A comienzos de este año en una mezquita atestada de gente en la ciudad siria de Al Raqa, bastión del Estado Islámico, su líder Abu Bark al Bagdadi hizo su aparición. La gente inmediatamente intentó tomar fotos con sus celulares pero se sorprendieron al ver que todos los aparatos electrónicos se habían apagado. Desde afuera un camión con un equipo especial los había anulado. Lo único que estaba encendido eran las cámaras que el equipo de televisión del Estado Islámico dirigían. Bagdadi se subió al estrado y le anunció a los feligreses y al mundo que él era el nuevo Califa, el nuevo líder de todos los musulmanes. Bajo su égida, el Islam volvería a cabalgar como un potro salvaje por los Balcanes, por todo el norte de África, la totalidad de Asia y España. La poderosa nación islámica volvería a nacer desde su puño como lo hizo durante 1.400 años.
Nacido en 1971 en el pequeño poblado de Samarra a 200 kilómetros al norte de Bagdad, Bagdadi pertenecía a una familia de clase baja que contrarrestaba su pobreza con los envidiables contactos que tenían con el régimen de Sadam Husein. Y es que varios de sus tíos pertenecían a la guardia del dictador. Bagdadi era un joven taciturno que andaba las polvorientas calles de Samarra en una bicicleta que tenía adelante una canasta llena de libros religiosos. No entraba a los cafés de la ciudad, vestía con una sencilla dishdasha, nombre que tienen las batas iraquíes masculinas, llevaba barba y se la pasaba las tardes ardientes leyendo el Corán. Sus únicos amigos eran los que iban día y noche a la mezquita de la ciudad.
A pesar de su silencio y de su fervor religioso, Bagdadi estaba lejos de ser un fanático. Sus amigos dicen que le gustaba el fútbol y que lo jugaba muy bien. Era un defensa competente que seguramente hubiera llegado al profesionalismo si no se hubiese roto la rodilla derecha a los 18 años. Entonces viajó a Bagdad a especializarse en Estudios Islámicos de donde se graduaría como doctor cinco años después. Mientras estudiaba, Bagdadi ingresó al ejército.
Su fanatismo religioso empezó a exacerbarse cuando en el 2003 Estados Unidos invadió su país. Al- Bagdadi organizó los grupos suníes que, como guerrillas, desencadenaron una oleada de atentados contra las tropas norteamericanas. Con su don de mando formó el grupo terrorista Jamaat Jaish Ahl al-Sunnah wal Jamaa, primera semilla del ISIS. Un año después fue apresado por los marines en Faluya y llevado al Campo de Bucca.
Las torturas de las tropas estadounidenses lejos de quebrantarle el espíritu lo fortalecieron. La cantidad de extremistas apresados en el lugar convertían al campo de concentración de Bucca en una universidad del terrorismo. Bajo las narices de los norteamericanos los presos compartían información y tácticas de combate. Allí conocería a Abu Muhammad al-Adnaniun exsoldado de Sadam Husein a quien Bagdadi nombraría, una década después, portavoz del Estado Islámico.
Al líder de Isis es muy difícil seguirle las huellas. De él solo existen dos fotografías y por esa volatibilidad lo llaman El jeque invisible. Unas versiones dicen que permaneció en Bucca seis meses, otras dicen que fueron cinco años. Lo único cierto es que en el 2009 ya era uno de los líderes más radicales de Al Qaeda. Bajo su mando estaban cerca de 4000 miembros del Baaz, el partido político fundado por Sadam Husein que representaba el poder militar más importante de la organización terrorista.
Con ellos de su lado la separación de Al Bagdadi de Al Qaeda era inminente. El autodenominado Califa consideraba que Al Qaeda no era lo suficientemente radical. En el 2012 ISIS ya era una organización autónoma y la cabeza de Al Bagdadi ya valía, según Estados Unidos, diez millones de dólares. Su capacidad de crear terror se evidenció a mediados del 2014 y se potencializó aún más este año con los atentados en París.
La aparición en la mezquita estaba destinada a acallar los rumores que afirmaban que en los bombardeos ocurridos en marzo del 2014 el líder de Isis ya no podía caminar. Con vehemencia afirmó que la aniquilación de Occidente era un hecho consumado y que en el fuego arderían los enemigos de Alá. Mientras hablaba, por debajo de su túnica negra, se dejaba ver a ratos un Rolex.
Con los 130 muertos de ayer en París la amenaza de Al Bagdadi parece hacerse realidad. Occidente tiembla, las invasiones bárbaras parecen cabalgar de nuevo.