No solo es ‘la guerra o la paz’
Opinión

No solo es ‘la guerra o la paz’

Por:
noviembre 27, 2013
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Con la confirmación de que el Dr. Santos desea continuar en la presidencia se despejan y concretan muchas situaciones.

Lo aparente y evidente es que habrá dos candidaturas, puede ser que mayoritarias: una buscando el respaldo para continuar las ‘conversaciones de paz’; y la otra intentando sabotearlas, pretendiendo que la ciudadanía dé más trascendencia a castigar a los insurgentes —enviándolos a la cárcel e impidiendo su actividad política— que a permitir el desmonte de la actividad armada y el inicio del verdadero proceso de paz dedicando a las reformas que la nación requiere los esfuerzos y los recursos hoy destinados a la guerra.

Pero esta disyuntiva es tan solo una fachada. No porque sea falsa sino porque disimula u oculta otros elementos que caracterizan esas dos candidaturas.

En un caso, que la propuesta significa validar un pasado nacido o impulsado por el paramilitarismo, que buscará borrar lo cuestionado en cabeza de sus exfuncionarios (directores del DAS y jefes de seguridad de la Casa de Nariño sentenciados, congresistas en la cárcel y/o en procesos judiciales, asesores y ministros sub júdice; mandos militares en juicios por ‘falsos positivos’, etc.). Y lo más grave que es correr el riesgo de volver al estilo de la mafia, del ‘todo se vale’, afín a fuerzas bastante peligrosas, y bajo una estructura de gobierno en que lo que dice el führer determina todo.

En el otro un gobierno decepcionante; de ‘locomotoras’ que nunca arrancaron; con las reformas más urgentes pendientes (Salud, Educación, Justicia), o, peor, fallidas bien sea por haber sido obligatorio retirarlas por inadecuadas —y no una sino varias veces—, o por no haber podido implementarlas (como Colpensiones); proyectos quedados en la noticia, como las 100.000 casas que van solo en 14.000 entregadas, o promesas a futuro donde prácticamente nada se ha hecho —como las obras de infraestructura y los 44 billones para hasta el año 2025—; la decadencia de la industria y la crisis del campo ante un  sector del cual ya se reconoce la falta de dinamismo, como es el crecimiento que se proyectó de la minería. En fin, la calificación más clara no la dan los discursos presidenciales sino el nivel de aprobación en las encuestas, y más aún las movilizaciones y protestas tanto populares como sectoriales.

Ante la alternativa de guerra o paz no hay duda que Colombia prefiere la última y que en consecuencia optaría —y probablemente opte— por un gobierno que dice terminar con una violencia de 50 años; pero resignándose a sacrificar la posibilidad rectificar los otros defectos que por lo menos durante el mismo periodo han caracterizado nuestra sociedad, entre los cuales en buena parte las causas mismas de esa violencia.

Pero como soñar no cuesta nada y en política nada es definitivo, podemos pensar que hay salida a ese dilema que nos obligaría a escoger entre esos dos males. Por eso la expectativa alrededor de una posible tercería.

Donde no está la solución es en las candidaturas que los medios barajan. Ambiciones personales —egos como dicen—, sin programas, ni partidos, ni propuestas, ni diagnóstico sobre los problemas o diseño de soluciones.

Puede ser discutible si fueron los partidos los que llevaron al país a lo que todo el mundo rechaza o si por el contrario, fue precisamente la falta de partidos, su desaparición como tales y su sustitución por clientelas personales. Pero que la respuesta a esta situación sea el escoger individuos que con sus ataques a la clase política se presenten como salvadores del país a más de errada es ya una etapa superada.  La reconstrucción de un sistema político con agrupaciones que representen convergencias de intereses con afinidades ideológicas, y propuestas de modelos y medidas para adelantar los cambios que el país requiere, es ya reconocido como una prioridad. La necesidad de partidos políticos alrededor de estatutos que definan orientación ideológica, reglas del juego y mecanismos de selección para escoger sus representantes se plasmó y se adelanta con nuevas leyes porque es la necesidad más elemental para el funcionamiento de un sistema democrático.

La situación de los partidos en el momento es que de un lado hay uno (el Conservador) pendiente de definir quien lo representa mejor, ya que el uribismo, el Santísimo, o un candidato propio comparten y defienden por igual la ideología política, la teoría económica y la propuesta social vigentes.

Del otro lado: el liberalismo que encuentra que sus directivas además de espurias desconocen no solo sus estatutos sino sus huestes, quedando sus seguidores huérfanos de vocería y participación en sus decisiones; un Polo Alternativo que no ha querido salir de la definición e identificación como 'partido de oposición', sin decidirse a tomar vocación de poder buscando acercarse a otras colectividades con las cuales tiene coincidencias; y un fantasma de U.P. que hoy ha sido sustituida por la Marcha Patriótica con multitud de simpatizantes pero huérfana de candidatos visibles.

Un acercamiento entre estos sería la verdadera esperanza para la Nación.

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