Ultimamente varios columnistas han destacado cómo se han puesto de moda el uso de los eufemismos en este gobierno, pero lo interesante no está en repetir la lista de las inconsistencias del señor Duque o en amplificarlas, sino en saber por qué él, como tantas otras personas, tienen un gusto tan marcado por echarnos mentiras y en jugar con las apariencias.
Aunque el fenómeno es complejo y no existe una sola respuesta explicativa, trataré de compartirles algunas ideas al respecto.
Antropólogos como Desmond Morris han señalado que el ser humano es un luchador de estatus y por eso en casi toda sociedad hay sujetos que siempre van por el mundo tratando de mostrar lo que son o no son (hermosas, machos, valientes, elegantes, piadosos o sabiondos).
Por su parte los sociólogos como Bourdieu han resaltado que la clase media, es la más típicamente arribista o pantallera, porque los profesionales independientes, ciertos intelectuales, los medianos empresarios o comerciantes, son los que pueden aspirar a vivir la vida de los ricos y famosos, sin tener los recursos, los modales ni los gustos refinados necesarios para ello.
Por razones obvias la mayoría de los pobres difícilmente intentan meterse en ese juego y los que por tradición familiar poseen la riqueza, no necesitan demostrar lo que ya son.
Iván Duque no es aristócrata ni un burgués como Santos; es solo un típico elemento de la clase media que en sus afanes ascensionistas ha buscado infatigablemente construir una imagen falsa de su persona para hacerse merecedor de la confianza de sus jefes.
Aunque sí hay que reconocerle algo que se considera habitualmente como un mérito; y es que, supo tener olfato para subirse al bus del ascenso de la moda del management.
Nos dicen que entre otras cosas “…cursó estudios ejecutivos en negociación estratégica, políticas de fomento al sector privado y gerencia de capital de riesgo de corta duración en la Escuela de Negocios y Gobierno la Universidad de Harvard”.
No fueron estudios formales conducentes a título, pero gracias a ellos regresó al país para predicarnos sobre cosas que nunca ha practicado, como el emprendimiento y la economía naranja.
Siglos atrás, cuando lo importante era el trabajo en el campo, los pobres no iban a la escuela y las gentes de alcurnia estudiaban cosas como teología, escolástica o derecho.
Con la aparición de la industria los ricos empezaron a tomar carreras “prácticas” como ingenierías, pero con la llegada del capitalismo especulativo-financiero, hacia la segunda mitad del siglo XX, empezaron a aparecer como una plaga los estudios de economía y marqueting, para posibilitar la expansión de la sociedad de consumo en la “aldea global”.
Por eso es que ahora todas las empresas educativas (con su asepsia de oficina bancaria) ofrecen una enorme cantidad de cursos relacionados con gestión de empresas o finanzas para las nuevas generaciones adoradoras del Dios dinero.
Y han sido tan creativos y han llegado a tal sofisticación que ahora brindan multi-titulaciones en Liderazgo Organizacional y Coaching, en Gerencia de la Innovación Empresarial, en Gerencia Ambiental y Eco-innovación o en Pensamiento Estratégico.
En general el éxito del gerencialismo ha sido tan grande que por ejemplo ya las figuras heroicas de las películas románticas no son las princesitas de antaño, sino que ahora suelen ser genios innovadoras creando o dirigiendo empresas.
Ya los multimillonarios de las trasnacionales hasta posan de filósofos ante sus medios de comunicación e incluso vemos que van llegando al Estado líderes del corte de Donal Trup, porque aún muchos creen que quien suele mandar en una compañía, también sabe gobernar una nación.
Para caracterizar mejor a ese tipo de personas empezaré por recordar que en cierta oportunidad una hombre señaló ante un auditorio “…aquí los concursos de méritos suelen ser una farsa y existe un manejo corrupto en la vinculación de los contratistas”.
Inmediatamente saltó un sujeto encolerizado a reprocharle su falta de respeto y para defender antes sus jefes, la moral institucional porque en cada lugar siempre existe ese tipo de personas a quienes les molesta que a las cosas se les llame por su nombre y no pierden oportunidad para lucirse en público.
Yo miré sus ademanes de macho, su camisa a cuadros, el escapulario, su reloj enorme, y tuve la sospecha de que sería un profesor de Administración de empresas y no me equivoqué porque con los años aprendemos a reconocer los estereotipos sociales.
Me explico: En los dos extremos del espectro social tenemos de un lado a los de tendencias “socialistas” o solidarios y en el otro a los chicos plásticos, los competitivos.
Los primeros suelen ser los de las áreas de salud, sociólogos (los que no van a la moda), profesores, algunos artistas o científicos (gente pensante y de muchos libros) y los segundos son los de las disciplinas económico-administrativas, los miembros de los organismos de seguridad, los perseguidores del éxito mediático, deportistas y los místicos de todos los pelambres (gentes de un solo libro o de ninguna lectura).
Las chicas plásticas por ejemplo, no caminan sino que desfilan porque se creen hermosas, femeninas, super simpáticas, caritativas y siempre respetuosas de las formas, las tradiciones y la “institucionalidad”.
Los chicos son conquistadores, caballerosos, lucen elegantes con sus gafas oscuras y se mueven bajo la psicología del motociclista: primero yo, segundo yo y tercero yo. No estoy diciendo que todos los chicos plásticos sean malos sujetos, simplemente que tienden compartir ciertas características comunes, sin desconocer que poseen sus cualidades, como por ejemplo que son detallistas, buenos vendedores y excelentes recreacionistas.
No creo que nuestro subpresidente sea una persona desalmada, como los despojadores de tierras, pues él simplemente piensa en sus aspiraciones y en quedar bien con los que detentan el verdadero poder.
Y debido a que se comporta como un empleado más de este circo, es que un día se pone a hacer piruetas con la pelota, al otro día está rasgando una guitarra y al tercero anuncia la llegada de la Fórmula 1.
No le preocupa decir una cosa en la Naciones Unidas y venir a hacer otra en este país. Tampoco hace alarde de conocer de libros y ni siquiera intenta posar de estadista.
Hay que entenderlo, solo desea pasar a la historia como lo que es, un predicador del emprendimiento y un defensor de los intereses de los héroes modernos: los altos ejecutivos acaparadores de dinero.
Después de todo lo planteado, es necesario advertir que esta teoría de los estereotipos es meramente aproximativa, es tan científica como mucho de lo que enseñan los sociotecnologos del “coaching” y por ello difícilmente sirve para desenmascarar a la enorme variedad de camaleones que hay en la jungla de concreto.