En el reciente seminario en Washington D.C., organizado por del Banco de Desarrollo para América Latina, CAF, el Diálogo Interamericano y la OEA, Moisés Naim afirmaba que Colombia era vista en el exterior como un país exitoso al lado de Chile y Brasil. Por ello no entendía, o no eran fáciles de explicar, las protestas de sus ciudadanos. Al escucharlo recordé uno de esos dichos de nuestros padres cuando querían hacernos ver nuestra actitud tan opuesta en la casa con aquella que desplegábamos con nuestros amigos: sol en la calle y oscuridad en la casa.
Parecería entonces que eso le pasa a nuestro país. Y la razón obvia es que los organismos internacionales nos siguen evaluando por los indicadores de siempre y en eso nos va relativamente bien: nuestra inflación es baja, nuestro crecimiento es positivo
—nada espectacular—; nuestro déficit fiscal no es preocupante; baja la pobreza y crece la clase media y la mayoría de vulnerables no se reconocen. Es decir, éxito total. Pero, el problema surge cuando se toman en cuenta realidades que afectan directamente a grandes sectores de la población, lo que no es captado por la receta de siempre.
La realidad interna es otra y por ello nuestra "tormenta" es diferente a la de otros países. La brecha rural-urbana que no había trasnochado a nadie en Colombia y que se repetía como un mal necesario, por fin explotó y le despertó la conciencia a esa población urbana que siempre había mirado con indiferencia a los campesinos. Es decir, se trata no solo de un sector del país que se rebela porque está saturado de su pobreza sino lo que ha sucedido es más trascendental: de ahora en adelante, nadie puede hablar de Colombia sin reconocer como prioridad para todo, incluyendo la paz, la necesidad de una política rural incluyente, productiva, modernizante y con una población rural viviendo en el siglo XXI.
De nuevo se demuestra con este caso y probablemente en Chile y Brasil, que el famoso Consenso de Washington y sus indicadores, no reflejan la verdadera situación interna de los países. Sin duda esa política produjo resultados positivos: América Latina salió del llamado populismo macroeconómico, hiperinflaciones, grandes déficits fiscales, desorden en sus cuentas macroeconómicas, pero sus problemas sociales, su profunda desigualdad que poco importa a muchos economistas ortodoxos, está pasando la cuenta de cobro en países que brillan afuera pero que internamente tienen grandes sombras.
Que estas aparentes contradicciones estén en debates internacionales es una excelente noticia, pero aún se observa que prevalecen ideas muy generales sobre las situaciones internas. En ese panel solo Nancy Birsdall que conoce muy bien a Colombia y quien fue vicepresidenta del BID, reconoció la existencia en América Latina del mayor grupo social según el Banco Mundial: aquella población que ya no es pobre pero puede volver a serlo muy fácilmente —los vulnerables— y planteó la idea de que son ellos y no las solas clases medias, las que están inconformes.
Colombia entonces se ajusta exactamente a aquello de que como país somos sol en la calle y oscuridad en la casa. Y por lo que le ha sucedido al presidente Santos, cuya popularidad está en el piso, y a su equipo no renovado suficientemente, parecería que viven más en la percepción que se tiene internacionalmente de nuestro país que en la realidad de los problemas nacionales. Inconcebible que se haya perdido tanto tiempo descalificando las protestas campesinas, desconociendo sus razones. Por eso todavía continúan, porque el Gobierno sigue siendo luz en la calle y oscuridad en la casa.
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