Humanamente tenemos, con bastante frecuencia, la necesidad de explicar las cosas, sobre todo aquellas que nos abruman. Es así como, en esa necesidad, procedemos a delinear razones y argumentos que puedan dar razón de aquello que nos sobrepasa. Dichas razones y argumentos se han ido configurando y aglomerando alrededor de cuerpos y aparatos metodológicos que hoy llamamos ciencias: física, química, geología, astronomía, economía, política, psicología, filosofía, etc.
Ahora bien, leyendo este elenco de ciencias se percata uno fácilmente que no todas pueden ser medidas con el mismo rasero. No todas tienen el mismo objeto de estudio ni el mismo método. Y por razones obvias, no todas son estudiadas por los mismos especialistas. Sin entrar detalle, me viene a la mente la distinción fundamental y aún vigente (aunque discutida en sus límites) propuesta por Wilhelm Dilthey en el siglo XIX: hay unas ciencias que llamamos naturales, cuyo objeto es explicar la naturaleza, y otras denominadas humanas, cuya razón sería la de hacer comprender los fenómenos humanos. Véase la distancia entre los objetos de estudio, y a su vez, la distancia que imponen a las ciencias que los estudian. En todo caso, a partir de esta distinción, uno se podría preguntar si hay alguna ciencia que sea más importante que la otra, o que pueda dar respuestas más certeras, o simplemente, que tenga la última palabra sobre todos los temas. La respuesta es un rotundo no. Cada una se encarga de un campo diferente, fragmentado, y para ello emplea las herramientas y métodos que más le convienen.
A pesar de ello, puede uno encontrar oradores o predicadores de lo Absoluto, que pretenden explicar todo fenómeno natural o humano (de hecho, confundiéndolos casi) a partir de estructuras argumentales que se encadenan, para llegar a un pretendido punto de partida en donde todo encontraría su origen, y que a su vez ¡explicaría todo! Dichos oradores corren el riesgo de saltar, tal vez sin mala intención, de una ciencia a la otra, estableciendo relaciones un poco forzadas.
Pretender que la lógica matemática o la lógica formal expliquen en detalle los fenómenos humanos es problemático, sobre todo cuando se parte del principio que el campo de las relaciones humanas “no conoce sino caso singulares de causalidad de los cuales no se pueden establecer reglas” (Paul Veyne) al estilo de las fórmulas físicas o químicas, fundadas sobre la lógica formal. Es más, hay que saber que dichas fórmulas establecidas (a las que tantas veces nos enfrentamos en nuestra secundaria), sólo funcionan sin margen de error en el plano teórico. El cálculo de la aceleración constante de un vehículo, a partir de las variables de velocidad y de tiempo, encuentra sus dificultades reales cuando, en la práctica, el mismo vehículo no solo sufre la fuerza ejercida por la velocidad y el tiempo, sino también por aquellas ejercidas por el estado de la vía, del clima o simplemente por el temperamento del mismo conductor (fíjense que este ejemplo está formulado incluso con mucha imprecisión, dado que la física no es mi tema de estudio).
Vemos entonces que la translación de una fórmula lógica al plano de lo “sublunar” (como dijera Veyne, retomando a Aristóteles, para referirse a lo humano, lo cambiante y perecedero), es un acto osado, desprovisto de rigor metodológico.
Pretender que la lógica formal sea la regla para la toma de decisiones del mundo de lo “sublunar” es más que osado, sobre todo porque lo humano, de acuerdo a su naturaleza, está marcado por ser inmensurable, incompleto, impredecible y siempre particular. Las ciencias de lo humano, en cualquiera de sus ramas, reconocen humildemente que sus métodos siempre serán perfectibles, incompletos, y de ahí que siempre sean puestos a examen para ser mejorados. De ahí la distinción sana entre ciencias naturales y humanas o sociales.
Si los problemas sociales y humanos fueran tan sencillos como los de la aritmética que se estudia en la escuela primaria, ¿cómo se explicaría que la guerra que se libra en nuestro país produzca cada vez más bajas de subversivos, demostrando el “éxito” de la seguridad democrática, pero paradójicamente nunca logre acabar con ellos? (y esto sólo por poner un ejemplo).
La solución negociada al conflicto en Colombia no debe ser desechada por cálculos jurídicos o lógicos (por decir lo más, pues muchas veces no son sino cálculos electorales de bajo vuelo) que desconocen lo particular de la situación que vive el país, pero sobre todo, lo extremadamente particular de un conflicto entre hijos de una misma nación. Dejémonos de tanto cálculo teórico, pues es cierto que el hombre (como especie y como naturaleza) está generalmente desprovisto de lógicas explicables. Más bien, ¡pongámosle más humanidad a este tema!