La frase que se volvió sentencia en el país y con la cual título esta columna fue motivo en días pasados de un video viral que acaparó el morbo, reconozco el mío, de la señora Patricia Henao, de 34 años, quien fue la protagonista del video que circula por las redes sociales entre los habitantes de Barranquilla. Allí, Patricia lanza una serie de amenazas en contra de la que sería la amante de su esposo, una amiga suya; donde el triángulo amoroso asiste a un centro cristiano.
Pero no es el adulterio, ni tampoco el que sean cristianos, ni el escándalo lo que lleva a crear estas líneas, sino vuelvo a repetir la frase, esa maldita frase, esa expresión que se volvió una cultura de intimidación, de ego y de poder sobre los demás: “Soy pariente de un paraco”.
Los aciagos años que sufrimos en varias regiones del país por cuenta de esa política paramilitar inspirada y patrocinada desde el establecimiento originó las peores masacres que se puedan registrar. El ser “paraco”, un alias de paramilitar era un título que pesaba igual al del médico, profesor, ingeniero y creo que hasta más cuando se codeaban de la mano de políticos sin ética y moral, bueno que los políticos eso es lo que menos tienen. Pero el delincuente pesaba más que cualquier otra persona de bien, donde el poder armado era la inspiración de jóvenes y pequeños que deseaban crecer para ser iguales a sus parientes que se jactaban de mandar y gobernar a su antojo en varias poblaciones no solo del caribe colombiano sino en todo la atmósfera del país.
“El soy paraco”, la expresión que se volvió una cultura del delito desafortunadamente se transformó en un estilo de vida, donde se defiende el estilo y proceder criminal y donde vergonzosamente se apadrina todas y cada una de sus acciones.
La señora Patricia aunque asegura que fue por la ira, es el ejemplo de que aquella terrible y vergonzosa expresión no ha quedado del todo en el olvido, que todavía se utiliza para intimidar, que todavía el delito inspira como aquella del que quiero ser político para robar, porque en nuestras cabezas cala más el mal que el bien y porque puede ser un ejemplo, ojalá y equivocado, de que esa cultura del perdón que hoy se inspira, es pura apariencia.
Somos un país sufrido por tantos males, somos belicosos, ambiciosos y con grandes enfermedades sociales que a diario se registran por todos los medios, donde se cazan por las redes sociales lo habido y por haber, pero también donde quedan registrados cada uno de nuestros procederes porque actuamos sin pensar, porque olvidamos con facilidad y porque ofendemos y humillamos con una desenvoltura que aterra porque eso es la idiosincrasia colombiana, pero ¿hasta dónde podemos ufanarnos de contemplar el delito como esa justificación de venganza, de actuar y amenazar bajo la cortina de la intimidación?
¿Pecado o delito? Lo cierto es que todavía se tiene en este bendito país la expresión viva del ser paraco como un orgullo vergonzante y calcinante por desgracia, pero lo más triste es que todavía se inspira desde el Senado, y muchos lo repican.