El miércoles 3 de Agosto de 2016 fui víctima de la inseguridad y la violencia que inunda a Bogotá. Fui atracada por una banda de delincuentes entre los que se encontraban una mujer y al menos tres hombres. Me dirigía a las 12:15 del día en mi automóvil sobre la carrera séptima con 124, costado norte a sur. La calle estaba llena de transeúntes como es usual a la hora del almuerzo y el trancón de la vía generaba un tráfico muy lento. Obviamente no había ningún Policía de tránsito a esa hora porque no era el horario de cacería del Pico y Placa.
Durante el trancón que no se mueve, un vendedor ambulante comienza a repartir CDs sobre las ventanas de los carros. Y ahora que ya es muy tarde, me doy cuenta que pasa en dos oportunidades por mi ventana, campaneando (argot del Policía) a sus cómplices delincuentes porque algo pudo ver a través de mi ventana que podría interesarles robar. De repente, pasa una mujer corriendo por mi lado izquierdo y golpea bruscamente el espejo lateral de mi carro y me pide disculpas. Sin embargo, de manera inocente y sin pensar lo peor, bajo el vidrio de mi carro, arreglo el espejo, subo el vidrio, cuando, en un abrir y cerrar de ojos, un hombre mete su mano, me agarra la muñeca, intenta arrancar mi reloj de manera violenta y me corta la mano con el reloj con un objeto corto punzante. Mi mano quedó completamente lacerada. Este trauma brutal me causó lesiones contundentes y un esguince severo. El cómplice atrás, gritaba reiteradamente: “¡Si no lo suelta (el reloj) le metemos un tiro, hp!”. Finalmente el hampón, a costa de su fuerza bruta, logra reventar el reloj de mi mano y salen todos corriendo por la Séptima en sentido norte bajo mi mirada de pánico y tristemente con la permisividad de una sociedad que solo observa y probablemente piensa “gracias a Dios no fue a mí” continuando su camino y dejando a la víctima, en este caso, yo -- mujer sola, con la mano ensangrentada y en shock-- a que solucione su problema como pueda.
Llamé a la línea de ayuda nacional, el 123, cinco veces solicitando ayuda pero nadie llegó. Aparentemente la línea funciona como un Call Center cuyo objetivo es “intentar” conectar al ciudadano con la institución nacional que debería prestarle asistencia y así fue: me comunicaron con la sede central de la Policía Nacional quien tomó mis datos, mi ubicación y me informó que el cuadrante más cercano (el 23) acudiría a mí. Esperé a mi familia que salió en mi ayuda y durante más de 30 minutos esperamos al cuadrante que nunca llegó.
Decidimos no perder más tiempo en el lugar de los hechos porque el sangrado de la mano era abundante y el dolor se hacía intenso, sospechando alguna lesión más severa. Así que, ya acompañada por mi familia, me dirijo a la cínica para ser atendida por urgencias. Llamo ingenuamente otra vez al 123 informando que el cuadrante no había llegado y que me dirigía a la clínica Reina Sofía. La Policía llegó a la clínica al menos una hora después, cuando ya me habían hecho el lavado de las heridas y radiografía, pero ¡Oh Sorpresa! quien llega no es el cuadrante 23 sino el de La Calleja. Respiro profundo. Insisto en hacer mi denuncia. Le cuento mi historia al policita patrullero quien toma notas en una libreta. Le narro todos los hechos de manera detallada, le muestro mi mano, le pregunto qué van a hacer para capturar la banda de delincuentes y su respuesta es que mi información: “Solamente servirá para las estadísticas”. Le insisto “¿No van a patrullar el lugar?, a lo que me responde: “No, usted puede ir a poner su denuncia en la estación de policía de Usaquén, mi señora”.
Le cuestiono a los patrulleros de la Policía la falta de respuesta que hubo a pesar de mis llamadas al 123 y me responden lo siguiente “El 123 no sirve. Para que esas llamadas lleguen al cuadrante correspondiente toma mucho tiempo”.
Finalmente decidí poner la denuncia ese mismo día. Fui a la estación de policía de Usaquén, esperé dos horas para ser atendida, y rendí mi declaración ante un oficial quien, de manera irónica, minimizaba los efectos del atraco y preguntaba sobre el carro en el que me movilizaba, la marca y el avalúo del reloj. Para rematar en tono de burla me dice que “como estaría yo con el robo del reloj, si a él, que se le habían perdido $5.000 a la hora del almuerzo, estaba muy triste”.
El Policía continuamente me decía que el único efecto de denunciar sería “la estadística” y trataba de dirigir la denuncia hasta proponiéndome que no incluyera que tenía lesiones personales, cosa que, por no decir lo menos, me pareció altamente sospechosa.
Mis manos son parte esencial de mi trabajo y por varias semanas estaré incapacitada para realizar cirugías oculares que previenen la pérdida visual de las personas. Este costo personal y social nadie lo pagará, solo yo, mi familia y mis pacientes.
En resumen, la conclusión de la denuncia, según la policía es: que mi denuncia es para las estadísticas; que de mi reloj me olvidara; que afortunadamente no había sido peor y que esperara que en 2 a 3 meses me llamaría la Fiscalía y que yo debía estar pendiente para no dejar vencer los términos.
Qué tristeza pensar que los bogotanos estamos desamparados y no solamente por la corroborada ineficiencia de la Policía Nacional sino por nosotros mismos. La solidaridad humana no está a la orden del día en Bogotá.
Para terminar, el 18 de agosto de 2016 nos enteramos todos los colombianos de que a Carlos Vives le robaron su bicicleta cuando la dejó parqueada al frente de un almacén. Una clara evidencia más de la delincuencia que inunda a Bogotá. ¿Pero puede ser posible que la noticia termina en que hay un operativo de la POLICIA NACIONAL para encontrar la bicicleta de nuestro querido artista, incluyendo recompensa? No me queda duda que la encontrarán y una vez más confirmaremos que hay ciudadanos de primera y todos los demás somos de segunda clase.
A los lectores, les recomiendo cuidarse: vean cómo se protegen porque si no somos personajes públicos, nadie nos cuidará ni velará por nosotros. Qué tristeza, impotencia e indignación.