Después de ocho largos años de desgaste político y de apuestas inciertas a la paz en un país “encoñado” con la guerra y el conflicto interno, ahora la atención del gobierno actual -cuando su agenda es tan confusa como la forma como llegó al poder- se centra en otros temas que, huelga decir, sacan lo más rancio y conservador de una sociedad sin tejido social consistente.
El fantasma del puritanismo recorre a todos los estamentos de esta sociedad acostumbrada a no llamar al pan como pan y al vino como vino. Es un puritanismo decadente y retrógrado que parece estacionado en el mismo siglo XVI de los puritanos ingleses que reaccionaron contra el catolicismo y el anglicanismo.
Ya no hay calvinistas protestantes entre nosotros, pero están unas facciones de la sociedad dispuestas a recuperar –en coincidencias con ciertas facciones nacionalistas y fundamentalistas del primer mundo- los viejos espacios que la secularidad y el conservadurismo, impusieron a su manera y sentaron las bases de una mirada a la comunidad desde la óptica del pecado y la más férrea tradición de puritanismo.
Volveremos a la cacería de brujas y a los señalamientos a hordas enteras de pecadores, fumadores, viciosos y corrompidos especímenes humanos; esos que la misma sociedad engendra como escorias de un digestivo y ruin proceso social mal habido y degenerado.
Si se trata de perseguir a los consumidores de cuanta hierba, sustancia, residuo o droga sintética se haya imaginado, entonces si tendremos cuatro largos años de desgaste político y de sobredosis de gobierno que nos intoxicará hasta los tuétanos y no habrá tratamiento rehabilitador alguno que nos saque de la postración en que quedaremos.
Parte de la responsabilidad de controlar los jóvenes en su disposición o no para consumir drogas,
pasa por unas familias sólidas, integrales y sostenibles;
y no por una infinita presencia del gobierno
Si hemos hecho del microtráfico una red residual del gran negocio del macrotráfico que se escapa hacia los mercados del primer mundo periquero; es en parte porque la endeble sociedad que hemos ido forjando a lo largo del tiempo, no ha sido capaz de generar oportunidades a las familias de procrear y criar a individuos con la solvencia moral para decir sí o no cuando la tentación del consumo aparece; pero eso también pasa antes por la solvencia económica –en parte- que resuelva problemas asociados a la consolidación de los proyectos familiares y no a la desintegración de las unidades sociales de las familias, por culpa de la pobreza y la inequidad.
No afirmo contundentemente que a menor pobreza habrá menor predisposición al consumo de sustancias alucinógenas, sino que es parte de la desactivación de la bomba social que más tarde, no se traducirá en irresponsabilidad de las generaciones para decidir qué, cómo y cuándo consumir drogas.
Parte de la responsabilidad de controlar a los jóvenes en cuanto a la disposición o no para consumir drogas, pasa por unas familias sólidas, integrales y sostenibles; y no por una infinita presencia del gobierno en sobredosis de acosos y señalamientos que terminarán agarrando a las hojas de un rábano que no existe.
Coda: “Como yerba fui y no me fumaron.” Raúl Gómez Jattin.
Publicada originalmente el 22 de septiembre de 2018