El 26 de Julio del 2014 me decidí a realizar el viaje que había soñado y preparado por más de 12 años, recorrer en bicicleta los 980 km entre Ibagué y Santa Marta para llegar pedaleando hasta el mar.
Y como el objetivo además de llegar era recorrer en bici algunos sitios de Santa Marta y la costa caribe, decidí prepararme lo mejor posible nadando do mil metros diarios y entrando varias horas al día en el caballito de acero, lo que junto a una buena alimentación e hidratación me garantizarían el éxito del viaje.
Precisamente lo que más me preocupaba era la deshidratación y el estrés físico al que podía estar expuesto por el ejercicio prolongado, por lo que no escatime en gastos y empecé a consumir grandes cantidades de líquido que me pedía el cuerpo durante los 8 días de viaje, para afrontar las casi 12 horas de pedaleo diario en las que recorría un promedio 160 kilómetros, a temperaturas entre los 27°C y 38°C que me cocinaban a fuego lento.
Diariamente consumía más de 10 litros entre agua congelada y bebida hidratante, que cargaba en mi espalda y en frascos térmicos que se calentaban en cuestión de minutos, Al día era posible que consumiera entre 4 y 6 botellas de Gatorade a 2500 pesos una verdadera renta.
Uno esperaría que después de pedalear durante tanto tiempo, el desgaste de la carretera le hiciera perder algunos kilos de masa muscular como suele suceder con ciclistas como Nairo o Rigo quienes después de una Vuelta o un Tour donde terminan con 4 o 5 kilos menos pero después de casi 40 horas de biela había mi peso paso de 79 a 83 kilos. ¡4 kilos!
Y es que tener sobrepeso o estar gordito no es algo que me trasnoche mucho, pero en esas circunstancias y con la magnitud de la travesía me parecía tan simpática que intente hallar respuestas y esto fue lo que encontré: Azúcar.
¡Ni los jugos, ni los caldos, ni las frutas, ni ningún otro alimento tenía tanta cantidad de azúcar como la bebida hidratante que usé durante todo el camino! Cada una de las 5 botellas de GATORADE que tomé diariamente contenían 14 gramos de azúcar, lo que quiere decir que para el final de la jornada había consumido 70 gr de ella, aparte de los de mi dieta normal.
Cabe aclarar que el consumo máximo de azúcar para un solo día son apenas 25 gr que deben ser origen natural, es decir de frutas y vegetales que al contener fibra impiden la absorción del hígado y su favorecen su flujo normal al intestino. Por mi parte, mi páncreas no tuvo más remedio que producir grandes cantidades de insulina para mandar a guardar derechito el exceso de calorías en forma de grasas; es decir llegue panzón.
Más allá de lo relevante que sea el tema para muchos, el hecho de que estemos sometidos a mensajes publicitarios engañosos hasta en el contexto alimenticio es perturbante, lo que te ofrece un producto es “recuperar los electrolitos que pierdes al sudar”, confías en la publicidad, y lo que terminas tomando es una cantidad de azúcar y colorantes con algunos otros aditivos.
Este exceso de azúcar no solo me causo un aumento de peso, también la sensación de cansancio extremo, lentitud, hambre permanente, además mal humor. Todo como consecuencia de un aumento súbito de insulina dentro de mi organismo ocasionado por el azúcar, síntomas que hacen parte de la mayoría de personas cuando sienten que se han excede con los alimentos.
Lo aterrador del asunto para mi es la idea de que todo lo que consumimos tiene una mínima cantidad de azúcar, al menos el 80% de los productos procesados que ofrecen los supermercados contienen derivados del azúcar en cientos de diferentes nombres y con muchas presentaciones, nuestra dieta y la de nuestros hijos está basada en los almidones, harinas, procesados partir de jarabe de maíz que es más barato que el azúcar común. A los niños se les enseña a comer compotas y coladas desde muy pequeños de tal forma empiezan a depender de una sustancia muy agradable al paladar que es 8 veces más adictiva que la cocaína.
En este sentido, al rebobinar la película empiezo a entender por qué a pesar de que fui un chico que jugaba futbol desde las 2 de la tarde hasta las diez de la noche nunca pude mantener mi peso en mi niñez. Era una bolita que me apuraba panela derretida con leche para ir a jugar. Nací en la época donde los dulces y los postres estaban al alcance de la mano y donde ser más gordito era síntoma de ser más saludable.
Hoy trato de no consumir gaseosa, ni alimentos que tenga mucha azúcar, veo con horror el “refill” en los cines y trato de evitar los “subways” aunque estén metidos en cada esquina, porque sé que siguen ofreciéndole a la gente alternativas para entrar en coma diabético con la mentira de que las calorías que consumes son las que tienes que quemar. Mientras tanto yo sigo siendo un rollizo caballero de 80 kilos consumidor de azúcar, que sigue dándole a la biela para tratar de perder peso a punta de pedal.