Cuando abro los periódicos, para comenzar el baño matinal, tal como lo sugería Hegel, me encuentro, con distintos enlaces (links). Entre ellos hay uno que dice tecnología. Al desplegarlo hallo la venta de celulares o móviles, pantallas de televisión…y ofertas sobre lugares o promociones que me sugieren como puedo ser un hombre globalizado. Además, no necesito desplazarme al banco o a la empresa, pues se me garantiza que si lo pago con tarjeta el último gadge me llega pronto al lugar que yo quiera.
Desde el tiempo que, me permite el recuerdo, me encuentro con el constante cambio de las cosas que me rodean. Así, viene a mi memoria las primeras emisiones de televisión. Para entonces mi padre estudiaba radio en las escuelas internacionales. Recibió, por correspondencia, un chasis metálico, los tubos, un cautín, un condensador variable, soldadura… Mi madre no alisó la ropa con plancha de fuelle sino con una plancha de gasolina, cuyo rumor de llama azul me llevaba al sueño. Luego compró la plancha eléctrica eterna como ella sola, porque para ese entonces las cosas duraban.
En tiempo de vacaciones íbamos en tren hasta la Naveta, donde funcionaba una fábrica de cemento. Cuando a la distancia aparecía un punto negro, la campana de la estación del tren dejaba escuchar su tan tan. El punto negro engendraba una columna de humo que se extendía y, pronto el vapor de agua inundaba el espacio. Entonces se detenía el tren y los pasajeros subíamos a los vagones de primera, segunda o tercera. El convoy avanzaba, retrocedía, pasaba túneles, puentes metálicos. La red ferroviaria se extendió gracias al ingeniero Cisneros. A su vez el abuelo había sido aserrador que entre Anapoima y Tocaima derribaba ambacu, chical, cominos, robles, ceibas, los cuales se transformaban en las traviesas de la vía férrea.
Habría que mirar con detenimiento cómo esa tecnología se fue expandiendo desde Europa hacia el mundo y en concreto en Hispanoamérica. En El general en su laberinto, obra de Gabriel García Márquez, la navegación en vapor se implementó hacia finales de los años veinte del Siglo XIX. A su vez me he preguntado sobre la construcción del ferrocarril por el entramado de las tres cordilleras y, los empréstitos que hicieron posible extender la red férrea, la cual hacia los años 80 del Siglo XX cayó en el olvido.
Las vaporinas se vendieron a bajos precios, los rieles se convirtieron en tejos para jugar turmequé y, junto al terminal terrestre del transporte en Cali, los vagones se pudren bajo el sol ardiente del trópico. En otros lugares como Popayán, no solo destruyeron la vía férrea, dinamitaron la estación del tren quedando en el recuerdo la primera locomotora la cual llegó en 1926. Asimismo, vale pensar la relación que se establece entre países industrializados y países que entran en la economía industrial con la importación de los productos y la exportación de materias primas. Entonces, viene la pregunta qué es el progreso y, si éste consiste en el hecho que las relaciones comerciales crean una dependencia desigual.
Más, cuando me hundo en el recuerdo de las cosas que han ido desapareciendo o mejor que van adquiriendo el barniz de lo anacrónico, de la obsolescencia, cuyos trazos se encuentran en las tiendas de antigüedades y en el cuarto de San Alejo de las casas. Las cosas se convierten en trastos viejos y desechos. Las máquinas inservibles recuerdan lo perecedero y fugaz de los procesos industriales. Pero ¿qué es la técnica? “El desocultar imperante en la técnica –dice Martín Heidegger en La pregunta por la técnica es un provocar que pone a la naturaleza en la exigencia de liberar energías, que en cuanto tales pueden ser explotadas y acumuladas, que surgió en el Siglo XVII”. Hay un fragmento que me llama la atención: “La central eléctrica está puesta en el Rin. Y lo dispone hacia su presión, dispuesta por las turbinas, que, girando, impulsan las máquinas, cuyo engranaje produce la corriente eléctrica, que es distribuida a través de las centrales interurbanas y su red eléctrica, que conduce la corriente. En el ámbito de esta serie de consecuencias, mutuamente relacionadas, de la distribución de la energía eléctrica, la corriente del Rin aparece también como algo distribuido.
La central hidroeléctrica no está construida en la corriente del Rin como los viejos puentes de madera, que, desde hace siglos, unen una orilla con la otra. Más bien, está el río construido (obstruido: verbaut) en la central. Es lo que ahora es como corriente, esto es, proveedor de presión eléctrica, desde la esencia de la central eléctrica.” No se trata del curso de la naturaleza como sucede con el puente que se tiende para pasar sobre el río. La técnica provoca a la naturaleza para liberar energías. Lo mismo ocurre con el carbón, con los árboles de los cuales se exprime la celulosa para hacer papel que se emplea en la imprenta.
La técnica que, no es más que la racionalización de los procesos de trabajos, supone un procedimiento para obtener las cosas. Por lo tanto, la técnica es un instrumento que hace posible la transformación de las cosas. Mas vale precisar la diferencia entre ciencia y técnica, ya que la ciencia se pone al servicio de la técnica. El científico, como simple empleado de un y laboratorio, pone el conocimiento al servicio de la técnica. Las ciencias se transforman en auxiliares de la técnica. La ciencia pura, que tiene el conocimiento de las regularidades de la naturaleza, está al servicio de la utilidad y la explotación,
La técnica moderna tiene origen en el conocimiento científico-matemático moderno, en la filosofía moderna. Descartes, quien vivió en tiempos de crisis, tenía un sentimiento de profunda inseguridad, pues el conocimiento seguro se desvanecía. La teoría geocéntrica se cuestionaba con el heliocentrismo. La circunnavegación del globo dejaba atrás la idea de los tres continentes y el protestantismo daba lugar a un nuevo entendimiento religioso.
Así, la duda se respiraba en la atmósfera. Descartes y Galileo vivieron en tiempos de crisis, de dubitabilidad. Descartes buscó un conocimiento seguro y Galileo planteó una scienza nuova. La física de Aristóteles no era un conocimiento indudable. En la primera parte del Discurso del método escribió Descartes: “A mí me gustaban sobre todo las matemáticas a causa de la certidumbre y evidencia de sus razones; más no advertía aún su verdadero uso y, pensando que sólo servían para las artes mecánicas me asombraba de que, siendo tan firmes y sólidos sus fundamentos, no se hubiera edificado sobre ellas algo más elevado. Como, por el contrario, yo comparaba los escritos de los antiguos paganos, que tratan de las costumbres, de palacios muy soberbios y muy magníficos, que sólo estaban sobre arena y sobre barro.[i]” Pero mucho más allá del punto firme que aporta la matemática, en la sexta parte del discurso cartesiano se plantea la necesidad de que “en lugar de esa filosofía especulativa que se enseña en las escuelas es posible encontrar una práctica mediante la cual, conociendo la fuerza y las acciones del fuego, el agua, el aire, los astros, los cielos y todos los demás cuerpos que nos rodean tan distintamente como conocemos los diversos oficios de nuestros artesanos, los podríamos emplear del mismo modo para todos los usos a que se prestan y convertirnos así en una especie de dueños y poseedores de la naturaleza.”
A su vez Galileo, en una carta a Carcarille de 5 de junio de 1637 considera: “Si luego la experiencia confirma la caída de los cuerpos naturales, podemos afirmar sin peligro de error que el concreto movimiento de caída es el mismo que nosotros definimos y propusimos; sino es aquel el caso, nuestras demostraciones, cuya validez se refería y simplemente a nuestra presuposiciones, no pierden nada de su fuerza ni de su rigor; tal como los teoremas de Arquímedes sobre la espiral no les daña en lo más mínimo el hecho de que no se encuentre en la Naturaleza ningún cuerpo dotado de un movimiento espiriforme.”
La nueva ciencia encierra en sí, no solo, la teoría sino la experiencia, “el principio de alternancia entre la hipótesis y la experiencia”. La física de Aristóteles no podía dar un conocimiento seguro. Para poder acercarse a la realidad natural, en otras palabras, para poder leer el libro de la naturaleza es necesario la experiencia y saber que ese libro está escrito en un lenguaje matemático. Galileo sabía que el saber del mundo físico necesita de un saber basado en el conocimiento matemático. Además, el aforismo 3: saber es poder, en El novum organun, de Francis Bacon, publicado en 1620, considera que la naturaleza se domina por medio del hierro y del fuego.
Ahora bien, la tecnología es el resultado del conocimiento científico matemático, la técnica y el capitalismo. Desde esa perspectiva Ernest Mendel expone: “Las revoluciones básicas del poder tecnológico –la tecnología básica de producción de máquinas motrices- aparecen entonces como los momentos determinantes de la revolución tecnológica globalizante considerada. La producción mecánica de motores de vapor en 1848; la producción mecánica de motores eléctricos y combustión desde la última década del Siglo XIX; y la producción mecánica de ingenios electrónicos y nucleares desde la década de los años cuarenta del siglo XX, tales son las revoluciones generalizadas por la tecnología engendradas por el modo de producción capitalista a partir de la revolución industrial a finales del Siglo XVIII”.
La ingeniería, de otra forma la ciencia aplicada, gana importancia en la microelectrónica, que bien con fines militares, durante la Segunda Guerra Mundial, alcanza desarrollos, luego alcanza espacios privados, en las grandes empresas, hasta la expresión puntual del PC, en otras palabras, el computador personal. Asimismo, se ha sugerido que la genética, la biotecnología, la nanotecnología, y la biotecnología que se desarrollan en las primeras décadas del Siglo XXI darán lugar a una nueva revolución tecnológica.
En el Manifiesto comunista, Marx describe el capitalismo mercantil. Este se encuentra en el entramado de la unidad de la ciencia y la tecnología que llevan al carbón, vapor y hierro. Este capitalismo se caracterizó por el gran poder de expansión. En el capitalismo mercantil crece la sociedad y cambia la relación con la naturaleza. El capitalismo mercantil crea riqueza y progreso, a su vez: extrañamiento y desarraigo.
Las revoluciones tecnológicas se gestan en determinados lugares. La primera revolución tecnológica -carbón-hierro-vapor- se gestó en Inglaterra; la segunda –electricidad-concreto-acero- en Estados Unidos y Alemania; la tercera –petróleo-caucho- motor de combustión- Alemania y Estados Unidos; la cuarta –computador- en California. Estas revoluciones que ocurren lentamente y de forma gradual son como una gota que cae en el agua y pronto comienzan a desplazarse desde el centro a la periferia. Viene, así, una oleada de desarrollo que trae cambios estructurales en la economía, de tal forma que se desenvuelven en el ciclo económico de producción, distribución, mercadeo y consumo. El proceso se expande a partir de determinados lugares, se difunde gracias a la penetración del capitalismo a otras regiones, dentro de un país y de un país a otro.
Andrés Bello “en una de sus cartas más conmovedores a Manuel Ancizar…expresa añoranza por la sencillez idílica del pasado, amenazada por el expansionismo de la primera revolución tecnológica que llegaba a Chile.” La miseria crece en una región mientras avanza el mercado de los productos de la revolución tecnológica. En lugar de las tejedoras independientes –en el caso de la primera revolución industrial que desarrolló la industria de los textiles -las tejedoras en los países hispanoamericanos quedaron sin trabajo y camino a la miseria.
En Imperialismo fase superior del capitalismo, Lenin no se ocupa del capitalismo mercantil. El capitalismo ha dado lugar al imperialismo. El tejido construido a partir de la ciencia y la tecnología, ya no se levanta sobre el hierro, el carbón y el vapor, sino en la revolución tecnológica de la electricidad, acero y concreto. Lenin vio que el imperialismo, a diferencia del capitalismo mercantil, se caracteriza porque creó una red mundial, en la cual los monopolios tienden a absorber la riqueza mundial. Lenin ve también aspectos positivos, dado que las fuerzas generadas por el capitalismo pueden dar lugar a una revolución mundial. El imperialismo crea riqueza, guerra, miseria, en un conjunto total de progreso. El socialismo, para Lenin no era otra cosa que electrificación y los soviets.
La literatura muestra lo que ocurre con los inventos, productos de la revolución industrial. Úrsula Iguarán en Cien años de soledad, se lamenta en el Macondo aislado de la civilización: “Aquí nos hemos de pudrir en vida sin recibir los beneficios de la ciencia”. Pero los inventos llegaron un día a ese mundo anacrónico: “Deslumbrados por tantas maravillosas invenciones, la gente de Macondo no sabía por dónde empezar a asombrarse. Se trasnochaban contemplando las pálidas bombillas eléctricas, alimentadas por la planta eléctrica que Aureliano el Triste, en el segundo viaje de tren y a cuyo obsesionante tum tum costó tiempo y trabajo acostumbrarse.
Se indignaban con las imágenes vivas que el próspero comerciante don Bruno Crespi, proyectaba en el teatro con taquillas de boca de león, porque un personaje muerto y sepultado en una película, y por cuya desgracia se derramaron lágrimas de aflicción, reapareció vivo y convertido en árabe en la película siguiente”. También, en una novela como La vorágine (1926), José Eustasio Rivera, esboza lo que sucede con una de las materias primas de la revolución tecnológica del petróleo, motor de combustión y el caucho, en los parajes de la Amazonía.
Más las revoluciones tecnológicas llevan a la aspiración de cómo construir un país moderno, unido con lo más avanzado de la civilización industrial. Aunque Juan Carlos Onetti sugiere una visión distinta del progreso. En Santa María, ese lugar mítico, se erige El astillero. Luego de la formación de las repúblicas hispanas la aspiración del progreso ha sido una constante y, producto de ese sueño de modernización se erige el astillero, el cual estará situado en un lugar por donde se mueve el comercio mundial del capitalismo. Pero al astillero nunca llegan los grandes barcos para reparaciones. El astillero es devorado por los yuyos, el óxido crece y la herrumbre viene. Carece de trabajo, pero el astillero funciona en el recuerdo. El astillero es un arrume de buenas intenciones cruzadas por la corrupción, el olvido y la miseria.
De esta manera, la literatura sospecha lo que sucede. Mientras las revoluciones industriales, gracias a su onda expansiva extienden sus productos por todos los puntos del planeta; en otros lugares la actitud es la pasividad, el consumo, de tal modo que se escucha. “Es que esos alemanes son unos cojonudos” o bien se juega al espejismo de los países en vías de desarrollo. Igual que, en Esperando a Godot, el progreso de la ciencia y la tecnología no se forjan en determinadas latitudes y, si por el contrario son las plazas de mercado para todas las mercancías.
Existe la idea de que una manera de subirse al tren de la civilización es importando los productos de las revoluciones industriales, para estar al día; a su vez el destino de estos países de la periferia es la exportación de materias primas, la carencia de industria, dado que “todo se importa.” Marshall Mac Luhan afirma que las novedades e inventos llegan primero a la periferia que al país en que se producen esas mercancías.