Clics, me gustas, comentarios, reacciones, publicaciones… ¿A quién no se le pasa el tiempo viendo una pantalla? Son muchos los minutos que pasamos frente a la pantalla del celular, sin apenas notarlo. El uso del Internet revolucionó la vida humana y la forma en como nos comunicamos.
En un mundo hiperconectado los dispositivos móviles se convirtieron en una herramienta útil que a menudo usamos para realizar diferentes actividades, pero pasamos por alto el tiempo que empleamos en su uso.
Según la encuesta mundial de consumidores móviles de Deloitte, realizada en 2018, los estadounidenses revisan su celular en promedio 52 veces al día. Otro dato importante es que alrededor del 40% de los usuarios admiten usar demasiado sus teléfonos.
Cito este estudio porque me fue imposible encontrar uno que contabilizara el tiempo que en promedio emplea un colombiano usando su celular, sin embargo revisando otras encuestas realizadas en otros países pude llegar a varias conclusiones:
La primera de ellas es que a menor edad mayor es el tiempo que se emplea en horas de conexión, la segunda es que la frecuencia con la que se usa el celular demuestra la dependencia que el ser humano ha creado a los dispositivos móviles y la última es la poca regulación que hacemos al tiempo destinado al uso de redes sociales.
Estas prácticas pueden estar poniendo en juego nuestra capacidad de conectarnos con nosotros mismos y al tiempo con otros. Actualmente, mientras la realidad de la vida misma se nos escapa nos vemos atrapados en una “realidad” virtual a la cual accedemos de forma voluntaria a través de las redes sociales.
Redes en las que la imagen es la que adquiere un valor predominante y logra sustituir la fuerza de las palabras. La imagen allí cohíbe nuestra capacidad de creación e imaginación, ya que todo nos es dado de forma simple y es por esto que nuestra mente no necesita esforzarse para comprender lo que observa.
La imagen, logró posicionarse como “moneda de cambio” en la interacción a través de redes sociales que promueve la expansión de estereotipos de belleza inalcanzables o estilos de vida que extrañamente pertenecen a la vida cotidiana.
Cuerpos perfectos, vidas llenas de extravagancias y lujos, son algunos de los elementos que se ven diariamente en redes, elementos que crean abismos grandes entre esta “vida ficticia” y lo que supone la existencia humana. El espacio es reducido para las dificultades, el error o el dolor, situaciones y estados de ánimo que complementan la experiencia humana y son inseparables de esta misma.
Estas vidas ficticias que con frecuencia se usan y crean máscaras de perfección imposibles, tienen un buen acogimiento entre los usuarios de las redes, esto se puede notar fácilmente a través de los “me gustas”, recompensas que fomentan la promoción de estilos imaginarios de vidas idílicas.
Las redes sociales han trasformado la forma en cómo se relaciona el ser humano, han interferido para agregar un nuevo elemento a los actos comunicativos tradicionales: el móvil. Siendo así, dichos actos se ven interrumpidos a menudo por el uso de este nuevo elemento. Las frases “préstame atención” o “disculpa, estaba distraído mirando el teléfono”, se han vuelto comunes en las conversaciones que entablamos a diario.
El ser humano lentamente se aparta de las personas que pertenecen a su realidad tangible por comunicarse con otras que están ausentes, se le hace cada vez más difícil crear vínculos fuertes con los que están cerca.
Es por esto que me pregunto, citando a Gabriel García Márquez, en este mundo hiperconectado “¿qué tan lejos estamos de nosotros mismos?”.