El día lunes 21 de junio se presentaron choques durante todo el día en el cruce de la Boyacá con Caracas, punto de salida hacia la ciudad de Villavicencio, en la localidad de Usme, en Bogotá. Jóvenes manifestantes se enfrentaron con policías del Esmad, con el saldo de un ciudadano muerto y una veintena de heridos. Según denuncias de los manifestantes, la Policía impactó con una granada de gas en el pecho al hombre que pereció.
En una situación semejante, al día siguiente, el martes 22 de junio, volvió a morir otro ciudadano, esta vez en enfrentamientos con el Esmad en la localidad de Suba. Los mandos policiales se limitaron a decir que el hecho fue consecuencia del impacto de un objeto contundente sin determinar, por lo que no se podía definir responsabilidad alguna. Nuevamente la comunidad afirmó que se trataba de un objeto disparado por policías.
Las situaciones resultan demasiado similares a otras muchas que hemos conocido por los medios de comunicación, pero sobre todo por las redes sociales, acaecidas en otras ciudades y puntos del país. El número de muertos en Cali, bautizada como la capital de la resistencia en Colombia por parte de la gente que protesta, ha sido elevadísimo. Y con relación a todos ellos surgieron las dos versiones, la de la comunidad y la de la Policía.
Los grandes medios de comunicación, al igual que los funcionarios públicos más importantes de cada uno de los sitios donde caen asesinados jóvenes manifestantes, insisten en reforzar la versión de las autoridades policiales, dando cuenta de que se han iniciado las investigaciones correspondientes, que serán las únicas que finalmente podrán definir lo que pasó. Como quien dice, quizás en dos años o más se conocerá si existió responsabilidad policial.
Mientras tanto, vuelven a insistir los mismos, hay que rodear a nuestra Policía que se sacrifica por el bienestar de todos los ciudadanos. Reconocer su fidelidad a la ley. Tal vez exista una que otra manzana podrida en la institución, tampoco se puede descartar, pero en conjunto la Policía es un cuerpo profesional, educado en el respeto a los derechos humanos y en las garantías a la protesta pacífica y legítima. No podemos estigmatizarla, repiten una y otra vez.
Como si se tratara de un guion aprendido. Pese a ello siguen dándose a conocer la suma de atropellos y abusos cometidos por la Policía. Agresiones violentas contra defensores de derechos humanos y la prensa alternativa, detenciones en masa, golpizas brutales y claro está las muertes de manifestantes. De parte del Esmad suele argüirse que se trata de la reacción lógica ante la agresión de que son víctimas los policiales.
De parte de la gente involucrada y las comunidades se afirma lo contrario. Las protestas se desarrollan en forma pacífica y festiva hasta que hace presencia el Esmad y las agrede, convirtiéndolas en campo de batalla. La Policía acusa a las primeras líneas de prepararse para atacarla. Y estas se defienden alegando que ante la violencia policial contra la protesta pacífica, han tenido que apertrecharse para resistirla.
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Existe una situación social explosiva, por cuenta del estado de pobreza y abandono en que se hallan enormes zonas urbanas y rurales. La gente ya no aguanta más y reclama atención y soluciones inmediatas
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Lo cierto es que en nuestro país existe una situación social explosiva, por cuenta del estado de pobreza y abandono en que se hallan enormes zonas urbanas y rurales. La gente ya no aguanta más y reclama atención y soluciones inmediatas. Las acusaciones mutuas entre policías y comunidad son reflejo de la situación caótica acumulada de tiempo atrás y agudizada por la pandemia. No puede escatimarse la responsabilidad del gobierno de Duque en ello.
Lo que se inició como un paro nacional, con inmensas manifestaciones de inconformidad en gran parte de las ciudades del país, y que logró echar abajo las reformas tributaria y a la salud propuestas por este gobierno, entre otros éxitos, lentamente se va remplazando por los choques permanentes entre la Policía y manifestantes en puntos específicos, generalmente originados por bloqueos de vías públicas que las autoridades llegan a despejar por la fuerza.
Se achaca la responsabilidad por estos hechos a Petro y sus aspiraciones a la Presidencia. Sin embargo, quien tenga la curiosidad de acercarse a los puntos de concentración y hablar con los manifestantes, rápidamente se dará cuenta de cómo la mayoría de ellos expresan un rechazo rotundo a toda organización política partidaria, de izquierda, centro o derecha. Dolorosamente los jóvenes en las calles manifiestan ser apolíticos y no creer en nadie.
Exigen que se cumplan los derechos consagrados en la Constitución, al tiempo que expresan un profundo rechazo al uribismo y al gobierno de Duque. Sin que ello implique tomar una bandera política. Una extraña situación que parece estarlos conduciendo a un desgaste inútil de vidas, a una pelea desesperada sin objetivo ni dirección concreta, en la que todos los días sufren pérdidas irreparables. Un alto en el camino y una reflexión sensata son más que necesarios.