En reciente comentario me referí a Ucrania y a la forma salvaje como su presidente actual, Volodímir Selenski, continuando con las políticas de su antecesor, el dictador proyanqui Víctor Yanukóvich, había sometido a cruel matanza a los rusos de Lugansk y Donetsk, lo cual había obligado a Putin a salir en defensa de sus connacionales y a evitar que la OTAN se asentara tras las fronteras de su país.
Nada más contrario a la verdad que lo anterior, y debo confesar mi error. Bien saben mis amables lectores que lejos está de mí el quererles influir torcidamente en su comprensión de la realidad, motivo por el cual les imploro su perdón.
A reconocer tal yerro me condujo un esclarecedor comentario de Miguel Espaillat Grullon, un documentado escritor y político dominicano, quien a través de no más de tres o cuatro mil palabras puso el punto donde lo deben llevar las íes.
Al leer a Espaillat Grullon, se me cayó la cara de la vergüenza al ver cómo dejé pasar por alto un cúmulo de hechos que ponen al desnudo a Vladímir Putin, un hombre que desde 1999 viene haciendo parte de las primeras líneas de la política de su país, unas veces como primer ministro, otras, las más, como presidente, y siempre produciendo nefastas intervenciones en países con gobernantes hostiles a sus políticas o poseedores de riquezas indispensables para mantener el estatus de gran potencia que, de manera tan violenta ha logrado conseguir su país.
Con una pluma diáfana, aunque no sin ironía, Espaillat me hizo caer en la cuenta de mis imperdonables olvidos, como el de aquellos episodios de una crueldad sin límites en los que Putin ordenaba invasiones aquí y allá, sin pararse a considerar los daños colaterales materializados en miles de muertes que produciría con tales acciones.
De entrada, me hizo acordar de los golpes de este salvaje a Serbia, Irak, Irán, Libia, Siria y Yemen, entre otros. No me dejó olvidar de Vietnam y Corea ni de los bloqueos a Cuba, Nicaragua y Venezuela, y menos del hambre causada con ello a tales pueblos; tampoco de la ejecución de Maurice Bishop, ni del asesinato de Abel, achacado a Caín injustamente. Muy seguramente su desconocimiento de Colombia no le permitió a Espaillat ver la responsabilidad de Putin en los 6402 falsos positivos y en el encarecimiento de las arracachas en la Plaza de la 21.
Con tantas ligerezas como las que cometí, y buscando el perdón de mis lectores, estoy encomendándome a la Corte Celestial y a las once mil vírgenes. Ojalá me protejan del ruso e intercedan por la comprensión de mis lectores.