Soy del país que cobra deudas con pistola, que castiga infidelidades con la vida del amante. Esa nación idiotizada que dependiendo del monto robado, es susceptible de destrozar al raponero en una esquina o de llevarlo a la Presidencia. Soy pereirano. La mía es una ciudad que contó tasas de homicidio entre las más altas del mundo, donde los niños buenos se acuestan a las nueve. Me estremece la capacidad criolla de hacerse matar por un amigo o de convertirse en homicida por un enemigo. Saltando del paraíso absoluto (“el país más feliz del mundo”) al infierno ardiente de la Congresista María Fernanda Cabal (“la peor crisis humanitaria de América”) se debate la historia patria.
Conozco ese país, lo he sufrido y amado por igual.
No conocía el de las oficinas aburridas, el de los profesionales cultos que visitan portales en internet, el de los ilustrados y privilegiados que en lugar de rebuscarse la vida con un revolver como cuchara, pueden opinar libremente en twitter, comentar en foros virtuales, discutir sobre actualidad, leer columnas contra el aburrimiento. No conocía ese país que se jacta de su superioridad moral, mirando por encima el despelote diario. Veo que las diferencias entre esa nación a piel de calle con la cual crecí y la nación culta que se volcó en los medios a destrozar una Congresista son mínimas. Operan lógicas similares de arbitrariedad y de violencia.
Después de una reacción escandalizada y exagerada de muchas personas por un artículo publicado en Las 2 Orillas[1], donde defiendo el derecho de María Fernanda Cabal a opinar según su detestable criterio, que nunca será el mío, quiero insistir en algo: es mejor que hayan existido esas palabras odiosas contra el Nobel, es infinitamente más sano que sean dichas por quién las dijo para que podamos tomar posición encarando nuestro pasado, nuestro presente, nuestro futuro gobernados por cómplices de criminales que están picados de salvajismo. Los políticos tienen la obligación de decir cómo piensan. Es absurdo pedir que los personajes públicos deban coartar sus opiniones.
Quienes nos pasamos la vida completa luchando para que se pueda opinar y pensar diferente, no podemos comulgar con la censura.
La conclusión a mi defensa de María Fernanda Cabal fueron los comentarios de los lectores, algunos tan mal argumentados, falaces o groseros como las palabras de la Congresista, que al fin acaban por dar la razón a un planteamiento central: la opinión es un asunto inviolable, porque pertenece al terreno de las ideas. Quienes opinan en redes exigiendo censura, castigo o cosas peores para la señora Cabal, no se enteran que apelan al mismo derecho que pretenden arrebatarle. Y con el mismo odio ciego que supuestamente se critica.
No hay mucha distancia entre la Colombia de las balaceras y ésta polarización feroz que se vive en las redes sociales, los portales de información y los entornos supuestamente educados. Pertenecen a la misma cultura que cobra deudas con pistola, que mata a pedradas un ladrón acosado de hambre, cuando podría alimentarlo. Somos todos del mismo infierno.
Camilo Alzate - @camilagroso
[1] http://www.las2orillas.co/en-defensa-de-maria-fernanda-cabal/