Vas a tomar un avión y te conviertes automáticamente en sospechoso de terrorismo, te revisan hasta el alma, si pueden. Entras a un edificio público y eres sospechoso de portar armas o material bélico. Ingresas a un parqueadero y eres sospechoso de llevar una bomba en el carro. Sales de un almacén y te revisan electrónicamente pues eres sospechoso de haber robado.
Definición de sospechar: “Creer, suponer o imaginar una cosa por conjeturas fundadas en apariencias e indicios”. Sospechoso, por tanto, es toda persona que da motivos para sospechar. En este mundo ya ni siquiera se requieren motivos, apariencias o indicios sobre algo, para que te conviertas en sospechoso. La realidad supera la etimología.
Pagas una cuenta y eres sospechoso de hacer el pago con tarjeta ajena, te piden cédula para confirmar quien eres; conduces tu automóvil en la ciudad o carretera y la policía o el ejército te detiene —sin que tu des motivo— considerándote posible maleante; dentro del banco eres sospechoso de transmitir información que permita robar, por tanto no permiten usar el celular.
Somos delincuentes, por principio, ante los demás. No tengo palabras para denotar el sentimiento de abatimiento que esto me produce.
Sospechamos del que pasa por la calle y se nos acerca en busca de información, reaccionamos pensando en "que nos va a hacer", antes de escucharlo. Sospechamos del policía creyendo que siempre va en busca de "mordida", ya la confianza en ellos lejos ha quedado. Sospechamos del médico que no ordena lo que queremos, pensando que está cohesionado por la entidad contratante. Sospechamos del político al asumir que siempre actúa en su propio beneficio.
Aunque todas estas situaciones tienen su grado de realidad, nos hemos ido al extremo de generalizar, de creerlas más cotidianas de lo que realmente son, y nos convertimos en cómplices del temor. El principio “inocente hasta que se demuestre lo contrario”, ha quedado relegado por el miedo.
Y lo peor es que somos tan pasivos que lo aceptamos todo sin chistar. Más aún, lo promovemos creyendo que con esas medidas nos protegemos. Volvemos a los demás sospechosos antes de cualquier indicio.
Estamos tan ciegos que ni siquiera nos damos cuenta de esta terrible manipulación de la que somos objetos. Estamos tan convencidos de que esto es lo “correcto”, que no vemos la maldad que hay detrás de cada momento en que nos convierten, y en que nos dejamos convertir, en sospechosos. Me aterra lo pasivos que somos, el rebaño humano manejado a través del miedo.
Dónde quedó la confianza, esa maravillosa cualidad en que los seres humanos creemos en todos y cada uno de nosotros, que nos une y no nos aleja. La confianza de saber al otro honesto, transparente, “de bien” como decían nuestros abuelos.
¿Será que nos dejamos avasallar por la difusión de eventos destructivos, negativos, que ocultan el sol de la bondad humana? ¿Habrán logrado infundirnos tanto temor que no somos capaces de anteponer la mejor condición humana en nuestras relaciones? ¿Lograremos volver a anteponer confianza sobre desconfianza? ¿Lograremos hacer un acto de desobediencia civil tan grande que se quiten tantos supuestos “controles”?, cuando se sabe que quien realmente quiere destruir logra burlarlos.
Sí, todo ante la seguridad. Seguridad que buscamos afanosos, una de las necesidades más básicas descritas por Maslow. Seguridad que viene desde el vientre materno, el hogar y que pretendemos encontrar en el mundo que nos rodea. Seguridad material, económica, física, que es puesta a prueba cada tanto, para fortalecernos, para despertar la confianza que llama al bien hacer y no a la desconfianza que encuentra siempre la maldad.
Preguntas y propuestas para contestar cada quien. Pero lo más grave del caso, siguiendo la filosofía que orienta mi vida, es que cada vez que desconfío y sospecho de otro ser humano, lo estoy haciendo con un aspecto de mi propio ser.