Los días pasan y el país profundiza su crisis social, pero por otro lado el panorama es alentador. Es natural que el hombre por instinto reaccione a ciertas situaciones complejas de forma agresiva, aunque nada justifica el violentar físicamente a nuestros semejantes.
Las sociedades han avanzado en materia de derechos humanos, aunque esas acciones no se vean reflejadas en los territorios. Las mujeres históricamente son la muestra más clara de esa falta de garantías, a pesar de que gracias a sus reivindicaciones hayan logrado conquistar algunos derechos. De ahí la importancia de analizar las razones de fondo sobre este hecho histórico. Si gustan profundizar, José Pablo Feinmann, pensador argentino, nos describe esta triste situación.
Entre los hombres y las mujeres que habitan este cascote que gira alrededor del sol son muchas las relaciones que se establecen dentro del campo del eros. Eros es la fuerza del amor. El erotismo es el lazo que une a dos sujetos libres, a dos cuerpos sexuados, y hace de ellos una pareja, es decir, una dualidad que forma una unidad en la diferencia.
El habitual concepto de pareja expresa eso y algo más: una pareja es la relación de dos seres parejos. El amor es una paridad consentida entre dos sujetos dispares. La pareja, sin embargo, es una ardua construcción. Los seres humanos no son parejos. Y menos los hombres y las mujeres. Pero el eros impulsa un contrato formidable. El contrato del amor.
La relación de pareja raramente es pareja. Siempre uno de los dos ama más al otro de lo que este la/lo ama. En el amor,el que menos ama es el que más domina. Hay uno/una que ama hasta perderse en el ser del otro, del, precisamente, ser amado. El ser amado, el que recibe el amor del que se entrega más, manipula y domina.
Ese polo de la pareja, el que se entrega menos, el que mira la relación desde otro lado, es el que la desequilibra. La pareja sigue, pero se establece una relación de poder. Sobre todo si el que más ama acepta su subordinación, el dominio del otro, que no necesita dejar de amar para imponer su dominio. Con amar menos le alcanza.
Pues bien, la violencia de género surge cuando el hombre advierte que no logra imponer su dominio. Si no logra dominar porque la mujer que lo ama no lo ama totalmente, no se pierde en él, no se anula amándolo, construye un mundo propio, una subjetividad libre, impenetrable a sus preguntas, a sus pesquisas, buscará dominar golpeando.
Esta falta de comprensión de los sucesos ha dejado en Colombia cada veintiocho minutos una mujer víctima de violencia de género. De hecho, en 2018 se han registrado al menos 3.014 casos de violencia contra la mujer, es decir, alrededor de 50 cada día. Así lo reveló un informe de la Facultad de Derecho de la Universidad Libre.
Además, en 2017 fueron reportadas 42.592 agresiones contra mujeres en todo el país, según datos estadísticos el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses, siendo el departamento de Antioquia donde más hechos se registraron con 4.500 casos, seguido de Cundinamarca con 3.255, Valle del Cauca con 3.113, Atlántico con 2.039, Santander con 1.910, Meta con 1.597, Boyacá 1.387, Bolívar con 1.317 y Huila con 1.286.
En el departamento Sucre hasta el mes de junio se habían reportados en el Sistema de Vigilancia en Salud (Sivigila) de la Secretaría de Salud Departamental, 668 casos de violencia de género, de los cuales 550 son mujeres, según informe entregado en el marco del segundo Consejo de seguridad. La mayoría de los casos, 422, corresponden a violencia física, en un 83% en el sexo femenino, y 172 corresponden a violencia sexual (abuso y explotación), que se registra más en población entre 10 y 14 años de edad.
Es hora de reducir estas cifras viendo horizontalmente, sin orden jerárquico, ni patriarcal, sino como sujeto de derechos a las mujeres.