Dicen que a los 80 años Moisés estaba dirigiendo el Éxodo, a los 70 a Einstein le dio por aprender griego antiguo, a los 72 Borges completamente ciego, en su “elogio de la sombra” sentenció que “la vejez es el tiempo de la dicha”.
Sin embargo, hoy se ha empezado a normalizar la utilización del término “viejo” de manera despectiva, como una forma de descalificación o tratando de denotar incapacidad o torpeza.
No se trata de un desahogo moral o político ni mucho menos, pero sería bueno detenernos a considerar por un momento lo que pueden sentir nuestros abuelos, o padres entrados en años al escuchar que la vejez ya no es una condición virtuosa sino más bien de menosprecio.
En China los “viejos” son eje fundamental de la familia y de la sociedad por la sabiduría que logran acumular; a lo mejor por eso dicen que filósofo Lao Tse nació viejo; por el conocimiento que albergaba desde la cuna. Hoy resulta desafortunado que en nuestro medio, la política nos lleve a desdeñar como defecto algo que en sociedades más avanzadas es un privilegio.
La ensayista española Lorena Pérez dijo hace poco en un artículo que “Las palabras pueden ser bellas e hipnotizantes y también crueles y destructivas, como la lava de un volcán”; no dejemos entonces que de nuevo el apasionamiento político nos juegue una mala pasada, pues puede que en nuestras “profundas deliberaciones” en redes sociales estemos destruyendo moralmente a seres queridos (padres y abuelos) en defensa o ataque de algunos que ni siquiera saben de nuestra existencia.
Más bien procuremos ser autocríticos y cuestionémonos, pues a lo mejor cuando nuestros padres y abuelos tenían nuestra edad ya habían hecho más por la sociedad o al menos por sí mismo. Sería bueno recordar que personajes a quien dicen admirar como Mandela en Sudáfrica, Mujica en Uruguay, incluso Joe Biden en EE. UU. la democracia más consolidada del mundo, llegaron a ser presidentes de sus naciones pasados de los 70 años.