El domingo, desde las 7 de la noche, me encontraba en la cancha de las Vegas, uno de los 27 sectores de Nelson Mandela. Ahí se presentaría Somos Calentura, una película que presenta una temática que va desde lo urbano y el baile hasta la trágica realidad de Buenaventura con la pobreza, el narcotráfico, los grupos armados y el abandono estatal. No por casualidad el filme había sido escogido para proyectarse aquí.
Los organizadores procuraron tener todo preparado para que los asistentes, en su mayoría niños entre los 6 y 15 años, se sintieran por primera vez en una sala de cine con todo lo que eso significa: una gran pantalla, sillas, un excelente sonido, crispetas y gaseosa. Todo sin que tuvieran que gastar ningún peso, por más ínfimo que fuera (no era para menos).
Los niños llegaron alegres, para algunos era la primera vez que tenían la oportunidad de ver una película en estas condiciones. La pobreza, la marginación social y las difíciles condiciones de vida de algunos mandeleros no les permiten estos lujos. Para que se hagan una idea, ese día, a la hora de proyección, el barrio completaba más de 20 horas sin servicio de agua potable, un problema con el que tienen que lidiar cada dos o tres días.
La película por fin iniciaba, y las escenas de baile y música hacían conectar a los niños a través del retumbar de bajos y soundsystem con la herencia africana que une a las dos costas colombianas en el Pacífico y el Caribe. Pero no todo era color de rosa, las escenas en las que la falta de dinero, el hambre y la violencia le ganaban el pulso a los bailarines y los tentaban a ingresar al mundo del narcotráfico y lo ilícito para subsistir empezaban a tocar la fibra y dejaba de parecer lejana la realidad de los pobres de Buenaventura y los de Nelson Mandela en Cartagena.
El trasfondo social de la película obliga a quienes no crecimos en estos contextos a entender cada reacción en el público. La escena en la que uno de los integrantes del grupo de baile era baleado en una calle y luego fallecía convirtió el ambiente de alegría y derroche en silencio. Los rostros cambiaron y las sonrisas se transformaron en seriedad. Por más niños que sean y que la inocencia los abunde, la violencia ha dejado una marca en ellos, son capaces de enlutarse por un segundo y parecen compartir el duelo del familiar caído. ¿Qué habrá pasado por sus pequeñas mentes?
La realidad de Buenaventura y Cartagena no es tan diferente, ambas tienen dos de los puertos más importantes del país, con un desarrollo social disparejo, el comercio multimillonario que se mueve a través de los puertos deja poco para las comunidades marginadas de ambas ciudades, el rebusque y la delincuencia se perfilan como las principales opciones de los jóvenes para arañar algo de fortuna y además el abandono estatal configuran en ambos casos el caldo de cultivo para la violencia.
Ayer a esa misma hora, Duque objetaba la JEP, y colocaba con ello más trabas a un proceso de paz que a las víctimas de Buenaventura y Nelson Mandela ayudará a encontrar la justicia, verdad, reparación y no repetición que tanto necesitan. La paz es una necesidad de comunidades como estas que sí y solo sí existe una voluntad decidida por mejorar sus condiciones de vida lo lograrán.
Al Ficci, gracias por llevar un poco de cine a los barrios marginados de Cartagena y conectar por un día dos realidades que se parecen mucho y nos obligan a insistir en que la paz es el único camino para que Nelson Mandela y Buenaventura se parezcan solo en la "calentura" sabrosa del baile y la música.