Hace un par de días, Vanessa Rosales publicó en el Espectador un texto con un título sugerente y pensado para abrir la discusión. Se titula ¿Y si hablamos menos de feminismo y más sobre equidad? Desafortunadamente, el texto solo se puede leer completo si uno está suscrito al medio virtual de El Espectador o si compraron la edición impresa. Antes de iniciar cualquier observación, quiero señalar: Vanessa Rosales es mi amiga desde no hace mucho tiempo, algo así como año y medio, y antes de ello tuvimos una discusión académica sobre mi desacuerdo frente a una información que señalaba, no se su boca sino de la de una universidad colombiana, imprecisiones sobre el desarrollo de las posturas académicas de la moda en Colombia. Reconocidos los errores y activa la conversación, nos encontramos primero desde lo académico sin ningún matiz de reparo personal. Me parece importante señalarlo, pues no puedo separar la amistad y el respeto académico, con lo que otras mujeres han dicho sobre ese texto (y en general sobre Vanessa, de una forma soterradamente personal), y que me molesta por la altivez sin rigor que las caracteriza en muchas de sus actuaciones.
En su columna, Vanessa lanza una muy polémica afirmación que se advierte desde el título, pero que en el desarrollo del texto puntualiza en la vigencia y actualidad del feminismo, al tiempo que señala las formas en las que en el contexto colombiano ha tomado diversos carices: como un asunto de vanidades personales (incapaces de reconocerlo, claro); como una sospecha, en sectores conservadores y, digamos, pendejos, de la opinión y la vida cotidiana colombiana. Dice que hablar de equidad podría (y ojo en el condicional) permitir estrategias para posicionar la agenda feminista de otros modos. Sagaz manera de atrapar a quien lee. La primera molestia que me viene de las lecturas a su texto, es la incapacidad de comprender las maneras de comunicación escrita, los tipos de texto y las estrategias retóricas propias de la lengua. Esto es mucho más delicado al pensar que son personas cuyo recurso por antonomasia es la palabra y el debate.
Catalina Ruiz-Navarro señaló en su Twitter que “equidad” es feminismo para el 1% de la población, y lo primero que me pregunto es, a modo de sospecha estadística, si acaso el término y desarrollos del feminismo no ocupa a una porción similar de la población. Un ejemplo. Es cierto, nos han dicho los medios, feminismo ha sido una de las palabras más buscadas el año pasado. De ello no se puede deducir automáticamente que se haga en reconocimiento de lo que muchas y muchos quisiéramos, sino que es un asunto de debate público. ¡Afortunadamente! Del texto no se puede colegir, de un lado, una conexión lógica con afirmar que se trata de un término excluyente, así como tampoco que se llame a un cambio del término, sino que en la lógica de la dialéctica se empuja a las preguntas más que a las respuestas.
Dialéctica, porque el texto está construido, en su título y en su contenido, por medio de formulaciones retóricas que invitan al debate y al pensar la actualidad y alianzas del feminismo (como movimiento político, como postura ética, como forma de vida, como apuesta de las mujeres, en fin). En su Instagram, Catalina continúa la reacción diciendo que no se puede reemplazar el término por incómodo, cosa en la que estoy de acuerdo. Sin embargo, sus observaciones no trascienden de la mera reacción sin profundidad, como ocurre en las redes sociales, y como ocurre en las redes especialmente de los feminismos digitales en intersección con la política y la moda.
¿Por qué lo afirmo? Las instituciones públicas distritales y nacionales no usan necesariamente el término feminista en sus acciones de reconocimiento y redistribución, aunque quienes hemos trabajado (por años) en distintas entidades nacionales y distritales sabemos que la agenda feminista está detrás de muchas apuestas de trabajo. Sin decir feminismo (entre otras razones por el marco institucional en el que muchos y muchas nos hemos movido), en la intersección de la burocracia pública con los movimientos por, desde, hacia y para las mujeres (y sus aliados, u hombres feministas, esa es otra discusión que por ahora cada quien lea como se sienta más identificada), hemos hablado de enfoque diferencial, de enfoque de género, de enfoque de derechos, de enfoque en equidad, igualdad y paridad. El uso de estos términos, aproximaciones y estrategias, tienen su propia historia y sus propios porqués, en los que podría esgrimirse el que objetivo de la agenda pública en derechos no es el feminismo en sí mismo, sino la equidad. O, en palabras de Nancy Frases, el reconocimiento y la redistribución para las personas y colectividades oprimidas. En fin, estrategias políticas y técnicas para un trabajo que supera el asunto del branding feminista que sin preguntas de altura, allí se defiende. Que Catalina desconozca lo que menciono, es asunto de su reacción ingenua. Esto me hace pensar mucho en una imagen visual, en un meme: está el caballo de Troya, y adentro los solados camuflados. Me figuro el caballo es equidad, paridad, enfoques (cuales sean), y las/los solados de Troya son los feminismos. Así actúan muchos y muchas en el marco institucional, por ejemplo.
En la misma línea, otra mujer, que Twitter se llama NanaMGNS, dice que el problema no se puede reducir a un asunto de branding, y además, que “cómo vas a decir que el movimiento feminista tiene "raíces socialistas y Marxistas" porque tuvo un auge en los 1960s si el Capital salió en 1867. ¿Ese siglo que te sobra qué? Las sufragistas hicieron un movimiento de mujeres, sin alianzas partidistas. Vamos a ubicarnos”, y ahí comienzan mis problemas con la altivez ignorante. En libro “Gender, Sex and the Shaping of Modern Europe” (2007), Annette Timm y Joshua Sanborn desarrollan una precisa genealogía sobre las maneras, contextos y escenarios en los que desde mediados del siglo XIX, las discusiones de género y en consecuencia el feminismo (que aun no se acuña de la manera en la que ahora lo conocemos y que tomó fuerza en el siglo XX) se relacionaron con el marxismo y el socialismo. Ojo, no Marx, sino el marxismo, que entrados en nombres también tiene que ver con las ideas de Engels sobre las mujeres en la familia, y con las lecturas de Bebel sobre los movimientos sociales de mujeres. Por ejemplo (dice el libro), las ideas socialistas del momento influenciaron a Clara Setkin en Alemania, quien además fue una de las fundadoras del Partido Comunista Alemán. Señala también las maneras en las el marxismo inspiró el feminismo en Francia con Hubertine Auclert. Señala, y no me detendré en ello, las múltiples maneras en las que los movimientos de las mujeres militaron al lado del socialismo en tanto ellas reconocían que la opresión de género también sienta sus bases en la opresión de clases. Valdría recordar el origen socialista del 8 de mayo. Así que la (im)precisión hecha por esta usuaria está basada en el el desconocimiento que no da al feminismo la altura conceptual que lo ha caracterizado, al tiempo que me hace recordar que el conocimiento es una estrategia para el empoderamiento mientras que la desinformación es un aliado para tergiversación y la ignorancia.
Jennifer Varela, en el mismo y tan pobreteado Twitter, dice: “Heads up: el comentario de 'ni machista ni feminista' es comentario de machitos y mujeres machistas.” De acuerdo con la afirmación, pero a lugar por la estrategia de poner en boca de otras palabras no pronunciadas. No es posible deducir de ninguna forma y manera lo que ella hace, por lo que yo asumo una falta de comprensión lectora, no de todo lo que lee, sino de esta columna, o quizás, más bien, de todo lo que escriba Vanessa Rosales. Dice también que tenerle miedo al término demuestra, básicamente, que Vanessa Rosales no aprendió nada en su maestría, que es bruta, señala Jennifer. Más allá del tinte marcadamente personalista por una discusión de títulos que en Twitter se figuraron (oso total) y agrandaron como en lo que Stuart Hall llamó “Policing the crisis” para la manera en la que los medios se inventan discursos basados en hechos inventados, para decir por analogía que la postura de Vanessa es machista por tanto Jennifer así lo enuncia de manera categórica.
Sobre el miedo al término, me parece que en ninguna parte se está hablando de miedo. Sobre todo, ella cae en olvidar el papel activo de los lectores en el proceso de la comunicación, que Martín-Barbero y muchas otras y otros han estudiado a profundidad. Como lector, sospecho que el texto de Vanessa Rosales no está escrito para convencer a las feministas de la importancia del feminismo (eso sería convertir al convertido), sino para poner a pensar a otros lectores temerosos del feminismo, en las maneras en las que este es una estrategia y un posicionamiento fuerte y necesario sobre la equidad. Es decir, se invita desde la sinonimia o la asociación, a la deducción por parte del lector/a no feminista, más que a un ejercicio de hablar de lo ya acordado entre las mismas, sino acaso que entre quienes compartimos básicos fundamentales elevemos el nivel de la discusión. Una amiga del trabajo me escribió a WhatsApp, diciéndome que después de leer el texto había visto las maneras en las que el feminismo es lo que tiene que ver con la justicia. No se habrá alineado al movimiento, pero se está haciendo preguntas.
¿Por qué señalar entonces desde la precarización del conocimiento? Porque, me queda en evidencia, que la tan malentendida sororidad es un ejercicio que se hace de puertas para adentro, en un espacio en el que caben ciertas, algunas. Que Las mujeres que luchan no se encuentran, sino que están ahí, con sus celulares, pendientes de asuntos a los que en vez de hacerse preguntas, descartan a la otra, sin siquiera la valentía de mencionar a su autora, y desde allí y en el ánimo de que las mujeres que luchan se encuentren, detonar la discusión.
Por supuesto el texto de Vanessa tiene puntos y asuntos que necesitan más desarrollo (pero pensemos en la extensión de los textos de prensa, del que este que escribo no es un modelo), como por ejemplo el de la llana conclusión que gran parte de la estigmatización del feminismo no es de las feministas (por favor, mujeres, no seamos chistosas e ingenuas), sino de las posiciones conservadoras y de derecha que han establecido una agenda mediática poderosa que echa parte de sus raíces en lo que conocimos como “ideología de género”, que recuerden empezó por un asunto de cartillas de educación sexual para niños y niñas por igual. También analizar de manera crítica la distancia que nos separa de los países más avanzados en sus políticas de equidad (que sí, resulta son las mismas del feminismo), debido los temas de desigualdades económicas, culturales, sociales y otras tantas de esos paraísos del capitalismo funcional. También, por supuesto, analizar cómo al capitalismo le sirve y a la vez desecha al feminismo según le convenga, lo que en muchos espacios he llamado “funcionalización de la subjetividad” (y seguro no soy el primero en hacerlo).
Insisten en que no es asunto de rebrandear el término, pero a mi esa afirmación (en medio de lo que el “feminismo pop” del que Carolina Sanín hizo una excelente lectura) me resuena más como una paja en el propio ojo. Al afán de ese feminismo de internet de entender todo como un asunto de marca: quieren posicionar su (SU, con mayúsculas) feminismo como quien posiciona los jeans de Levi’s. Las invito, les invito, a dar debates e informaciones de más nivel. Vanessa presentó su podcast en donde el espacio y el formato permiten desarrollo, como otros espacios en esa misma línea tenemos hoy a nuestras manos: Womansplaining, por ejemplo.
No conozco a ninguna de las tuiteras que mencioné, pero las leo y les escribo desde el respeto hacia ellas, como lo hago con Vanessa, no por ella en sí misma (aunque por supuesto también, como inicié mencionando en este texto), pero sobre todo porque algo de lo que ya muchos estamos hasta la horquilla del pelo es de las maneras vacuas de las ocho o diez o cien (que ya todos sabemos quiénes son), y de las que queremos su misma voz y su misma influencia pero con la altura que como lectores merecemos.