Frente a la redacción de la presente columna de opinión, quisiera hacer explícito que ésta, dado el vínculo laboral de quien escribe las líneas que dan cuerpo a la misma, posee el cuestionado dilema de la valoratividad, el cual, impide ver de manera objetiva cualquier tipo de análisis ya sea político o coyuntural, como lo es el caso en particular. Así pues, y con el ánimo flexibilizar aquellos planteamientos conceptuales que podrían indicar que en la redacción de este columna, existe un sesgo y una cadena de juicios de valor que impiden ver las transgresiones de los derechos humanos y los actos de corrupción cometidos por los integrantes del cuerpo de custodia y vigilancia y las administraciones que han gestionado todo el aparato Penitenciario y Carcelario del país, quisiera hacer un Mea Culpa y presentar a la opinión pública, no desde el ámbito institucional, sino desde el plano meramente personal, un acto de contrición, que le permita a la ciudadanía en general, desligar aquella imagen nociva, toxica y transgresora, que por momentos es tan fácil construir y con la cual tristemente se relaciona a los integrantes del Cuerpo de Custodia y Vigilancia del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario.
Luego entonces y en vista de los amplios cuestionamientos éticos, institucionales, económicos y sociales, que ha dejado consigo el virus SARS-CoV2 o COVID-19 a nivel mundial, quisiera aprovechar la ventana de oportunidades que representa un medio como lo es Las2Orillas, para resaltar un aspecto que pocos conocen de aquellas mujeres y hombres que hacen parte del personal uniformado del Instituto Nacional Penitenciario; y quienes en vista de la actual coyuntura, se han visto inmersos en un doble dilema que los presenta y los hace pensarse como individuos, que han configurado sus propias realidades, familiares, personales, profesionales, e integrantes de una institucionalidad, a la cual deben respeto y compromiso, en épocas tan aciagas como los que actualmente estamos viviendo.
En vista de ello y en estrecha relación con un principio como lo es la resiliencia; quisiera destacar el esfuerzo, el tesón, el sacrificio y la capacidad de adaptarse y superar todas las situaciones adversas que trae consigo este tipo emergencias, de cada una de las personas que conforman la gran familia penitenciaria; más aún, cuando cada uno de ellos tiene tras de sí, unos hijos que aguardan la protección de sus padres, unas esposas y esposos que siente temor al ver la fragilidad de aquellos seres que día a día se enfrentan a la incertidumbre del contagio, la inseguridad propia de su profesión y el temor de hacer frente a lo desconocido; unos padres y madres que aguardan lo mejor para quienes son todo en su vida y un núcleo familiar que espera que sus hermanos, sobrinos, primos y demás, no se conviertan en héroes que descansen sobre tumbas olvidadas.
Aunado a ello y bajo una perspectiva Arendtina, resalto de forma significativa las acciones emprendidas por los funcionarios penitenciarios, quienes de manera espontanean han comprendido el rol social del individuo, en la construcción de una condición humana, más afín a las necesidades de quienes hoy, necesitan más que nunca el apoyo de sus congéneres. De igual manera, destaco, lejos de cualquier idealización utópica, la solidaridad de cuerpo y el compromiso asumido por parte de cada uno de los eslabones que configuran el personal de guardia, administrativo y demás grupos de apoyo (Policía nacional, FF.AA. entidades de salud), que de seguro, y pese a las grandes falencias institucionales, hacen menos difícil el trasegar por caminos tan aciagos, como los que actualmente enfrente toda la humanidad.
Para concluir, un saludo fraterno y especial para todo el grupo de funcionarios del establecimiento penitenciario y carcelario de Bellavista, que con sus acciones, han motivado la redacción de la actual columna de opinión; del mismo modo, un reconocimiento para el personal privado de la libertad, quienes también se ha visto afectado por esta contingencia de carácter global.