El desastre observable y sentido en toda Colombia. El desastre aterrador que encontró el mundo en Mocoa es, sin duda, inenarrable; ahí está.
Desde luego la solidaridad se impone y Colombia y el mundo comprometidos en la ayuda, la reconstrucción, el colaborar para un mitigar la pena, el disminuir la aflicción por los seres queridos; sin duda.
Los esfuerzos del Estado han de ser ingentes: se decretó la conmoción interior para enfrentar la crisis que, en verdad, es una crisis humanitaria.
Una sola cita nos pone el dolor en la piel: “A las 7:00 de la noche, Mocoa parecía un pueblo fantasma. Los sábados al atardecer, en la capital del Putumayo, la música popular y el vallenato retumban en bares y discotecas del centro. Pero este primero de abril dominaba un crudo silencio. La gente caminaba por entre las calles oscuras, unos buscando comida, otros esperando la hora de dormir. En una esquina decenas de personas se apretujan para cargar sus teléfonos celulares en la planta eléctrica del local de Drogas La Rebaja. La noche, la horrible noche que comenzó el viernes aún no termina, y su final no se advierte cercano.
»Para cientos de familias de 17 barrios, la última noche del mes de marzo, parecía ser una más. Hasta que un leve ronroneo se fue colando por las ventanas y se fue convirtiendo en un crujido de la tierra. Un sonido terrible, como del apocalipsis. Cuando muchos quisieron asomarse a la calle para saber lo que sucedía ya tenían el agua en las rodillas. Otros ni siquiera se dieron cuenta pues la furia de una avalancha, provocada por el desbordamiento de tres ríos (el Mocoa, Mulato y Sancoyaco), arrasó con todo lo que encontró en su camino: hombres, mujeres, niños, animales.”. ¿Qué agregar?
Todo se centra hoy en el día después: un lamento.
Pero no es la única tragedia: ¿recuerdan Ustedes, por citar algún caso, Gramalote? “Desde la noche del jueves 16 de diciembre de 2010, el cerro de la Cruz comenzó a deslizarse sobre el pueblo de Gramalote, situado a 50 kilómetros de Cúcuta, en las laderas montañosas del Norte de Santander. La tierra rugía como una fiera.
»En las últimas semanas había caído un diluvio verdadero, al igual que en todo el país, pero los gramaloteros, acostumbrados a esas rabietas anuales de la cordillera, intentaban mantener la calma pensando que pronto volvería el verano”; o, tal vez Armero? “Han pasado 30 años y Colombia aún recuerda una de las más grandes y dolorosas tragedias del país. El miércoles 13 de noviembre de 1985 la avalancha del volcán Nevado del Ruiz sembró el terror en los habitantes de Armero, el fin del mundo llegó para una población que no fue evacuada a tiempo del lugar.
»Antes de 1985 se habían presentado dos erupciones, una en 1595 y la otra en 1845. En ambas oportunidades hubo avalanchas por el río Lagunilla, orilla en la que se ubicaba Armero. Científicos, escaladores y personajes de la vida política, desde 1984, comenzaron a emitir alertas frente a una catástrofe que se veía venir y que muchos no quisieron escuchar”.
Y, cada tanto se escuchan voces que ponen de presente la posibilidad de la tragedia.
Desde luego, Solidaridad; pero lo que se perdió, quien murió y desapareció, nada lo reemplaza.
Son los mecanismos de alerta temprana, la política de prevención de tragedias, las campañas de concientización de lo que puede y, desde luego, va a suceder, los que deben ser reforzados y atendidos. Según la Cepal: “En Colombia, es a partir de 1988 que se cuenta con una organización formal para la gestión integral del riesgo, cuando el “Sistema Nacional para la Prevención y Atención de Desastres” (SNPAD) fue organizado mediante la Ley 46 del 2 de noviembre y estructurado en el Decreto Extraordinario 919 del 1º de mayo de 1989. Así, es el primer país de la región que promueve una aproximación integral al problema de los desastres en la cual se trata no solo de la respuesta sino también, de manera privilegiada, la prevención y mitigación (reducción del riesgo)”; entonces, qué ocurrió? Se debe atender a lo actual -ahora-, lo inminente -lo que va a suceder-.