Hace unos días, la mundialmente famosa cantante colombiana Shakira se vino a su ciudad natal Barranquilla para disfrutar de la temporada de fin de año junto a su familia y amigos, como lo hace siempre y, como es apenas obvio, las redes sociales se disparan en comentarios a favor y en contra. ¿En contra dije? ¿Cómo puede haber comentarios en contra con la mujer que ha llevado en alto el nombre del país por todo el mundo? Aunque no lo creamos, así es.
Este país tiene un extraño comportamiento social que data de décadas: la claridad para la calle, la oscuridad para la casa, es la expresión de las abuelas para definir alguien que hace cosas indebidas contra los suyos y correctas hacia los desconocidos. Somos predadores de nuestras propias figuras. Lo curioso es que los comentarios negativos vienen de parte de gente que no aporta nada a la sociedad, ilustres desconocidos cuyas miserables vidas transcurren en los vientos de la arrogancia, la egolatría y la ignorancia.
Shakira viene a Barranquilla con muchos guardaespaldas, mientras Keanu Reeves viaja en tren en Nueva York sin guardaespaldas y le da el asiento a una señora. Entre todos los comentarios negativos, este me llamó la atención. ¿Ven la maldad que veo en el mensaje? Entre la cantante y el actor existe una distancia astronómica, y si agregamos los países en referencia peor. Acá tenemos a un expresidente que solo se moviliza con trescientos guardaespaldas personales, amén de toda la artillería del Ejército, la Policía y todas las fuerzas del Estado, y nadie le compara con Barack Obama, expresidente de la primera potencia del mundo, que camina las mismas calles en referencia junto a su familia, quizás con uno o dos guardaespaldas con seguridad pagados por él.
Y así como sucede con la famosa cantante, sucede con todas, absolutamente todas, las personas que han logrado darle a este país una cara diferente en el exterior de la que carga de hace siglos: un país de narcos, guerrillas, paramilitares, corruptos en el gobierno y en la empresa privada, delincuentes, genocidas, un país que no se inmuta ante esta realidad, pero se pone rabiosa si alguien logra algún mérito. Godos y retrógrados, los definía un tío para decir que somos un país arcaico que se ofende a muerte con el que pretenda cambiar las cosas.
Francia tiene quince; EE. UU., trece, Alemania, diez; Inglaterra, nueve, Suecia, siete; Italia, seis; España, cinco; Polonia, cinco, Rusia, cinco; Irlanda, cuatro; y Colombia, un solo premio nobel de literatura y lo iban a asesinar. ¿Ven la ecuación? Los diez países en mención son potencias mundiales en diferentes áreas, el nuestro ya no sabemos qué es y es una de las razones para que todo pajarraco sin criterio, quizás poco estudiado, se crea con el derecho de señalar al más famoso escritor de los últimos tiempos en el mundo con epítetos peores que el desafortunado contra Shakira.
Él mismo lo dijo: “En este país no hay fama que dure siete días”. ¿Y cuál ha sido la respuesta de la generalidad? ¿Alguien ha hecho algo para cambiar el concepto? La realidad demuestra que no estamos ni así de cerquita de quitarnos el estigma. Pasarán décadas antes que tengamos una generación más inteligente conectada con la realidad que le rodea, que valore sus virtudes y la de los coterráneos, que no sea sienta más inteligente solo porque puede expresar una opinión, pero básicamente que elimine de raíz la egolatría del retrogradismo ultraconservador que nos hace ver una realidad difusa.