“…así como se mata uno a no se mata, parece que no hay sino dos soluciones filosóficas: la del sí y la del no. Eso sería demasiado fácil. Pero hay que tener en cuenta a los que interrogan siempre sin llegar a una conclusión”, Albert Camus (El mito de Sísifo).
Una de las principales preocupaciones del ser humano es el momento de su muerte. Con el paso del tiempo pensamos que la vida es tan cruel que no parece coherente que nazcamos para ser felices sino para vivir angustiados. Sobre esto mucho se ha hablado, y no faltan quienes en búsqueda de la felicidad, se han suicidado.
Ejemplos bien conocidos de aquellos que prefirieron hacer de su vida un tormento, diciendo que la felicidad no existía son, para citar algunos: Charles Baudelaire, el poeta francés empedernido bebedor de vino que también se entregaba a otros placeres mundanos y perjudiciales; el novelista gringo Edgar Allan Poe y el marqués de Sade. Los tres vivieron vidas desordenadas para sus tiempos —y aún para el nuestro—, y pensaron que la felicidad consistía solamente en satisfacer sus impulsos egoístas sin tener en cuenta la convivencia con los demás. En nuestra historia local y nacional podemos evidenciar esta tendencia autodestructiva en Andrés Caicedo, el reconocido autor caleño de novelas “para jóvenes”, quien con esta frase, resume parte de su visión fatalista sobre la vida: "Aspiramos a la inmortalidad y ni siquiera sabemos qué hacer un domingo por la tarde".
Comentaba en su tiempo el psicólogo Carl Jung algo relacionado con la muerte y otros aspectos no menos importantes que sumergían al ser humano en profundas crisis: La tarea que la segunda mitad de la vida, le exige al ser humano el desarrollo del sí mismo en la aceptación de la muerte y el encuentro con Dios (ver: el problema en la mitad de la vida – Carl Jung). Es decir que normalmente, después de los 40 años, entramos en una crisis incomparable con otras por las que hayamos pasado y si no hemos reflexionado sobre nuestras vidas, lo más probable es que todo aquello que creíamos tener seguro como la vida personal, profesional, social, económica, etc., se ven seriamente afectadas y llega el caos.
Quizá suceda esto porque sabemos que la vida no es eterna. Así lo comentaba Jacques Lacan, psicoanalista francés en uno de sus seminarios: “Hacen bien en creer que van a morir, por supuesto, eso les da fuerza… si no lo creyeran así… ¿podrían soportar la vida que llevan? Si no estuvieran sólidamente apoyados en la certeza de que hay un fin, ¿acaso podrían soportar esta historia?”. (Ver video).
La mayoría de las veces, la angustia del ser humano proviene de cómo creció en su familia, en su colegio, etc., y de cómo respondió a los retos del día a día con el apoyo de otras personas. El superar o no esto, depende en parte de la voluntad de la persona para hacerlo, como también de sus allegados para facilitar con un abrazo y la escucha, el apoyo para continuar una vida con obstáculos pero con valor.
El amor de los padres y la presencia de los amigos —que tan pocos hay en estos tiempos—, son factores claves para que la persona, con el paso de los años, sienta confianza en sí misma hasta que no necesite de ellos y sea capaz de vivir satisfecha consigo misma. Y mientras conseguimos estos; otros afanados en buscar felicidad seguirán muriendo sin saber que ella está en aceptar y vivir de lo que se es y se tiene a diario y no en lo que se busca y se desea. La importancia de la muerte es entonces, tan valiosa como la vida, porque sin ella no valoraríamos la existencia.