Star Wars, la película que acabó con el cine norteamericano

Star Wars, la película que acabó con el cine norteamericano

El éxito de la película de George Lucas transformó a Hollywood en una industria en donde lo importante no era hacer arte sino dinero.

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diciembre 16, 2015
Star Wars, la película que acabó con el cine norteamericano
Película Star Wars

Cuando vieron Star Wars Francis Ford Coppola, su mejor amigo y mentor, y Marcia, su esposa y editora, creyeron que George Lucas fracasaría. Les parecía ridículo Chewbacca, el perro gigante que hablaba, las batallas a espada láser, patéticas si se comparaba con lo que había hecho Akira Kurosawa con sus samuráis veinte años atrás y los incongruentes tiroteos en naves espaciales. En 1975 la ciencia ficción era un género menor destinado a los adolescentes. La gente quería ver películas serias como Contacto en Francia, El padrino o El último deber. Hollywood, tomado por los independientes, había amenazado con hundir para siempre a la política de los estudios. Nunca antes el cine estuvo tan cerca de convertirse en un arte.

Pero estaba George Lucas y su ambición. Tímido, silencioso, insignificante comparado con el encanto irresistible que poseía Coppola, Lucas aspiraba a ser un cineasta experimental, un artista underground y libre que sólo hacía películas de arte y ensayo destinadas a un público reducido, exclusivo, intelectual. Gracias a Francis, Lucas logra, en 1969, conseguir setecientos mil dólares para hacer THX-1138 una fría e ininteligible distopía que nadie se tomó en serio.

La culpa de ese fracaso se la achacó Lucas a la industria. Por más que se respiraran vientos de libertad en Hollywood lo más importante, para los viejos y ambiciosos productores judíos, era hacer películas en serie, como salchichas, destinadas a un público que comiera hambruguesas y viera telenovelas. Lucas decía que no había nada más fácil que hacer una película taquillera. Marcia lo contradecía: había que estar conectado con el público y Lucas era un misántropo. Inclaudicable volvió a llamar a su hermano Francis quien era, en 1974, después de sus dos Padrinos, la persona más poderosa en Hollywood.  Sin pedir nada a cambio le consiguió medio millón de dólares para producir una película menor, pasada de moda, que recordaba, en pleno Watergate, los felices años cincuenta. Contra todo pronóstico Américan Grafiti  fue un éxito que recogió más de 80 millones de dólares alrededor de todo el mundo convirtiéndose, de paso, en la película más rentable de la historia del cine.

Atrás quedaban las humillaciones, American Grafiti le abría las puertas de Hollywood. Marcia creía que el malgenio y la frustración  de George serían parte del pasado. Con el crédito de su éxito podía hacer lo que quisiera. Se desempolvarían los viejos y hasta el momento irrealizables guiones como la adaptación cinematográfica, en cuatro dimensiones y de cinco horas, de las Afinidades selectivas de Goethe. Pero George era rencoroso y quería hacerle pagar a la industria su desprecio. Por eso, en vez de darle rienda suelta a sus tendencias artísticas, quiso asegurarse su independencia absoluta realizando un súper éxito taquillero.

Antes de La guerra de las galaxias el cine era una cosa de adultos. Los niños, por lo general, tenían sus películas de vaqueros, sus piratas, su Walt Disney. Pero era impensable que, haciendo una película sólo para jóvenes, se podía hacer un caudal de dinero. La Warner y la Paramount rechazaron de entrada la aventura espacial. Tan sólo 20th Century Fox parecía interesada en el proyecto, aunque, eso sí, tenían sus reparos. La rebelión contra el imperio dejaba a las claras que era una metáfora de una insubordinación, empezada desde Easy Ryder, de los independientes contra Hollywood. No estaba de acuerdo con el presupuesto de 15 millones de dólares y lo redujeron hasta los ocho. Tampoco les gustaba que Carry Fisher, Mark Hammil y Harrison Ford, rostros casi que desconocidos en los setenta, fueran los protagonistas. Para colmo el rodaje fue caótico: los efectos eran obsoletos, los monstruos parecían muppets y nadie se comía el cuento de que el villano, Darth Vader, estuviera vestido de samurái.

En pleno rodaje los técnicos se burlaban del guion, lleno de Chewbaccas y otros ositos de peluche. Al ver los primeros copiones, Coppola, quien con su inmensa sombra había cobijado a su amigo de las intenciones de la 20th Century Fox de quitarle la película, no entendía nada y le pronosticó el desastre.

Además el joven e inseguro Lucas parecía no saber hacer tratos con los magnates de la industria. Nadie entendía el contrato que había firmado con la FOX cediendo el 100 por ciento de la taquilla a cambio del dinero que dejaran los muñequitos, los manteles, las tortas de cumpleaños que saldrían después de ver Star Wars. El merchandancing, en el Hollywood de los setenta, no existía. Además, Lucas se aseguró el control de los capítulos posteriores que saldrían de la impensada saga.

Después de varias cancelaciones, Star Wars: Una nueva esperanza, fue estrenada el 25 de mayo de 1977 recaudando, ese mismo día, 254.809 dólares. Fue un éxito inmediato. Su primer fin de semana hizo 1.154.000 dólares y a los cinco años ya llevaba 450 millones de dólares de ganancia pura. Desde el inicio de la película, cuando una nave espacial pasa por encima de sus cabezas amenazando con aplastarlas, los espectadores quedaron hechizados. El efecto del éxito de Star Wars no se hizo esperar. Películas íntimas y humanas como Toro salvaje, cuya ganancia fue apenas de 300 mil dólares, quedarían obsoletas. Ahora las películas de Terror, Aventura y Ciencia Ficción, dejarían de ser de serie B para transformarse en super-producciones. Hollywood de ahora en adelante sería una fábrica de Blockbusters.

Y Coppola, endeudado hasta el cuello por la locura de Apocalypse now, esperaba que el ahora millonario George Lucas, le retribuyera los favores. El creador de La conversación vio, incrédulo, como su amigo le daba la espalda. Lucas, el cineasta experimental y underground, en vez de hacer sus proyectos soñados, estaba condenado a hacer para siempre secuelas de Star Wars.

Por cada millón que le entraba, George Lucas se volvía cada vez más misántropo, más frío. Marcia, cansada de tanto poder, se separó de él y ayudó a forjar, entre otras, la carrera de Martin Scorsese. Desalentado y amargado Lucas no fomentó la carrera de directores independientes sino que forjó huestes enteras de tecnócratas, ingenieros expertos en efectos especiales y productores, acabando, para siempre, con la idea del cine de autor en Hollywood.

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