Keylor Navas, el estupendo arquero costarricense, hoy tiene incómodo a su nuevo dueño, el Real Madrid. Durante su presentación en la cancha del Santiago Bernabéu, ante miles de hinchas y cámaras por doquier, besó como todo nuevo jugador el escudo estampado en su camiseta. Al hacerlo, sin embargo, levantó la prenda y dejó ver la marca de sus calzoncillos.
¿Intencional o fortuito? Sólo él lo sabe, pero lo cierto es que ese instante fue reproducido en muchos sitios y, por supuesto, el reclamo de las directivas por un indebido pantallazo publicitario a una marca ajena a la institución volvió aún más famosa la imagen y, en consecuencia, la publicidad para la marca intrusa fue aún mayor.
La molestia en las redes sociales no se hizo esperar. ¿Es que acaso debe pedir permiso hasta para comprar calzoncillos? La respuesta es sí. Cualquier cosa que se ponga un jugador de élite representa millones en ganancias para la marca, para su equipo y por supuesto, para el jugador. Y si la marca no factura para ellos, hay problemas porque en este negocio, todos ponen, todos ganan. Si no, para qué carajos se inventaron toda esta parafernalia donde, aparte de jugar, se obtiene dinero vendiendo todo lo vendible, empezando por los jugadores, maniquíes que duran unos pocos años, hasta que se vuelven inútiles y se cambian por otros.
Nadie puede salirse de la fila y esto Keylor lo sabe y si no lo sabía, ya lo supo. Todo está milimétricamente calculado y más si es del Real Madrid, el equipo más rico del planeta, gracias a que su amo y señor, Florentino, sabe negociar y cada temporada invierte en nueva mercancía que en los siguientes meses o años, como el caso de Cristiano, le deja ingentes ganancias al club, al jugador y, por supuesto a Florentino mismo, cuyas cuentas bancarias se engrosan sin pudor todo el tiempo.
Los aficionados rasos, poco y nada saben de estos negocios. Lo suyo es gozar y sufrir con el equipo del alma, gritar cantos y consignas y, claro, comprar sus camisetas (Cristiano Ronaldo vende un millón al año), consumir los productos que anuncian y llenar los estadios, como lo hicieron los diez mil colombianos que junto a treinta mil españoles ovacionaron a James Rodríguez, la nueva mercancía estrella que Florentino se empeñó en contratar, pese a que el Madrid no la necesitaba.
Si tenemos a Isco, se preguntan aún los madridistas, un estupendo jugador de edad similar a la de James, que va camino de convertirse en un fuera de serie y que juega en el mismo puesto y, además, es de la casa, ¿para qué fichar a James? Igual que lo de Keylor. Con un Diego López que destiló calidad en la pasada temporada, relegando al banco a Iker Casillas, ¿para qué traer a otro arquero? Muy bueno sí, pero aquí hay dos estupendos, pese a que Casillas pasa por un bache.
La respuesta es simple. Negocios, simples negocios. Hay que comprar y vender. Mover el inventario, como en los carros. Puede haber un modelo exitoso que lleva varios años vendiéndose como pan caliente, pero las exigencias del mercadeo llevan a desecharlo antes de que bajen las ventas, para poner en su lugar uno nuevo, que excite mayores apetitos y continúe multiplicando las ganancias. López ya dio lo que tenía que dar y debe salir del equipo antes de que se convierta en un encarte. Y en cuanto a Isco, no basta ser bueno sino mediático, que es lo que vende. Y James, el goleador del mundial, vende y mucho. Por ello, el talentoso Isco debe seguir calentando banca o irse a otro equipo. Son las leyes del mercado.
Mañana les tocará el turno a James y Keylor, cuando su imagen ya no brille como hoy. Entonces serán puestos en venta y llegarán otros a reemplazarlos, para que el Madrid siga llenándose los bolsillos. Negocios son negocios, como dicen los gringos… incluyendo los calzoncillos.