¿Somos los colombianos tan verracos como nos creemos?
Opinión

¿Somos los colombianos tan verracos como nos creemos?

Por:
julio 22, 2015
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Crecimos en la cultura de los: no se puede, así me tocó, está escrito, ese es mi destino, así Dios lo quiso, es que todo es muy difícil, esa es mi cruz, para que voy si me van a decir que no, para qué denuncio si no pasa nada… y así podría seguir con todas las negaciones que a usted se le ocurran, todas las que aprendió en su casa, en el colegio, en todas partes y que ve repetir en novelas, programas, en los medios de comunicación y en todo su entorno.

Eso se llama “la desesperanza aprendida”, una enfermedad sicológica pegada en las entrañas de los colombianos. ¿Y de qué es que sufrimos entonces? De lo que en términos sencillos se llama “resignación ciudadana”.

Llegué a este tema por un colega con el que estaba comentando sobre este negativismo que nos acompaña, ese darnos por vencidos sin siquiera hacer el intento; ese escuchar y creer en todo y a todos los que nos rodean. Entonces me dijo: “Eso se llama la desesperanza aprendida, una expresión del sicólogo y escritor estadounidense Martin Seligman, reconocido por sus experimentos sobre la indefensión aprendida y su relación con la depresión”.

Hace un año, el consultor Federico González hizo esta excelente definición: “Es un estado en el que la persona se siente indefensa, cree no tener control sobre la situación y piensa que cualquier cosa que haga será inútil.Como resultado, la persona permanece pasiva ante acontecimientos dolorosos, incluso cuando dispone de la posibilidad real de cambiar esas circunstancias”.Jamás había visto una expresión que identificara de manera tan precisa a una sociedad como la colombiana, porque parecemos resignados a todo.

Les doy solo un ejemplo a través de la siguiente historia. Saltando, unos cuantos sapos se cayeron a un hueco, cuya profundidad hacía muy difícil salir de un salto, de un solo intento. Un primer sapo brincó una y otra vez hasta que se cansó, se rindió y dijo: “Es imposible salir de aquí”. Así lo hicieron los demás y siempre concluían lo mismo, “es imposible salir de aquí”. Pasaron los días y el último sapo, de ver que ninguno de sus batracios compañeros lo seguía intentando, decidió insistir y lo logró. ¿Por qué? Porque era sordo, no había escuchado nada de los otros sapos y no se había contagiado de la desesperanza aprendida.

Esto me recuerda la historia de un muy querido personaje del humor nacional a quien admiro y aprecio mucho por su historia de vida, Hassam. En una entrevista me contó que él nació en un hogar con mucha pobreza y que siempre renegaba de la gente que sí tenía dinero, que sí tenía posibilidades; que eso lo amargaba y que era lo que escuchaba siempre a su alrededor, hasta que un día dijo: “No me voy a quejar más y voy a buscar por mis propios medios tener una mejor vida y tener más recursos para mi familia y para mi”. Así se lo propuso y claro que lo logró.

Hay montones de Hassam por mostrar en nuestro país, ¡claro que sí! Pero, ¿por qué no cambia el panorama negro que hoy con acompaña, el pesimismo de nos aqueja, la desesperanza que nos consume?

Con seguridad ustedes se están preguntando a estas alturas de la columna por qué la duda de si los colombianos somos verracos o no. Quiero decirles que de eso no tengo a menor duda, lo que pasa es que nos entregamos, nos rendimos ante la corrupción, ante los malos gobiernos, ante los abusos de los bancos, ante la politiquería... Nos sentimos derrotados ante una realidad que creemos no tiene arreglo.

No es que en otros países no haya “desesperanza aprendida”, pero la hay en menor proporción porque  hay algo que han utilizado que se llama “presión social” y que se fundamenta en la solidaridad de intereses comunes. La presión social se constituye en el control social que es exactamente lo que no estamos haciendo y que se convierte en el gran derecho político que tiene un ciudadano y que aquí no usamos, no recurrimos a él porque no creemos en nada.

¿En qué momento Colombia, un país cuya raza hizo cosas maravillosas en el pasado, que forjó ejércitos para campañas libertadoras, que tiene ciudadanos de bien para mostrar, aprendió la desesperanza de hoy?

Quiero hacer un llamado a la rebeldía desde lo permitido, desde lo legal, desde nuestros derechos… Pero sin organización, sin solidaridad y rindiéndonos antes de intentarlo, quedaremos sumidos en la desesperanza aprendida.

Sin duda los colombianos somos unos verracos, pero si seguimos pasivos e insolidarios como hoy, la verraquera quedará en el recuerdo.

¡Hasta el próximo miércoles!

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