Como buen petrista, soy paranoico. No es culpa mía. Acá la derecha se bajó en menos de diez años a cerca de 3500 militantes de la Unión Patriótica. Acá la derecha no se limita a mirar mal al pobre. A veces actúa. En fin, el domingo pasado tuve que cubrir la sede de Iván Duque. Hotel Bogotá Plaza, día soleado en la calle 100 con 18 en pleno norte de Bogotá, 4 de la tarde. Me parecía que cubrir a Duque podría ser más interesante que ir a saludar a los amigos progresistas en una casa en el Park Way. Como buen petrista, soy prejuicioso. Creí que cuando dijera en la entrada que soy el editor de Las 2 Orillas me iba a llover una ola de desprecio. Nada de eso pasó. Jorge Quintero, jefe de prensa de Duque, desde el principio se puso a nuestra entera disposición. En la entrada le daban a uno un abanico con el nombre de Duque (estuve a punto de escribir Uribe), un cafecito y una galletica. Pasamos al salón donde esperaban al candidato. En el escenario en cualquier momento podía salir Alejandra Azcárate a regalarnos una tanda del más puro humor fascista. A las cuatro y media había más periodistas que simpatizantes. Poco a poco fueron llegando. Llevaban un chalequito morado de lo más pupi que en la espalda tenía pegado, en naranja, el nombre de Duque. Miraban rayado, pa' qué.
Tomé aire, esperé unos segundos, y me fui hacia la horda uribista con el miedo del negro que se enfrenta a las cruces en llamas del Ku Klux Klan. Me llevaban por lo menos veinte centímetros de estatura. Eran rubios, rostros cuadrados. Hubieran pasado un casting de Glee. Dije de qué medio venía y, para sorpresa mía, los pelados simplemente sonrieron divertidos y respondieron concienzudos. En ningún momento una grosería, un desplante. Simplemente les gustaba salir en cámara.
En las cuatro horas que estuve en el lugar no vi a un solo pobre. Era el uribismo en pleno, el original. Al que realmente le conviene que un político como Duque llegue a la presidencia. Ellos jamás traicionarían a su clase. No son ni brutos, ni patanes. Si me animan, son unos caballeros. De pronto en redes es que se vuelven orangutanes, hienas mentirosas. Pero en personas son chirriadísimos. O tal vez los uribistas más radicales, los que pueden romperle con una pedrada a la ventana del auto de Petro, sean los uribistas más pobres. Los que son manipulados, a los que no les conviene un presidente como Duque pero igual van y votan y se hacen matar. Eso, igual, no me importa hoy.
Los pobres son tan de malas que les tocó vivir en un país
en donde los intelectuales zurdos,
son más pedantes que los mismos seguidores de Duque
Sería maravilloso que los pobres tuvieran la conciencia de clase que tienen los uribistas. Igual no es culpa del pobre. El pobre está muy ocupado pegando ladrillos para conseguirse los tres golpes diarios como para ir más allá de lo que le dicen los memes que lee en su Facebook. Los pobres son tan de malas que les tocó vivir en un país en donde los intelectuales zurdos, dizque comprometidos, son más pedantes que los mismos seguidores de Duque. En Facebook son aguerridos, cuelgan canciones de Alí Primera, pero en la vida real todo es una farsa. El pobre, tan inculto, tan negro, les da asco. Con las narices tapadas van a los barrios con su puta y estéril retórica. A votar datos, a citar a Gramsci, a demostrar que saben. Malditos fracasados. Nunca entendieron la política colombiana. Además, son incapaces de aceptar sus propios errores. Todo lo ven como una victoria. Parecen hinchas del Cúcuta. ¿Cómo es posible que no se den cuenta que Petro volvió a sacar los 2 900 000 votos de Carlos Gaviria? Sí, yo sé, que Gaviria sacó menos, pero cómo puede ser posible que en 12 años los votos de la izquierda apenas hayan aumentado 300 000 votos con los millones de pobres que tiene este país. Pero ahí están, celebrando mierdas, que es lo único que han podido celebrar desde que se murió Gaitán.
Los uribistas siempre nos ganan porque saben en qué consiste el juego: al pobre se le gana sin retórica, con palabras directas, prometiendo lo imposible y después mantenerles, a punta de propaganda y RCN, el cuento de que son felices. La izquierda podría ganar sin engañar, tan solo contándoles la verdad: que en este país 200 familias controlan el 53 % de la tierra. Pero no, eso no puede ser, porque aunque no son rubios, ni altos, ni ricos, el zurdo colombiano siente el mismo desprecio por el pobre. Y eso es una desgracia sabiendo que nunca, en la historia de la humanidad, los pobres han hecho una revolución.
El plan oligarca en Colombia ha salido perfecto: se encargaron de que los colegios fueran una fábrica de pobres dóciles, imbéciles, pusilánimes. Unos pobres lo suficientemente estúpidos como para votar por el que los desprecia. Unos pobres que aman sus cadenas