Claro que la sociedad debe exigir a sus líderes absoluta transparencia y pulcritud en el manejo de sus recursos. Eso parece obvio. Es apenas natural. Cómo vamos a quedarnos callados ante semejante vagabundería? Pero si lo analizamos bien, tal exigencia es demasiado ambiciosa y tal vez hasta descarada viniendo de donde viene.
En primer lugar los dirigentes, en tanto que son elegidos, vienen de las entrañas mismas de la sociedad, es decir, ellos contienen su ADN. Son de la misma especie, sangre de su sangre. Nuestros dirigentes políticos son hijos nuestros, los hemos parido con votos, han salido de adentro de "nosotros". Y "nosotros" somos un enorme grupo compuesto de individuos con mentes deformes, en una comunidad enferma por la avaricia y dispuesta a hacer cualquier cosa para enriquecerse. Por algo se dice que ellos son nuestros representantes, es decir, nos representan, votamos por ellos, los elegimos porque sentimos que son dignos de asumir nuestra vocería, o sea, de hablar por nosotros y decidir por nosotros.
Cuando le damos a alguien nuestra vocería, el poder de hablar por nosotros, es porque pensamos que dirá lo mismo que diríamos en su posición. Y cuando elegimos a alguien para que administre nuestros recursos es porque pensamos que lo hará de misma manera que nosotros lo haríamos. Y pensamos eso no porque creamos que obrarán con total rectitud, sino porque en el fondo esperamos que actúen como nosotros, es decir, que sacarán ventaja de su posición cada que puedan, porque es lo mismo que nosotros haríamos. De hecho, eso es lo que la mayoría hacemos, sacar ventaja. Hasta nos parece tonto aquel que pudiéndose aprovechar de alguna situación, no lo hace.
Como ciudadanos en muchos casos elegimos al ladrón y al mentiroso en lugar de al honesto, y lo hacemos conscientemente porque primero aseguramos para nosotros un beneficio personal que se debe dar antes o después de la elección. De hecho, la mayoría de las personas que ocupan cargos de elección popular han llegado allí gracias a una serie de negociaciones y de intercambio de promesas que implican la protección de intereses particulares o su favorecimiento.
Así es como actuamos. El elector saca provecho de su posición frente a un candidato necesitado de votos mientras el candidato hace lo propio frente a un elector lleno de necesidades.
Pero además, por fuera de la actividad política también actuamos a diario pensando casi exclusivamente en nuestros intereses particulares aun pasando por encima de cualquiera que se interponga, aunque sea de buena fe. Y esto lo hacemos tanto en las pequeñas situaciones cotidianas como colarnos en transmilenio o meterle a otro un billete falso, como en los grandes negocios en los que pedimos licitaciones que favorezcan nuestra compañía o nos cartelizamos para subir los precios de nuestros productos.
No quiero defender a los corruptos. Debemos combatir esa lacra que nos mantiene en el atraso. Pero como sociedad también debemos ir mas allá y poner la lupa en nosotros mismos y nuestra forma de accionar político. Si el colectivo levanta sus estándares morales, necesariamente subirán también los de sus representantes en las instancias de poder.
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