Con gran sorpresa escuché esta mañana a Darcy Quinn comentando un hecho que de ser verdad es verdaderamente insólito. Durante la audiencia de imputación de cargos contra la familia Ambuila, la joven Jenny rechazó el pollo de Kokoriko que le ofrecen a todos los imputados y que muchos de ellos rechazan por la angustia del momento. Sin embargo, Ambuila dijo que ella prefería un domicilio de Crepes o Wok.
De ser esto cierto, es completamente coherente con la farsa de vida que presumía la Ambuila en sus redes sociales. Jenny todavía no entiende que ni el Lamborghini, ni el Iphone de oro, ni el curso de Harvard o el arriendo del apartameto de 15 millones en Miame, le pertenecían a ella. Todo eso era pagado con plata robada. No en vano ya se supo que hasta su padre le exigió cerrar las redes sociales.
Ella, que se preciaba de ser una influencer, resultó ser una farsante. Al ser interrogada por la Fiscalía sobre de dónde sacaba el dinero para sus lujos, dijo que todo venía de su trabajo en redes sociales. Sin embargo, el diario El País, de Cali, consultó managers de influencers reales y ninguno dijo conocerla de antes. Además, ni siquiera Lele Pons, que es una de las influencers más importantes, exhibe una vida parecida a la de Jenny Ambuila.
Aunque parezca difícil de creer, Jenny Ambuila representa muy bien lo que somos como nación; un país basado en una mentira que no quiere aceptar su verdadera realidad. Queremos creer que somos el mejor país del mundo cuando tenemos un salario mínimo que no alcanza para llevar una vida decente y las oportunidades de empleo son escasas.