Sobre la exclusión cultural: entre el gobierno, la filosofía y los museos

Sobre la exclusión cultural: entre el gobierno, la filosofía y los museos

Es preocupante que este fenómeno siga tan extendido, pero lo es aún más que no hayan estrategias efectivas que permitan combatirlo y darle una vuelta a la situación

Por: Cindy Paola Lancheros Conde
marzo 07, 2019
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Sobre la exclusión cultural: entre el gobierno, la filosofía y los museos
Foto: Pixabay

Para hablar de exclusión cultural es necesario comprender en términos muy generales a qué se hace referencia cuando se habla de la cultura y de la exclusión. De entrada, este primer concepto ha sido debatido de manera bastante amplia, y no se concibe una definición que pueda abarcarlo todo. Lo que sí podemos señalar, por otro lado, es que la raíz latina de aquella palabra es “cólere”, la cual puede significar desde cultivar y habitar, hasta venerar y proteger (cfr. González, 2007). A partir de ella, el término cultura puede designar variedad de asuntos que van desde la naturaleza, la política, la religión, y demás. A pesar de esta variedad de significación, se considera pertinente, para el enfoque de este escrito, la forma en la que Eagleton (2001, pág. 58) concibe la cultura: como el conjunto de valores, costumbres, creencias y prácticas que constituyen la forma de vida de un grupo específico. En contraste, la palabra exclusión no posee tanta gama de significaciones, de modo que ella puede entenderse como el repudio hacia un grupo de cosas, y como la acción de apartar —casi siempre sin un argumento coherente— a un conjunto de entes de una totalidad. Ahora bien, contando con estas definiciones, se propone entender la exclusión cultural como la marginación y el rechazo hacía un grupo cultural que muchas veces es visto como minoría y/o como vulnerable.

Aunque los tipos de exclusión cultural son muy variados, aquí se hará énfasis en la noción de marginación. Para su desarrollo, es menester resaltar que, la exclusión, tal como se ha advertido, es llevada a cabo por un grupo de personas mayoritarias que comparten algo en común (bien sea los intereses, o algunas características). Ese grupo puede ser denominado una sociedad. De este modo, puede sostenerse que la exclusión cultural es una exclusión social (cfr. Rodríguez, 2010, pág. 76). Esta última puede entenderse como el “proceso mediante el cual los individuos o grupos son total o parcialmente excluidos de una participación plena en la sociedad en la que viven” (Deakin, Davis, & Thomas, 1995). Y, a través de esa acepción, se hace visible el papel que juega un excluido cultural en la sociedad. Estos sujetos no tienen voz ni voto, y tienen que atenerse a lo que la mayoría piensa, y a la forma de actuar de esas personas. Sus costumbres son dejadas de lado; sus tierras dejan de ser “suyas”; y sus creencias se vuelven “vacías” al no poder ser expresadas. Del mismo modo, ellos son aislados de algunos de sus derechos y obligaciones frente a la sociedad, haciendo que su estilo de vida se vuelva muy distinto al de los no excluidos.

En la historia, la esclavización y la dominación se basaron en ideologías relativas a la superioridad racial o cultural. Con esto, muchos pueblos considerados inferiores fueron eliminados, o sometidos (Jelin, 2001). En otros casos, mucho más insólitos, encontramos prácticas poco cotidianas que, sin embargo, fueron de gran importancia como paradigmas de la exclusión cultural. Un ejemplo de ellos son los zoológicos humanos, en los cuales se exponían hombres y mujeres vivientes (Freixa, 2014). Esta práctica se inició en Europa en 1870, y exponía a los indígenas en sus “condiciones naturales”, violentando sus derechos y quebrantando el principio de piedad natural[1]. Durante el tiempo que estos lugares estuvieron activos, no hubo reparo en exhibir a seres humanos, afirma Freixa (ibíd.), “como si fueran parte inerte del paisaje en tiempos coloniales y previos”. Al hacer referencia a estos zoológicos, se hace evidente la desigualdad que el mismo ser humano crea, y que funciona como una barrera dedicada, en exclusivo, a hacer ver a un hombre por encima de otro. Con todo, lo que se quiere resaltar en este punto es que el apoyo del ser humano ante este tipo de espacios es lo que fomenta y divulga la exclusión.

A parte del rechazo cultural implementado por la sociedad, hay otra cara que a veces pasa desapercibida, y que sale a flote cuando tomamos elementos de la filosofía y reflexionamos sobre la exclusión cultural. Esta cara puede ser descrita como una “autoexclusión”, en la cual el individuo niega a su propia comunidad y se coloca una máscara para ser aceptado entre la sociedad preponderante. Aquí, la exclusión se da porque el mismo individuo la acepta. Es decir, aunque la cultura del sujeto esté siendo coaccionada, es él mismo el que busca encajar en la sociedad por medio de apariencias, y el que acepta ser sometido, abandonando su propia tradición, sus costumbres, y algunos elementos característicos de su forma de ser y vivir. La estructura es en este lugar como la muestra Rousseau (1999). Según este autor la dominación no se da porque el fuerte se imponga al débil, ni por una suerte de unilateralidad. El caso es, más bien, que los vulnerables dan su consentimiento voluntario y aceptan la alienación[2]. Rousseau no usa sus reflexiones en este mismo contexto, mas el punto es el mismo: la autoexclusión no es otra cosa que la subordinación voluntaria al fuerte.

De lo anterior se desprende que la constitución del Estado se basa y se legitima en aquella sumisión voluntaria. El Estado, por consiguiente, tiene leyes que rigen a sus ciudadanos, intentando buscar un principio de “equidad”, de “homogeneidad”, para que todos sus integrantes se acomoden a una misma cultura. El discurso se instaura en lo que “es mejor para todos”, y hace que los individuos crean que el gobierno los cobija bajo una ley justa que vela por el bienestar común. Sin embargo, esta forma de “inclusión” del gobierno no es compatible con lo que se podría denominar verdadera inclusión cultural. Pues esta es un principio: “el respeto por la diversidad y la promoción de la igualdad de oportunidades para todos los miembros de la misma comunidad” (Fourcade, 2014)[3]. Mientras que, lo que se encuentra en los mecanismos del Estado, cuyo paradigma son las herramientas de participación ciudadana y de “inclusión social”, no son más que envolturas para que las diversas culturas se adapten a la sociedad mayoritaria. Con estos métodos, hacen creer a las minorías que recuperarán parte de su estado natural, de su libertad, entre tanto se les acostumbra a la cultura dominante. A su vez, a medida que se avanza en estos planes de gobierno, se amplían las desigualdades. Esto quiere decir que, aun cuando se intenta incluir a las distintas comunidades a la sociedad en general, con esto no se consigue mayor cosa. La sociedad sigue mirando a los “incluidos” como si fueran unos “otros” ajenos a ellos. No logran aceptarlos tal como son, y los ven como seres inferiores (Jelin, ibíd.).

De acuerdo con ello, es posible concluir que en la actualidad no hay estrategias efectivas que permitan combatir la exclusión, ya que la imagen del excluido sigue siendo la de un ser inferior. Además, es por esto mismo que hay cantidad de mecanismos que buscan reducir la marginación y, en casos más extremos, erradicarla. De haber una fórmula universal, la exclusión estaría próxima a ser abolida, y todavía no es claro cuál es la mejor táctica para conseguir este cometido. Aun así, a pesar de que hay intentos por suprimir el rechazo, es notable que la marginación no se encuentra debidamente justificada, visto que ella se acepta y se propaga sin saber porqué. Con esto, la clásica postura del ser humano como animal racional pasa a ser cuestionada. Pues la racionalidad tendría que ir conectada con la moralidad, y con el no tomar las cosas a la ligera. Además, la razón no lleva —de forma necesaria— a pasar por encima de los demás, sino que es el ser humano mismo el que hace surgir pasiones que van más allá de lo dictado por la naturaleza (como se explicaba con los principios naturales previos a la razón), y el que actúa conforme a ellas. El punto radica en que el hombre ha dejado de lado las cosas que debería apreciar más, y se ha fijado en la avaricia. Permitió que el amor propio pasara por encima del amor a sí mismo[4], y aceptó dejar de ser persona para convertirse en un ser hambriento de dinero y poder.

Ahora bien, lo dicho no es lo único que sale a la luz cuando se reflexiona sobre exclusión cultural y autoexclusión, ya que hay un concepto que está muy ligado a ellas, pero que aún no se ha visibilizado. Este es el de barrera. Para Castell (2019a), “Las barreras son todos aquellos factores, restricciones y/o limitaciones (sociales, económicas, culturales, etc.) que afectan o condicionan la accesibilidad cultural”. En este sentido, es posible establecer que la exclusión cultural puede verse como un tipo de barrera, que impide el acceso de ciertas personas o comunidades hacia un patrimonio determinado. Además, este tipo de barreras es más común de lo que se podría llegar a pensar. Pues muchas veces, son las mismas instituciones las que colocan barreras y benefician a algunos sectores de la población por encima de otros. Mas esto no quiere decir que las instituciones se impongan barreras de un modo arbitrario y mandado por azar. El caso es que, muchos de estos límites tienen su razón de ser y, por ello, no es que las instituciones estén fomentando, adrede, la exclusión cultural.

Para superar estas barreras, por lo tanto, surgen las exposiciones del Sistema de Patrimonio y Museos (SPM), con las cuales se intentan superar algunos límites innecesarios, y con las que se busca incentivar y permitir un mayor acceso al patrimonio cultural. En este orden de ideas, con el SPM se ha tratado de expandir la accesibilidad a las colecciones museográficas de la UN, no solo para que más personas tengan ingreso a ellas, sino para que también se desarrolle una mayor apropiación del patrimonio de la universidad (cfr. Castell, 2011). Y en la medida en que esto es así, a partir del SPM se están superando barreras que, en otros lados, permanecen intactas. Por ello, este proyecto es un buen ejemplo de inclusión cultural, en el que se invita a otras comunidades a hacer parte de algo de lo que quizá ellos nunca habían escuchado, pero que podría llegar a ser una experiencia que marque sus vidas. Como consecuencia, por medio de proyectos museográficos de este tipo se le puede dar cabida a pueblos marginados, mientras se resalta el valor cultural que tiene una institución como la universidad pública. Así pues, con el modelo descentralizado de museos y colecciones museográficas del SPM se instaura una verdadera inclusión social como “un punto de encuentro entre docentes, estudiantes, instituciones académicas y culturales, actores sociales y ciudadanos” (Castell, 2019b). En concordancia con esto, es posible concluir que a partir de ciertas prácticas museográficas se puede llegar a vincular a distintas comunidades, lo cual no ha sido conseguido de forma efectiva por el Estado. Asimismo, con estas prácticas se fomentan los espacios decoloniales al “desmontar la representación eurocentrista, sexista, racial y patriarcal que aún rige el canon […] del pensamiento hegemónico” (Subtramas, s.f). Para finalizar, solo basta con decir que desde la visión de los museos se pueden implementar programas eficaces contra la exclusión cultural, los cuales no han sido pensados por el gobierno, ni por algún sistema filosófico; y, por ende, la museología enseña ciertos elementos que pueden ser de gran provecho para otras disciplinas, que no se han atrevido a ponerlos en marcha.

Referencias bibliográficas.

  • Castell, E (2011). La accesibilidad al patrimonio de la UN: un derecho, una responsabilidad y… una oportunidad [Folleto en línea]. Programación sistema de patrimonio y museos, Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, 13. Recuperado de: https://www.academia.edu/37422721/ACCESIBILIDAD_-_2011.pdf
  • Deakin, N., Davis, A., & Thomas, N. (1995). Public welfare services and social exclusion: the development of consumer-oriented initiatives in the European Union.Dublin: European foundation for the improvement of living and working conditions.
  • Eagleton, T. La idea de la cultura: una mirada política sobre los conflictos culturales, Trad. Ramón José del Castillo, Paidós: 2001, Barcelona.
  • Jelin, E. Exclusión, memorias y luchas políticas, en Daniel Mato (comp.), Estudios latinoamericanos sobre cultura y transformaciones sociales en tiempos de globalización, Buenos Aires, CLACSO, Asdi, 2001, pp. 91-108.
  • Rodríguez Rojo, M. (2010). Exclusión cultural en América Latina y el Caribe. Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 24 (3), 73-86.
  • Rousseau, J. Discurso sobre el origen y fundamentos de la desigualdad entre los hombres, Trad. Antonio Pintor Ramos, Tecnos: 1999, Madrid.

Notas

[1] Para Rousseau hay dos principios naturales anteriores a la razón: el amor de sí y la piedad. Este último —que es el que nos interesa en este caso— se explica por el repudio a ver sufrir a otro ser sensible, y por el impedimento —natural— de hacerle daño a alguno de estos seres (Cfr. Rousseau, 1991, pág. 115).

[2] Vale la pena aclarar este punto. No es que los “débiles” corran a los brazos de los “fuertes” y pierdan todos sus derechos sin obtener nada a cambio. La cuestión es que, buscando preservar algo que era difícil de conservar en el estado actual (en este caso podríamos decir que ese elemento es la aceptación, la igualdad, y otros), un pacto fue la mejor opción para no perderlo todo.

[3] La traducción es mía.

[4] En este aspecto hago alusión a la distinción entre amor propio y amor de sí, esbozada por Rousseau (1999). El amor de sí es un elemento natural que lleva al animal a preocuparse por su conservación. Mientras que, el amor propio es un sentimiento social que lleva a cada individuo a preocuparse más de sí, que de cualquier otro.

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