Este año hubo cuatro películas colombianas que me hicieron sentir algo parecido al orgullo patrio. El abrazo de la serpiente, Gente de bien, Alias Maria y en los momentos en los que no me dormí mientras veía La tierra y la sombra, demostraron que ya hay cómo y con quien hacer cine en Colombia. Para acabar de redondear la buena noticia Ciro Guerra, Franco Lolli, José Luis Rugeles y César Augusto Acevedo son cineastas inteligentes, saludables y, lo más importante, jóvenes: ninguno de ellos tiene 40 años. Sería buenísimo para nuestro cine que la empresa privada y Proimagenes los continuara apoyando porque, con los recursos necesarios, estos muchachos podrán contar pronto con una obra consolidada.
El problema del cine colombiano ya no es tanto la calidad de sus películas sino que no hay quien las vaya a ver. El público sigue siendo el mismo: descriteriado, prejuicioso, bruto y cansado que aplaude cada 25 de diciembre la nueva película de Dago. Lo que preocupa es que ese público primitivo está en las universidades y muchas veces entre los seudo intelectuales que enarcan la ceja y dicen con desprecio que ellos no van a ver cine colombiano porque son muy inteligentes y no están para esas guachafitas. Son los mismos que se creen superiores porque no han visto un solo episodio de la saga de Star wars y se emocionan recordándoles a todo el mundo que ellos no ven televisión porque es La caja boba. A excepción de El abrazo de la serpiente, que estuvo en sala un mes y alcanzó a ser vista por 80 mil espectadores, los colombianos nos perdimos el mejor año en la historia de nuestro cine.
Hace poco entré a ver Alias María en el Cine Colombia de la calle 100. Esta obra amarga, dura, sin contemplaciones, fue por 15 mil espectadores en su primera semana. Hoy, en su segunda semana, apenas se puede ver en tres salas en Bogotá. El valle sin sombras el revelador documental de Rubén Mendoza sobre la tragedia de Armero fue programado por Caracol en el poco taquillero horario de las diez de la noche. Me senté frente al televisor y tuve que comerme el puño de la rabia al ver cómo, de una manera vandálica, Caracol iba cortando la obra con comerciales, quitándole el ritmo, arrasándola. Pobre Rubén, me imagino la rabia que le dio ver lo que le hacían a su proyecto. La audiencia que tuvo el Valle sin sombras fue paupérrima.
Si el público le sigue dando la espalda al cine colombiano nuestros realizadores se van a secar. Una película es una inversión que no se puede hacer con menos de trescientos millones de pesos si uno quiere tener un poco de calidad. Se necesita que la gente llene las salas para que nuestro cine tenga buena salud. Dago, quien tiene la clave de como conectarse con el colombiano promedio, ha dado una muestra de generosidad y sentido común aportando recursos para películas maravillosas como El abrazo de la serpiente y El valle sin sombra. Con ese compromiso que adquirió la crítica entera le debe una disculpa a nuestro Cecil B. De Mille y él, de paso, purga sus culpas por hacer comedias simplistas de éxito seguro.
Este año las palmas se las llevan nuestros cineastas. Las rechiflas son para nuestro horrendo y descriteriado público.