Entre tantas noticias negativas, es necesario rescatar o sembrar algo positivo. Haciendo un paralelo a la resurrección virtual de la revista Cambio (cambiocolombia.com), gracias a Los Danieles, invito a rendir homenaje a los Franciscos: el papa, quien se atribuyó ese pseudónimo, y el presidente de la Comisión de la Verdad, otro jesuita que mantiene su nombre de pila.
Hace algunos años conocí un discurso de Lincoln donde, palabras más o menos, decía que “los dogmas del apático pasado eran inadecuados para el tempestuoso presente; la actualidad es una escalada de dificultades, y, antes que ser un imperativo estar a la altura de ellas, debemos reconocer las posibilidades que tenemos para crecer junto con esos desafíos”.
Ellos afrontan su propia procesión, para mantenerse íntegros ante los agravios con los que alejamos, cada vez más, la órbita del Paraíso de la Comunión; también asimilaron la imposibilidad de hacer milagros, para que dejemos de sabotearnos. En su lugar, aprendieron a “acompañar” con humildad a muchas personas en sus procesos de reflexión, y, sin juzgar, han sido testigos de incontables reincidencias.
Jorge Mario Bergoglio intervino durante la dictadura en Argentina, y esencialmente parece ser el mismo en una época aparentemente diferente, mientras ora para que el patriarca Kirill no sea el “monaguillo” de Putin, y sus apocalipsis.
Tras haber sido prohibido durante la era soviética, el Ortodoxo Concordato que se estableció en Rusia, demuestra que “quien olvida la historia está condenado a repetirla”, y que la inquisición de los radicalistas de la izquierda es tan perversa como la ejecutada por la derecha.
Preservando el diálogo, y soslayando el eterno destierro, el pensamiento de Francisco es que “cuanto más indiscriminadas se vuelven las sanciones, más pierden el sentido común y más difícil se vuelve alcanzar la paz”.
Contrapunto, los colombianos nos satanizamos; nacemos o crecemos con mecha corta, y estamos prestos a reaccionar de manera explosiva e incendiaria, contra los políticos, vecinos o conciudadanos que convirtieron en dogma a lo inhumano y lo anti cívico.
Entretanto, nos vanagloriamos diciendo que los “buenos somos más”. Sin embargo, por un lado, Gustavo Bolívar está más loco que el personaje de “Bolívar Soy Yo”, y hace apología de la violencia velando simbólicamente a sus contrincantes. Y, por otra parte, Carlos Guillermo Ospina se escudó en la política para renunciar a la Comisión de la Verdad, donde representaba a las Fuerzas Armadas, invocando que había sido “estigmatizado” y “censurado”.
Tal como me sucede a Mí, y seguramente le ocurre a Usted, Él demuestra incapacidad de reconocer la realidad; prefiere victimizarse porque se sabe culpable, y tiene miedo de sentirse señalado o avergonzar a sus descendientes.
Acaso demuestra desconfianza en su propia capacidad de perdonarse, de perdonar a sus rivales, y de que los demás hagamos lo propio, para dejar de cargar la cruz de la violencia en todas sus formas.
La verdad es que ese ex comisionado no se pudo quitar el uniforme; prefiere morir con las botas puestas, antes que desaprender los dogmas y sanar el pasado. Eligió jugar a la egoísta ruleta rusa, en una época de alta tensión electoral, denostando la legitimidad del reconstructivo, empático y asertivo trabajo liderado por Francisco de Roux.
Funcionó como una rueda suelta; y, aunque la teoría de restricciones plantea que la velocidad de un sistema está subordinada a la de su parte más lenta, cuanto menos la mitad del país está cansada de la excusa que la violencia ha interpuesto al subdesarrollo: aunque avance de manera lenta, permitamos que los engranajes del cambio sigan deshaciéndose de la oxidada inercia del sangriento pasado.
Pacatos, en nuestro país hay demasiadas leyes y mandamientos a los cuales juramos, pero nunca honramos. No soy religioso, y pronto extrañaré el talante del papa Francisco, cada vez más afectado por su salud; así mismo, algún día echaremos de menos el resiliente altruismo de Francisco de Roux.
Parecidos y diferentes, uno se diplomó como técnico químico, y terminó siendo profesor de literatura y psicología; otro tiene formación en economía, y emprendió incansables viajes de trabajo social.
