Sí, después de todo, todos nos vamos a morir, eso no es un secreto y a veces se nos olvida porque nos creemos en algún momento “inmortales”. Nos vamos a morir por lo que sea, hasta por un virus que se volvió pandémico como el Coronavirus. Y nos han enseñado que le temamos a algo tan natural como la muerte, la etapa final de nuestras vidas, pero es algo inevitable. La muerte simplemente nos asecha sin ser una enemiga. No, no es nuestra enemiga. Sólo está ahí para aparecer cuando la bravura del tiempo nos va dejando a la vera del camino; cuando automáticamente queramos desconectarnos de la vida; cuando no apelemos a la ciencia para prolongar más su presentación; cuando el azar nos la saca de adentro sin previo aviso; cuando, como le ocurrió a Andrés Caicedo, se siente que el mundo de uno y el que uno vive, por varias razones, ya se acaba a los veinticinco. Al fin y al cabo, a cada uno de nosotros nos llegará la hora de partir. ¡Qué le hacemos! Y cómo decían las abuelitas, todos quieren ir al cielo, pero nadie se quiere morir. Gran contradicción.
Y esta pandemia del Coronavirus desenterró también una pandemia mundial, que no es de ahora y es desbastadora: El tener y acumular. Tener dinero y tierra casi sin límite, a tal magnitud, que los hombres más millonarios como Jeff Bezos, Bill Gates, Warren Buffett o Carlos Slim tienen una fortuna que supera el Producto Interno Bruto de más de 100 países; de tener tierra, incluso ociosa y con poca o ninguna productividad, a tal escala que sólo 100 personas en los Estados Unidos tienen más tierra que la superficie de países como Honduras, Israel o Kuwait.
El mismo comparativo podría hacerse en Colombia, pues seguramente el dinero que tienen sólo los “cacaos” colombianos pude superar el Producto Interno Bruto de varios departamentos en un año; en la tenencia de la tierra también valdría el comparativo, pues los estudios sobre el tema, como los que ha hecho Portafolio, establecen que el 52% de la tierra está concentrada en el 1.5% de la población.
Y en este tiempo en el cual los virus nos hacen recodar que no somos “inmortales”, que la vida es un ratico, como la canción de Juanes, que al morirnos no nos vamos a llevar nada, nada, pero nada de lo que materialmente tengamos, deberíamos entonces pensar que tan sólo necesitamos tres metros cúbicos de tierra para morir y hasta nos sobra tierra, pues al cavar el hoyo de nuestra sepultura, al volver a echar la tierra removida algo de tierrita sobrará.
Ojalá que después que pase esta pandemia en verdad se comience a construir lo que ahora la gente anhela: Tener una sociedad más justa, más equitativa en la distribución de la riqueza y de la tierra, más solidaria, más humana, más protectora del medio ambiente… Para qué acumular sin ningún límite, llenarnos de cosas incluso innecesarias y que se exhiben de manera hasta grotesca.
Hagan las cuentas, cualquier persona que muera sin importa su condición sólo necesita de esos tres metros cúbicos de tierra para morir: 2 metros de largo por 1 metro de ancho por 1.5 de profundidad.