Cuando el mexicano Armando Manzanero y el ícono argentino del rock en español Charly Garcia compraron un sombrero en la Sombrerería Bogotá, la más antigua de la ciudad, fueron atendidos por su propietario, don Ernesto Ayarza, aquel hombre serio de saco y corbata y siempre de sombrero que duró vendiendo artilugios para la cabeza por casi 70 años, hasta el día de su muerte, que se dio en 2012.
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Don Ernesto fue el zar los sombreros en Bogotá. Terminó siendo dueño de cuatro de la docena de tiendas que desde los años 40 se instalaron en la famosa calle de los sombreros, frente a la Alcaldía de Bogotá, en la calle 12 entre carreras octava y novena. Comenzó en el negocio desde abajo. Duró 25 años como empleado de la sombrerería Brando, de propiedad del italianísimo Pascual Brando, a donde llegó a los 19 años sin saber nada de sombreros.
Ernesto Ayarza terminó comprándole a los deudos cuando su antiguo jefe falleció. Usó las cesantías de pensionado y a los 45 años se hizo comerciante de sombreros, negocio que ya conocía bien. Cuando Brando fue de su propiedad, una de las primeras tiendas especializadas, le cambió el nombre por Sombreros Bogotá, la cual terminó siendo una de las más reconocidas de la ciudad. Años antes ya había comprado la sombrerería San Miguel que al igual que la Bogotá sigue estando en la misma cuadra. Ayudado por sus hijos también compró las sombrererías San Francisco y Americana, las cuales luego de la muerte de don Ernesto fueron vendidas.
Por aquellas épocas cada negocio vendía hasta 20 sombreros al día. Las marcas más solicitadas por los que vestían de cachacos eran Borsalino y Barbisio, una de las marcas italianas más famosas en el mundo. Eran los sombreros que personajes como Gaitán usaban a diario. Aunque aquel caudillo nunca entró a su local, la muerte del político liberal la vivió en carne propia. Según se lo contó él mismo a El Tiempo en 2006, él y otros de los empleados permanecieron encerrados en la sombrerería durante tres días, mientras afuera los ánimos de las turbas iracundas bajaban se calmaban un poco.
Desde aquellos tiempos los Ayarza fueron los reyes del negocio y aunque ya las ventas ya no son como antes lo siguen siendo. De las seis sombrererías que sobreviven en aquella cuadra son dueños de dos de ellas: Bogotá y San Miguel, donde más se la pasaba don Ernesto junto a doña Rosita, su esposa quien también falleció hace ya una década.
Los sombreros en Bogotá en los años en que don Ernesto controló el mercado eran una prenda de vestir obligatoria de un buen cachaco. Tanto mujeres como hombres tenían un sombrero para cada pinta. El sombrero, aparte de darle caché a la fina vestimenta del Bogotano de antaño también era el artilugio perfecto para hacerle frente al frio de la capital. Hoy en día no son muchos los sombreros que se venden. El rolo de paño y corbata, paraguas y sombrero se acabó.
Las tiendas que existen, incluidas las de la familia Ayarza, que hoy están en manos de los tres hijos del matrimonio Ayarza, sobreviven de aquellos campesinos y ganaderos que no pueden vivir sin un sombrero puesto en su cabeza; así como de la moda que en la televisión y las redes sociales imponen los artistas del momento, a quienes sus seguidores buscan imitar. Las fiestas de Halloween, o las obras de teatro de fin de años de colegios también son días de ventas, pero la demanda es muy poca. Por estos días ya no se venden 20 sombreros. Una buena venta de hoy no supera los tres al día.
Las tiendas de don Ernesto ya no son atendidas por sus dueños. Los herederos del negocio los han mantenido más por tradición y por la memoria del matrimonio Ayarza, quienes nunca faltaron un solo día a atender sus tiendas. El uso del sombrero en Bogotá, como su historia en esta ciudad, es solo grato un recuerdo de una capital donde antes se caminaba con la elegancia que daba la puesta de un buen Barbisio, la marca italiana más famosa de sombreros.