Leo una noticia que pretende ser alentadora: "Solo 100 muertes por COVID-19". No me anima mucho.
Ya no quiero tener miedo a morirme de COVID-19. No quiero tener miedo de contagiar a mis seres más queridos sin darme cuenta. En realidad, lo que menos quiero es que se muera otro ser querido. Parece algo inocente, pero nunca había pensado tanto en la fragilidad de la salud, de la vida en general, de nuestra biología y de cómo soy un sobreviviente de tantas malas decisiones, cómo me he salvado de mí mismo tantas veces, y ahora todo depende de tantas personas.
Que está bajando, que está subiendo otra vez, que no hay UCI disponibles, que hay UCI de sobra, que no hay suficientes vacunas, que se las están robando, que es otro negocio de las farmacéuticas, que ningún tratamiento asegura la vida, que las vacunas tampoco, que después de las vacunas habrá que vacunarse otra vez, que no estamos realmente a salvo, que vamos bien, que no hemos aprendido nada, que el virus sigue circulando, que todo el virus del mundo cabe en una lata de gaseosa, que no bajemos la guardia, que de algo hay que morirse, que hay que vivir, que hay que cuidarse, que no hay que tener miedo, que hay que seguir.
Cuando vivía en Medellín en el 89 tenía miedo de terminar muerto en cualquier lado, haciendo cualquier cosa, porque sí, por estar vivo, por vivir en Medellín en el 89. Ese miedo nunca se me quitó. Nunca me pasó nada y me fui. Igual, uno se puede morir en cualquier lado, haciendo cualquier cosa, por estar vivo. Es lo lógico.
Ahora no me quiero ir a ninguna parte. Quiero seguir en Barranquilla, tranquilo, aunque sé que el miedo no se me va a quitar. Tal vez es el cansancio, la desconfianza hacia las instituciones en las que tenemos que confiar, la desinformación de las noticias que nos deberían informar, la ignorancia que se presenta como verdad en la mayoría de contenidos virales de las redes. ¿Por qué no se volverá viral la verificación de fuentes o el conocimiento básico de lo más viral del momento?
A veces creo que el asunto es muy sencillo: los gobiernos del mundo y todos los individuos que lo habitamos somos incapaces de coordinarnos para tomar decisiones en beneficio de todas las personas, porque es demasiado complejo definir el beneficio de todas las personas. De todos modos hemos llegado hasta aquí, con todos los horrores de la historia y del presente a cuestas, y a pesar de que ahora se negocia el precio de las vidas por vacunas y se ofrecen en farmacias seleccionadas de Estados Unidos, hemos llegado hasta aquí, sin mucha coordinación.
Lo que he leído, y más o menos he entendido, es que la COVID-19 es una enfermedad respiratoria que se propaga principalmente por aerosoles de personas presintomáticas (que no saben que lo son), otro poco por los aerosoles de personas asintomáticas (que tampoco lo saben) y otro poco por las personas sintomáticas. Así, una persona con COVID-19 contagia, en promedio, a dos o tres, esa es la tasa de propagación que se dejó de reportar hace rato. Por eso, usar algún tipo de máscara para cubrirse la boca y la nariz (el tapabocas se volvió demasiado literal y de los ojos no se habla), mantenerse a distancia (2 metros más o menos), lavarse las manos y mantener los espacios bien ventilados o estar en espacios abiertos son las medidas básicas para reducir al máximo las posibilidades de contagio. Por eso, una cita odontológica para diseño de sonrisa resulta un poco excesiva ahora. Por eso, una cena con personas conocidas y saludables en un restaurante con gente desconocida a menos de un metro, también saludables, no es tan recomendable. Por eso, ir a una rumba a conocer gente sin fiebre es muy mal visto en los hospitales.
Los gobiernos no se coordinan y nosotros como individuos somos impredecibles. La vacunación solo producirá inmunidad colectiva cuando alcancemos el 80 % de personas vacunadas (es una probabilidad). Parecería sencillo, pero es un porcentaje que se mezcla con las personas que superan la enfermedad, además del factor tiempo que se ha estimado entre 7 y 8 meses del efecto de una vacuna. Es decir, que si en octubre de este año no hemos alcanzado ese 80 % de alguna forma, las personas que vacunaron en febrero volverán a la incertidumbre del contagio. El virus de la COVID-19 quiere vivir, como la mayoría de personas que le encontramos algún encanto a la vida. Es lo lógico.
Algo más tendrá que cambiar o mutar para que no nos parezca normal que en Colombia se mueran "solo 100" por COVID-19 en un día, porque ya nos cambió la vida, así no nos hayamos dado cuenta.