Estados Unidos en Colombia. El martes por la noche, como tantos otros colombianos, estuve pendiente de los resultados de la elección presidencial de los Estados Unidos. ¿Habrán sido estas las elecciones estadounidenses con mayor interés en Colombia? Me sorprendió la cantidad de personas atentas. Será por la facilidad actual para tener “información”, por lo inusual en el mundo de la política del espectáculo de Trump, por el coronavirus que nos ha dado algún sentido de integración global. Quién sabe. En cualquier caso, no fue por el impacto posible de esa elección en el futuro de Colombia y la región. Hace falta aún un análisis preciso de qué puede cambiar para América Latina con la llegada de Biden a la presidencia y, sobre todo, de qué cambió con la llegada de Trump en los últimos 4 años. En el extremo de los argumentos, está la hipótesis de que no cambia nada, que quien conduce el “imperio” solo tiene ojos para los intereses propios y utilizará a todos los demás como un medio para alcanzar esos intereses, y entonces que da lo mismo Biden y Trump o cualquier otro. En el otro extremo, está la estupidez, la hipótesis que Trump iba a salvaguardar la democracia en la región y Biden es cercano al castrochavismo. Sería un chiste y no una hipótesis sino fuera porque desde el grupo que tiene el poder en Colombia, hay defensores públicos de esa idea.
Estados Unidos en Venezuela. Este, sin duda, es el único asunto latinoamericano realmente relevante tanto para el establecimiento republicano como para el establecimiento demócrata. Hay un capítulo fascinante sobre la política exterior gringa en Venezuela en el libro de John Bolton, Consejero de Seguridad Nacional de la administración Trump. La conclusión es simple: después del fiasco del concierto en la frontera de 2019 -que Iván Duque comparó con la caída del muro Berlín- el tema Venezuela pasó de ser un tema prioritario para Trump a ser una frustración por la falta de resultados concretos. Esa frustración y la desconfianza en la capacidad de Guaidó de tumbar de una forma u otra a Maduro, resultaron en el desdén de Trump e, inclusive, en la sugerencia velada de que quizás lo mejor que podría hacer era hablar él mismo con Maduro. Detrás de las construcciones políticas, sin duda el gobierno Trump aumentó las sanciones al régimen venezolano que han logrado, entre otras, agravar la crisis social y darle a la dictadura una narrativa recargada: que el colapso del país es por las sanciones y no por su incapacidad y corrupción. Algunos creen esa narrativa, empezando por el senador Gustavo Petro que afirmó que los venezolanos en Colombia huyen de eso, de los bloqueos y no de la dictadura. Es asunto de debate qué vino primero, si el fracaso del chavismo o las sanciones gringas, es decir, cuál es la causa profunda del hecho real: Chávez y Maduro destruyeron a Venezuela.
El problema, por supuesto, es que no ha funcionado la teoría del cambio de régimen que da origen a las sanciones: se supone que la presión social por las sanciones debería incrementarse y llevar a un levantamiento contra el régimen o bien que la cúpula del régimen, ante el colapso de su país, decida negociar alguna salida. Pues ni lo uno ni lo otro y, entonces, la pregunta abierta de qué va a pasar con esas sanciones, con la legitimidad de Guaidó -reconocido por Trump y por Biden como presidente interino- después de las elecciones convocadas para el 6 de diciembre, y con la relación entre chavismo y los Estados Unidos. Estados Unidos es un jugador fundamental en Venezuela – al nivel de Rusia, China e Irán- y Colombia sufrirá los efectos de la dictadura mientras persista por compartir tan amplia frontera.
Sociedad Líquida. Decía entonces que estuve pendiente de los resultados y, además de poner el canal CNN, me metí a las redes sociales a ver qué se comentaba. Hay un trabajo amplio del sociólogo Zygmunt Bauman sobre lo que él llamaba la “modernidad líquida”, dice Bauman: “Las formas de la vida moderna pueden diferir en bastantes aspectos, pero lo que las une a todas es precisamente su fragilidad, temporalidad, vulnerabilidad e inclinación al cambio constante. "Ser moderno" significa modernizarse - compulsivamente, obsesivamente; no tanto simplemente para "ser", y mucho menos para mantener su identidad intacta, sino para siempre "convertirse", evitar la finalización, permanecer indefinido. Cada nueva estructura que reemplaza a la anterior tan pronto como se declara pasada de moda y pasada su fecha de caducidad es solo otro asentamiento momentáneo, reconocido como temporal y "hasta nuevo aviso". Ser siempre, en cualquier etapa y en todo momento, 'postear-algo' es también una característica inamovible de la modernidad.”
Los líquidos, contrario a los sólidos, no mantienen fácilmente su forma, “están constantemente listos (y propensos) a cambiarla; y así, para ellos, lo que cuenta es el flujo del tiempo, más que el espacio que ocupan: ese espacio, después de todo, lo llenan solo "por un momento".”
Además de ver memes divertidos y buscar algún chiste, buscaba análisis interesantes en las redes, que me explicaran cosas que no había entendido, que me mostraran nuevas perspectivas. Poco a poco, en las primeras horas de la noche terminé encontrando un montón de “analistas”, periodistas entre otros, empezando a publicar comentarios sobre qué significaba la victoria de Trump, el mensaje que mandaba la elección de Trump ante la escogencia de un candidato moderado como Biden; otros, más impulsivos, compartían sus angustias personales sobre el paso a paso de la elección. Sorprendente: salvo algunas excepciones, quienes supuestamente nos tienen que informar y guiar con alguna racionalidad más allá de sus emociones, estaban comentando como si lo que indicaban las primeras horas fuera el hecho final, aunque durante meses cualquier análisis serio había descrito paso a paso cómo iban a ir llegando los votos y, en particular, las implicaciones de una votación anticipada masiva del Partido Demócrata.
Análisis líquidos, diría Bauman. Esa fuente de información, las redes, es cada vez más prevalente. Resultarán sociedades líquidas. Ya los “analistas”, tan solo dos días después, ajustaron el comentario a otro, al de Biden ganando: es decir, en 48 horas, pasamos de tener una observación sobre la estructura del poder en la que Trump lideraba a una en la que Trump colapsaba. Todo irreal y artificial, tan solo un artefacto producto de la manera en que se cuentan los votos. La votación, los números son un hecho fijo, real pero intrascendente en un comentario en caliente.
Los temas sólidos pendientes. Quedan por comentar, ojalá en los meses venideros, los asuntos de fondo, estructuralmente más estables más allá de un tuit, con implicaciones tangibles: el acierto del partido demócrata de haber elegido a Biden, un moderado, y no a Sanders, un radical, como candidato – viendo los resultados cerrados en varios estados, con alta probabilidad Sanders habría perdido con Trump-, el valor del apoyo decidido de Sanders a Biden para consolidar la unidad del centro y la izquierda – más modesto y menos expresivo el apoyo de Alexandra Ocasio-Cortez-, las implicaciones de la consolidación de Kamala Harris -una mezcla de progresismo con mano dura- en el Partido Demócrata, la censura de la prensa al discurso de Trump y las implicaciones sobre la libertad de expresión, la decisión de Trump de cerrar esta etapa como un mal perdedor – una imagen lamentable para quien lleva toda la vida pendiente de su imagen-. Temas importantes pero difíciles que no se pueden capturan con análisis líquidos.
La invitación de estar atentos a qué y a quién se le presta atención cuando se quiere entender algo difícil. Eso, al final, es la libertad.
@afajardoa