Propongo reformar la bandera de Colombia. Planteo, por ejemplo, que el amarillo de la riqueza y el azul de los mares ocupen un espacio reducido y pasen a ser unas franjas pequeñitas, diminutas películas en la parte superior que no distraigan la atención de lo que en verdad nos interesa: el color rojo de la sangre, no solo de los mártires y próceres de esta patria que no parece tal, sino de todos aquellos asesinados en su nombre por las feroces fauces del Estado; la sangre de todos aquellos que perdieron sus vidas en combates demenciales, o como falsos positivos, o en manos de este o aquel bando o del de más allá, o al filo de un puñal por robarles el celular que estaban pagando a cuotas y tres mil pesos que vale una hora de trabajo para quienes ganan el salario mínimo.
Y sí, también sangramos en vida los que tenemos que ganarnos el pan en estas condiciones deplorables en que nos han sumido los gobiernos que legislan a favor del patrón latifundista y el polémico empresario.
Por todo esto y más es que propongo esta reforma. A lo mejor sea aprobada, puesto que, aparte de las leyes y decretos que salen contra el pobre aprueban intrascendencias de carrieles antioqueños mientras la gente se muere de hambre, deudas e indignación.
Además, no nos digamos mentiras: el amarillo simboliza una riqueza que no tenemos, o que ha sido acaparada por unos pocos que se han venido llenando los bolsillos con aquello que los reyes y bellacos no alcanzaron a robarse durante la conquista.
¿El azul? Simboliza los mares por donde navegan barcos pesqueros con banderas extranjeras, y son de agua salada que no puede ser bebida por los pobres habitantes de los lugares olvidados que se las arreglan sin algo tan básico como el agua potable. Simboliza los ríos que van a quedar secos por el hambre minera y petrolera. Simboliza el cielo azul al que miramos esperando una salvación que tal vez no llegue nunca, al menos no mientras sigamos permitiendo esta masacre que están orquestando los que administran este feudo como si fuera un matadero clandestino.
Dicho todo lo anterior, concluyo que quiero ir más allá: que la bandera sea roja en su totalidad, roja como la sangre, roja como una estrella de la muerte, roja como los dioses de la guerra, roja como el suelo de esta patria que parece un cementerio interminable, una fosa común de 1.141.748 km².
A los de abajo solo nos queda la sangre, las lágrimas y el sudor.