotonina. Retuitea cuentas sospechosas de nacionalistas blancos, fanáticos antimusulmanes, oscuros seguidores de QAnon, sectas satánicas cuya liturgia es el odio. En sus cuentas maneja 66 millones de seguidores que esperan ansiosos sus mensajes llenos de mentiras, agitación racista, caos y división del país entre los que lo aman o lo odian. NYT, 3 nov, hizo una investigación pormenorizada sobre los 11.000 tuits de Trump desde cuando gobierna, más de la mitad de ellos han sido ataques —como si él fuera un pit bull— y la persona a la que más ha elogiado es a él mismo.
Su perturbación mental la ha equilibrado con la obsesión narcisista. Está absolutamente imbuido de que en él se originan las cosas. En sept 2018, en el discurso ante la Asamblea General de la ONU, todo el auditorio —193 jefes de Estado— se partió de risa, al oírlo decir: “En menos de dos años mi administración ha hecho más que cualquiera otra en la historia de nuestro país”.
Una sinfonía de risas inundó el salón, como si estuviera viendo una actuación de Laurel and Hardy. Las risas aturdían la sala. Donald, desconcertado, volvió a decir: “Esto es cierto”. Nada, el coro siguió creciendo. La peluca rubia se erizó y entró, por segundos, en silencio. Risas, risas, y más risas. Y al final, con aire contenido, dijo: “No esperaba esta reacción, pero está bien”.
Dado a aprovechar el sudor de otros, para llevarse él el crédito. “Nunca en la historia de nuestro país la economía ha sido tan fuerte como hoy”, tuit del 4 nov, al cerrar el índice bursátil Dow Jones en 27.462, con una revalorización anual de 13,92%. Esta es una frase estándar, que está en todos sus mensajes y discursos. Puro humo. George W. Bush acabó con la América blanca, anglosajona y protestante (WASP en inglés), amplió la obra iniciada por Ronald Reagan en 1981, que ahora quiere concluir Trump. Barack Obama recibió los escombros del mayor fracaso financiero de la historia de los Estados Unidos; el Dow llegó a 6.600 puntos, lo entregó en el histórico 20.000 puntos, Bush dejó 10% desempleo, Obama bajó a 4,8%. Entregó una economía medianamente robusta, de la que Trump se ha beneficiado. Bloomberg desmiente a Trump, lo ubica sexto entre los últimos siete presidentes, en cuanto a reconocimiento de datos económicos. Adiciona, además, que muchos ciudadanos estadounidenses lo consideran como el jefe de Estado más débil de la historia reciente. Pero es el rey del tuit y de las fake news. Esto debe llevar a una reflexión cuidadosa, porque, como dice el periodista e investigador que reveló el célebre caso Watergate, Bob Woodward, “demasiadas personas están emocionalmente desquiciadas por Trump”.
Y mucho. O tal vez, demasiadamente mucho, porque el magnate de Manhattan lleva enconadas sus iras y es incapaz de encauzarlas, son rabietas infantiles que se han robustecido por la maledicencia, que atrapa a sus víctimas, a la manera del pit bull. Acabar con el acuerdo nuclear iraní, retirarse del pacto climático, restaurar el carbón, extirpar obamacare, activar el título III de la ley Helms Burton en Cuba, entregar los Altos del Golán a Israel, desentenderse del Medio Oriente y dejarlo en manos de un subcontratista como Benjamín Netanyahu, jugar con el control de armas, todo por un atávico y hediondo racismo hacia Barack Obama, por ser quien es. Su proceder causa estupor, quiere poner fin al multilateralismo y con su tendencia al proteccionismo regresar al mundo de 1931. Es un paisaje de debacle, de colores sepia, de figuras macilentas que caminan desdibujadas… la democracia de Estados Unidos está muerta.
Su forma de comunicar la muerte de Al Baghdadi, el 27 oct, “murió como un perro, como un cobarde”. Revela un instinto ruin y no aporta nada a la paz del mundo. ¿Por qué lo ejecutó?, ¿por qué no lo aprehendió y lo juzgó, como se hizo civilizadamente con el carnicero Slobodan Milosevic? Bush ejecutó a Sadam Husein, ¿produjo tan feroz acto algo significativo para aliviar las tensiones geopolíticas? A los criminales y a los genocidas se les responde con el derecho. Otra cosa es regresar a las cavernas. “¡Ganamos!”, tuiteó el 2 oct, cuando la OMC sancionó a Europa por las ayudas a Airbus. “Es una victoria de $7,5 mil millones. Esos países saben que soy muy sabio en eso. Ganamos, no está mal”. Esta es una demanda que tenía 15 años, por tanto, su mérito es residual. Él vive para el incienso. Solo faltaba un Donald alardeando de “sabio”. Estas reacciones insospechadas son las que llevaron a Anthony Scaramucci, antiguo colaborador y eje de su campaña, a decir: “Está mentalmente errático, siembra odio”, en ag 2019, al anunciar que lucharía para evitar la reelección de su antiguo jefe, a quien ve preso de su ataxia mental.
Viene la batalla del siglo: el juicio político a Trump. Habrá que tener nervios de acero; el mundo se puede dislocar. El llamado quid pro quo —chantaje— es evidente. Trump juega con cartas marcadas. Pedir investigar a Hunter Biden, hijo del exvicepresidente, a cambio de entregar ayuda militar, en el plano internacional, con el único propósito de debilitar a un oponente político, rebasa la decencia democrática. Quién investiga a sus hijos, a Ivanka y su esposo, cuyo caso de nepotismo, prohibido por la legislación, se lo saltó Trump con el argumento de que no aplicaba para miembros de la Casa Blanca, cuando los nombró en la nómina presidencial. Y esas cuentas sospechosas de Ivanka y Jared quienes comunicaron ingresos en 2018 por $135 millones de dólares. ¿No hay conflicto de intereses en sus negocios? Y Donald Jr y Eric haciendo negocios inmobiliarios en India y Gales en nombre de la Organización Trump. Allí ellos son recibidos con los brazos abiertos por ser hijos del presidente. Y los numerosísimos y onerosos viajes de los tres hijos en nombre del fisco, ¿qué?
Todo queda en manos de una mujer que tiene los arrestos, la dignidad y la gallardía, que les falta a todos los senadores republicanos juntos. Ella es colosal, proverbial en el cumplimiento del deber, con una ética de acero, sin fisuras en su moral: Nancy Pelosi; lo dijo, imperial, el 31 de octubre: “nadie está por encima de la ley”. Nancy podría cambiar la historia del mundo, los ojos están puestos en ella. Estoy seguro de que, si contara con la ayuda del senador republicano John McCain, sería un hecho; pero el maldito cáncer lo malogró. La manito se la podría dar otro senador republicano, bastante cercano a la honestidad: Mitt Romney, pero… la democracia estadounidense es la más corrompida del mundo.
Roy Cohn perdió el último y decisivo round. Un mes antes de morir, tras una larga persecución de la justicia, de décadas, el Colegio de Abogados de NY ganó el juicio de inhabilitación. El Tribunal lo condenó por “deshonestidad, fraude, engaño y tergiversación”. Murió derrotado. El presidente tuvo que tomar atenta nota de la suerte de su amado maestro. ¿Es invulnerable Donald Trump?