Tal como el vecino confianzudo, se metió el coronavirus a nuestras casas, invadió nuestro espacio y cambió por completo el orden del nuestra intimidad. Este virus, tan sagaz como impertinente, sugirió a una gran parte de los ciudadanos repensar su estilo de vida y cambiar algunos hábitos. Sugerencias que de manera incauta fueron asumidas de buena manera. En la comodidad de nuestro hogar, se nos llevó a replantearnos nuestra forma de relacionarnos con familiares, amigos, compañeros de trabajo, parejas, e, inclusive, con nosotros mismos. Formas necesarias e imperantes debido a la coyuntura actual. Adentrados ya en nuestras casas, y bajo el dulce abrigo de una manta a las 9 de la mañana, no vimos problema en aceptar temporalmente nuestra nueva condición. Al fin de cuentas, ¿cuál podría ser el problema de estar unos cuentos días disfrutando de la comodidad de nuestro hogar?
Aparentemente esto no tiene ningún problema, es más, hubo quienes llegaron a pensar que está podría ser una oportunidad de cambiar ciertos vicios de la sociedad o, inclusive, restructurar el sistema social, viéndolo como una oportunidad de establecer una orientación solidaria y cooperativa (Zizek, 2020). De esta forma se vio como una pandemia global podría llevar a la reorientación del individuo en las fauces del capitalismo. Viéndolo desde el lente del individuo es completamente comprensible el ver como un sistema superficialmente estable puede salir de esta crisis e inclusive superarla.
Pero he ahí el problema, la ilusión de creer que la cura viene de un invasor externo capaz de modificar la conciencia humana. Al iniciar la cuarentena, y de tomarnos de manera intempestiva, este ‘invasor’ nos obligó a actuar de manera caótica, desbordada y desconsiderada. Aquello llevó a que compradores agobiados por el miedo entraran en una abrupta y loca carrera por suplir de recursos básicos sus propias moradas, legitimados por el instinto básico de proteger y defender su ‘propia familia’. Dilucidando este problema vemos cómo la primera acción humana rompió con la bonita ilusión de creer que podemos llegar a actuar de manera cooperativa y solidaria y mostró todo lo contrario, como el individuo no deja de actuar bajo las dinámicas de un ciudadano en la sociedad liberal-capitalista, es decir, de manera egoísta.
Ya bajo el aislamiento, otros fenómenos se han manifestado y han encubierto la superficialidad de la estabilidad de nuestro sistema. Individualmente, cada ciudadano ha tratado de engañar el agobio debido al encierro, así que se han dispuesto cientos de planes para poder realizar en casa: planes de ejercicio en casa, cultivo en casa, cocinar en casa, clubes de lectura y cursos virtuales para realizar también en casa, sin mencionar las cientos de ofertas en plataformas para ver en casa. Dichos planes no dejan de ser atractivos y en cualquier caso pueden verse como alternativas para un crecimiento individual autónomo. Sin embargo, visto bajo el rigor de la realidad, dichos planes no son más que la alternativa de ofertas de consumo sutilmente dispuestas para que el mercado no se detenga y el individuo tampoco. También cabe resaltar que dicha oferta no es para todo los ciudadanos. No es un secreto que para poder acceder a estos beneficios el ciudadano debe tener un ingreso regular y de una cuantía considerable para poder acceder a unos mínimos de entretenimiento, sin embargo, alrededor del 50% de los ciudadano en Colombia vive de la informalidad y un grosso de estos individuos no tiene computador, acceso a internet y mucho menos tiempo para estar haciendo un micro cultivo, cuando las necesidades diarias llevan a que, inclusive, se llegue al rebusque en tiempos de cuarentena.
Asimismo, de manera inconsciente para algunos y de manera muy consciente para otros, estas actividades virtuales están siendo el conejillo de indias para evidenciar los funcionamientos de una sociedad a distancia y manejada por la big data.
Por un lado podemos observar como muchas de las empresas, incluyendo colegios y universidades, vieron como una clara alternativa el método de teletrabajo u home-office. Desde un punto de vista superficial, esta alternativa es evidentemente funcional y altamente beneficiosa a la hora de pensar en los gastos de una empresa. Sin embargo, los perjuicios en los trabajadores no dejan de ser altos al tener que trabajar en una atmósfera y tiempos que no son propiamente los laborales, llevando así a una flexibilidad laboral, en palabras de Sennett (2006), en donde no existen los límites del tiempo y el trabajador es esclavo en su propia casa.
Por otro lado tenemos el supuesto virtuosismo del control a distancia por medio del acceso al big data. En su reflexión sobre el coronavirus, Byun-Chul Han (2020), explica como en algunos países asiáticos el control del virus se hizo por medio del control del big data, trayendo consigo unos resultados positivos. El manejos básicamente ha consistido en identificar cualquier indicio de que la persona sea un potencial portador, de esa manera es fácilmente aislado y controlado. Esta práctica ha llevado que a países como España haya llegado una app que permite identificar los lugares en los que se encuentran las personas contagiadas y de esta forma poder evitar el acercamiento a dichos puntos. La efectividad de dichas app y el uso de la información, ha hecho apetecible este proceder y tentando a occidente a proceder con el uso de dichas herramientas, sin embargo, la posibilidad de mantener un sistema de control de tal envergadura podría llegar a permear en otros campos llevando al uso de estas aplicaciones más allá de la temporada de la pandemia.
Tampoco es un secreto que, al igual que muchos acontecimientos públicos como mundiales de fútbol o reinados de belleza, la pandemia ha servido como fachada para encubrir actos del legislativo y así pasar por desapercibido ‘reformas’ que convienen a pocos. Igualmente, el control del virus ha servido como excusa para generar restricciones sociales, y como consecuencia, represión (multas injustificadas, maltrato y abuso de la autoridad policial, segregación social —aporofobia—, rechazo a los migrantes, discriminación sexual, entre otros), y ver de qué manera, a partir del miedo, se comporta una ciudad.
Entiendo perfectamente que esta anomalía del sistema-mundo invita a pensar y, sobre todo, a imaginar, que después de esto una nueva sociedad puede renacer. Una sociedad en la que el cooperativismo y la solidaridad podrían incrementar nuevas formas de trabajo; una sociedad en la que unas nuevos sistemas de movilidad en la que se organizara un sistema de transporte amigable podría contribuir los niveles en los que ahora se encuentra el medio ambiente; una sociedad en la que el individuo renace con un nuevo proyecto de vida que implica el crecimiento con los otros.
Lastimosamente, y siento mucho mostrarme pesimista, la sociedad no cambiara por dicho virus. El deseo real del ciudadano común no es más que se reactive la economía tal como estaba antes; que se puede transitar tranquilamente en los vehículos; que se puede salir de fiesta igual que siempre, en últimas, que se pueda gozar de sus “libertad” tal como se venía haciendo.
Lo más duro no es solo esto. El sistema económico tal como está en este momento será la excusa perfecta (siendo verdad o no) para un reajuste salarial y recorte de personal laboral de magnitudes desconocidas, lo cual, me atrevo afirmar, incrementará la dependencia económica del ciudadano común, llevando así a los empresarios a jugar con la oferta laboral y los salarios de los trabajadores, incrementando y fortaleciendo el estado de dependencia y el sistema capitalista, que tanto deseo tienen algunos se vea reformado.
Nuevamente me robo las palabra de Han para concluir esta reflexión, el cambio de dinámica del sistema tal como lo conocemos no cambiará por el virus, la sociedad solo cambiará cuando el total de los individuos sientan la necesidad de un cambio (negación) de sus hábitos y formas de vida.
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Han, B.-C. (22 de 03 de 2020). La emergencia viral y el mundo de mañana. Byung-Chul Han, el filósofo surcoreano que piensa desde Berlín. El País.
Senett, R. (2006). La corrosión del carácter. Barcelona: Anagrama.
Zizek, S. (10 de 03 de 2020). Global communism or the jungle law, coronavirus forces us to decide. RT.