Los juicios de brujería en el pueblo de Salem, típico ejemplo de una justicia absurda adelantando una cacería sin sentido, que generó un gran malestar en toda una comunidad.
Todo comenzó con la llegada del reverendo Parrish, el nuevo pastor, que presionaba a sus feligreses para que diezmaran generosamente, tanto para pagar su salario como para construir una nueva iglesia. El reverendo llegó con su hija Betty, su sobrina Abigail Williams y su esclava Títuba, original del Caribe de donde venía Parrish.
A comienzos de 1692, las niñas comenzaron a tener fiebres altas y a gritar incoherencias, llamaron al médico, quien al no ser capaz de hacer un diagnóstico, dijo que se trataba de fuerzas sobrenaturales. Otra vecinita de diez años, Ann Putnam, hija de quien controlaba políticamente la aldea, comenzó a experimentar las mismas fiebres y convulsiones en las que decían que veían personas y cosas.
El pastor presionó a sus hijas hasta que estas señalaron a Títuba, por contarles historias de brujería de las Antillas. La esclava se salvó por confesar y dar nombres de otras supuestas brujas, con lo que se inició la histeria colectiva en el pueblo, y la consecuente cacería de brujas, que implicó a doscientas personas.
Un antiguo pastor, el reverendo Burroughs, terminó colgado en la horca porque alguien dijo que su espectro le había hablado. Poco después se comprobó que la mayoría de las acusaciones eran venganzas en contra de algunos vecinos incómodos, mientras el sherif dichoso se apropiaba de las propiedades y pertenencias de los acusados, las que jamás devolvió.
Como resultado, se dañó la vida a unos doscientos acusados, principalmente mujeres, se ahorcó a diecinueve, cuatro murieron en una cárcel infernal; torturaron y mataron a un aciano aplastado con piedras en medio del más horrible tormento, y dañaron la vida de un pueblo entero.
La histeria comenzó a ceder cuando a mediados de septiembre, un adinerado comerciante comenzó a cuestionar lo que sucedía señalando que era mejor liberar a diez acusados que ahorcar a un sólo inocente; de inmediato una de las confesas, ante el remordimiento, se retractó reconociendo que había señalado al reverendo Barrows y a su propio abuelo, ambos ahorcados, para salvar el pellejo.
El epílogo de estos juicios es muy triste,
investigaciones indican que las convulsiones de las niñas
pudieron haber sido causadas por un hongo alucinógeno
El epílogo de estos juicios es muy triste, investigaciones actuales indican que las convulsiones de las niñas pudieron haber sido causadas por el cornezuelo, hongo alucinógeno que le sale al centeno, con que hacían el pan en Salem.
Pero miremos el triste epílogo:
- En 1697, cinco años después, uno de los jueces pide perdón al público.
- A partir de 1703, el Tribunal General de la Bahía de Massachusetts rechazó todas las pruebas que le llegaron por brujería.
- En 1706 Ann Putnam, una de las niñas, ya con 24 años, arrepentida, pide disculpas en público. Debió ser instigada por su propia familia pues se ha demostrado que habían sindicado a 181 personas de brujería, al parecer por venganza.
- En 1711 la Colonia de la Bahía de Massachusetts indemnizó económicamente a las familias de los ajusticiados.
- El juez Hawthorne, chonto del famoso escritor, jamás se disculpó y vivió en Salem, orondo en medio de su comunidad, hasta su muerte en 1717.
- Fue este, el último juicio por brujería en EEUU, y si bien la gente seguía creyendo en brujas y brujería, el sistema judicial nunca volvió ocuparse de ellas.
Aunque aún hoy, se mantienen las cacerías de brujas, pero no de las románticas que se dedican al arte del buen querer, sino de venganzas y retaliaciones, desafortunadamente hasta utilizando los tribunales establecidos, y en unos años, así tal cual, se verán esos juicios que hoy perturban a más de uno.
Y si me preguntan… yo sí creo en algunas brujas… “porque, que las hay, las hay”.