En estos días he evocado las palabras del maya, recogidas en el Chilam Balam: “los cristianos llegaron aquí con su dios, y ello fue el origen de la miseria, el inicio de la mendicidad, el inicio de la discordia”. Lo recordé pues he visto en muchas partes argumentos cristianos para justificar una homofobia camuflada de ferviente fe. Es inconcebible que muchos apelen a los valores cristianos para predicar antivalores cristianos.
El principal argumento al que se apela es el bíblico afirmando que, puesto que Dios los creó varón y hembra, ése debe ser el orden natural de las cosas. Exabrupto descontextualizado y por lo demás académicamente deficiente, pues si acudimos al antiguo testamento para validar nuestro comportamiento, cabría preguntarse si también hay que excluir de la asamblea de Dios a cualquiera que tenga amputado su miembro viril, como afirma Deuteronomio. O si es natural que las hijas embriaguen al padre para tener relaciones sexuales, como lo hicieron las hijas de Lot, aquel cuya esposa fue castigada duramente solo por volver su mirada hacia atrás, quedando convertida en una estatua de sal. O si es válida la ley del talión, aquella que dicta “ojo por ojo” y que se ha arraigado de tal manera en la mentalidad de las personas que ha impedido muchos procesos de reconciliación.
Acudir a la Biblia, y particularmente al Antiguo Testamento como fundamento de este tipo de comportamientos es una forma de suicidio de pensamiento, como ya se ha afirmado antes por miembros del mismo clero católico. Si volvemos la mirada al Nuevo testamento, el cual es uno de los pilares principales de la fe cristiana, no poseemos de manera explícita el relato de algún encuentro de Jesús con un homosexual, pues los evangelios fueron escritos en una cultura patriarcal en la cual los únicos que cuentan son los hombres; incluso se excluyen en los textos los nombres de las discípulas que seguramente acompañaban a Jesús. Sin embargo, no por ello podemos descartar la presencia de homosexuales en tiempos de Jesús (particularmente entre los romanos, quienes solían ser pioneros en este tipo de asuntos). Una cosa es cierta: los datos recopilados que nos acercan al pensamiento y comportamiento de Jesús nos permiten dilucidar algo: si Jesús hubiera encontrado homosexuales en su ministerio, los hubiera acogido en medio de su comunidad, pues el hombre de la inclusión, de la reconciliación y del perdón no hubiese juzgado a nadie por sus preferencias sexuales.
Las personas que rodeaban al profeta de Galilea eran los excluidos de su sociedad: recaudadores de impuestos, prostitutas, aquellos que padecían de aquellas enfermedades que los convertían en impuros o que los convertían en sospechosos de sufrir un ataque espiritual y por tanto un castigo divino representado en su dolencia (hay quienes creen que el Sida es un castigo divino a los homosexuales; en tiempos de Jesús se creía que muchas enfermedades eran castigo divino y sí señores, era con esos castigados con quienes Jesús compartía y a quienes curaba de sus males, una curación que iniciaba por el reconocimiento de su dignidad como personas y por su reivindicación ante la sociedad).
El que Jesús diera preferencia a los excluidos de la sociedad, no como reivindicación sino como derecho legítimo, derecho humano, debe dar pistas claras con respecto a cuál debe ser el comportamiento de quienes dicen ser sus seguidores hoy en día. El cristiano debe traducir en hechos su fe, y apostar por los excluidos de hoy en día, que no son los leprosos o las viudas, o por lo menos no son ellos únicamente; habrá que incluir entre “los pobres de Yahvé” a los indígenas, a los obreros y a los homosexuales. Por tanto, el cristiano debe luchar por el respeto a los derechos de todos y particularmente por los derechos de los excluidos de la sociedad, así que es natural que un cristiano se preocupe por los derechos de los homosexuales, y se alegre con la reivindicación de su derecho al matrimonio, pues es una conquista en medio de tantas luchas por la igualdad que se deben librar hoy en día. Por ello, desde mis convicciones cristianas es que apoyo el matrimonio entre parejas del mismo sexo y me alegro con este reconocimiento hecho a sus derechos, no por diferentes, menos humanos.
Afortunadamente, las decisiones al respecto no están en manos de los fanáticos religiosos, los mismos que profesan la religión del amor y la compasión, sino en manos de los legisladores de un estado laico. Sin embargo, puesto que hablo desde el interior del cristianismo y como cristiano convencido, solo puedo alegrarme de estos síntomas de igualdad que la sociedad profesa de vez en cuando.