La moral, entendida como el conjunto de reglas y normas de acción destinadas a regular las relaciones de los individuos en una comunidad social, tiene su historia en el pensamiento griego. Para los griegos la actividad racional activa se encontraba en la ἀρετή- areté- (término que significa excelencia, carácter, vocablo mal vertido al español como virtud). Sócrates fue subversivo porque tuvo la claridad para darse cuenta de que “vivir por los dioses y morir por la patria” no tenía sentido la dependencia y sumisión de la conducta hacia el Estado o la religión. A partir de ese destello se refugió en sí. Consideró que siguiendo su propia conciencia podría obrar correctamente y por el camino del bien. A partir de esa convicción transgredió la ley, las costumbres y la moral de los atenienses, pues encontró sentido de la acción de acuerdo con su interioridad. El bien se hallaba en sí mismo, en la convicción del individuo. Precisamente por ese cargo se le imputa la corrupción de la juventud.
La ética del estoicismo floreció en Grecia y Roma. Se centró en un modo de vida y concepción del mundo que buscaba la eudaimonia o felicidad, la cual consiste en vivir de acuerdo con la naturaleza, es decir conforme a la razón y, en sobreponerse a las circunstancias externas. También reflexionaron, sobre las reglas y normas de la acción. Los escépticos quienes no se adhieren a ninguna verdad porque consideraron que la filosofía es una búsqueda sin término. Uno de ellos, Pirrón, un hombre escéptico, asumió una posición radical, pues se opuso a los filósofos "dogmáticos", pensadores que consideraban estar seguros de haber encontrado la verdad. Otra corriente es el epicureísmo, filosofía que buscaba eliminar el temor a los dioses el espanto a la muerte.
Nunca se planteó la moral como una ley o mandamiento, pues en la moral antigua no hay imperativos ni órdenes. Fue el cristianismo el que no pudo asignarle un campo específico a la moral porque considera que las normas morales derivan de Dios, cuyos mandatos constituyen principios y normas fundamentales. Las raíces de la moral no están en el hombre, no se encuentran en la interioridad, sino fuera de él, en la divinidad. La moralidad es deber, obligación de actuar de acuerdo con los mandamientos dados por Dios. De esta manera, la moral cristiana se basa en imperativos, mandatos y órdenes dadas desde fuera de la criatura. Por lo tanto, la moral depende de la autoridad divina y ello implica que se le debe obediencia, dado que Dios es poderoso y tiene autoridad. Y, en el caso de la trasgresión se cae en el pecado y, ante esta mancha hay la amenaza del castigo. La moralidad no pretende la felicidad terrena pues el gozo se halla en la vida futura. Así, el deber es una idea que viene de fuera del creyente. La moralidad, entendida como el conjunto de mandatos de acción destinado a regular las relaciones entre los creyentes, tiene su asidero en seguir el mandato divino.