Antes de diciembre me encontré con Ciro Guerra saliendo de las salas de cine de la avenida Chile. Me acerqué y se asustó. Lo conozco desde el año 2004 cuando era un pelado nacido en Rio de Oro Cesar de 24 años que acababa de hacer una obra tan rompedora como La sombra del caminante. La presentaba en Bucaramanga donde lo habían invitado a un Festival. Yo era editor de una revista llamada Vista al Sur y escribí una encendida crítica sobre su opera prima. Desde entonces nos conocemos. Siempre había sido tímido, uno de esos artistas que les rehúyen a las cámaras que no sean las que él dirige. Pero cuando me vio sintió terror. Movió la cabeza para arriba y salió prácticamente corriendo. Ciro no es el mismo desde el 2020, el año de la peste.
En junio de ese año reventó un escándalo. En la revista Volcánicas un artículo, dirigido por Catalina Ruiz Navarro, reunía ocho testimonios de mujeres afirmando haber sido acosadas sexualmente por el director de cine más grande que ha dado este país. La investigación recogía ocho denuncias, hechas de manera anónima, sobre episodios en donde el realizador persiguió, en medio de festivales de cine tan prestigiosos como Cannes y Cartagena, habían sido perseguidas por él. El escándalo lo encontró en Los Angeles donde estaba pasando el mejor momento de su carrera.
En ese momento acababa de filmar A la espera de los bárbaros, una producción de 50 millones de dólares protagonizada por tres estrellas absolutas del cine mundial, Johnny Deep, Robert Pattison y el ganador del Oscar Mark Rylance. Aunque se exhibió, sin mucho éxito, en el festival de Venecia, donde competía por el León de Oro, nunca llegó a estrenarse en circuito comercial en los Estados Unidos y pasó directamente a verse en la plataforma de Star. Es que el estreno coincidió con el artículo de las Volcánicas. Este no sería el peor golpe para Ciro. Ya tenía lista, junto a su ex esposa Cristina Gallego, una serie sobre la llegada de Hernán Cortés a Tenochtitlan producida por Amazon Prime. El proyecto, de más de 80 millones de dólares, fue cancelado también al igual que las propuestas que tenía el cineasta para afincarse en Hollywood. La política de cero tolerancia ante cualquier rumor de acoso sexual, que se había grabado en hilos de oro desde que cayera la máscara de Harvey Weinstein, el monstruoso productor que violó a decenas de actrices y directoras. Un año resistió en Hollywood Ciro Guerra hasta que tuvo que devolverse a Colombia a trabajar con Ciudad Lunar, la productora que creó junto a su pareja Cristina Gallego.
Mientras la carrera de Ciro se hundía la de su expareja empezaba a brillar. Se conocieron en la universidad nacional cuando él tenía 18 años y ella 20. Ambos estudiaban cine y se metieron de lleno en hacer obras tan importantes como La sombra del caminante, Los viajes del viento y la apoteosis: El abrazo de la serpiente. El guion lo escribió Ciro basado en las experiencias de Evan Shultes, el etnobotánico que descubrió los secretos de las plantas en el valle de Sibundoy, y duró cinco años esperando para conseguir los cerca de dos millones de dólares –un platal para una producción nacional- que necesitaba una producción tan ambiciosa que pretendía filmar –como si de Herzog se tratara- en el corazón del Amazonas. Y lo lograron. Y fueron aplaudidos en Cannes. Y en febrero del 2016 estaban juntos cuando consiguieron el logro más grande que un cineasta colombiano ha conseguido en un siglo de historia: una nominación al Oscar a la mejor película extranjera. El matrimonio en ese momento ya estaba disuelto. Las constantes infidelidades de Ciro le quitaron la fe a Gallego. La separación se hizo pública en el 2018. Eso sí quedaron en los mejores términos, dos hijos y la pasión por hacer películas, reflejadas en su productora Ciudad Lunar, los unirían para siempre.
Ese año estuve varios días con Ciro en Punta del Este, donde se celebraron los Premios Platino donde él arrasó. La fama no lo había cambiado. Siempre se vio sonriente, satisfecho y modesto. En ese momento Hollywood lo buscaba, le llovían propuestas. Sin embargo, seis años después, Ciro Guerra estaba de vuelta a Bogotá. A sus 42 años está en el mismo punto en el que estaba en el 2000, año en el que se graduó de la universidad. Eso sí, no ha dejado de estar quieto. Junto a Cristina ayudó a producir una de las últimas joya del cine nacional, Los dueños del mundo, recientemente estrenada en Netflix y que fue un suceso en Cannes. Tiene dos proyectos en remojo y sigue preparando su defensa contra lo que él considera un ultraje por parte de la publicación de las Volcánicas. El 3 de mayo del 2021 el Tribunal Superior de Bogotá ordenó a la publicación ajustar el artículo después de una tutela interpuesta por Guerra. Según el Tribunal, “existe conculcación del derecho al buen nombre y honra del actor, pues el artículo publicado al no estar sustentado con la suficiente exactitud que permita verificar la verdad de los hechos y evitar a la confusión del lector, desconoció el principio de veracidad e imparcialidad, lo cual afectó la opinión e imagen que la sociedad tiene del quejoso, lo cual amerita la protección del juez constitucional, pues recordemos que tales postulados se ven desquebrajados cuando la persona es puesta en tela de juicio de manera injustificada”.
Desde entonces ha decidido guardar silencio. Incluso Daniel Coronell lo ha buscado en tres ocasiones para entrevistarlo y dar sus descargos pero él sólo espera que la justicie hable. Igual ya nada podrá devolverle su prestigio. Ahora se refugia, como un vampiro cansado, en la oscuridad de las salsa de cine de Bogotá.